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Historia infernal de la infancia

Jorge A. Rodríguez

Los pañales y los biberones son moneda corriente en esta comisaría. Los potitos y las leches maternizadas no tienen secretos para los 14 agentes del Equipo de Protección Infantil de la Policía Autonómica andaluza, los funcionarios ejecutivos encargados de velar por que los menores de la región no sufran malos tratos ni vejaciones sexuales ni sean dedicados a la mendicidad. Y, sobre todo, cumplen la misión más difícil, el último recurso cuando nada más se puede hacer: el ir a las casas a llevarse a los niños que son víctimas de abusos. Se vanaglorian de que nunca se han llevado un menor a la fuerza. "Preferimos convencer, aunque nos lleve todo el día", comenta uno de sus jefes. Estos policías, posiblemente los únicos de España que quieren tener un cuarto con juguetes en su comisaría, se enfrentan cada día a situaciones de extrema dureza, que les hacen plantearse muchas cosas sobre la naturaleza humana. Éstos son algunos de los casos más sangrantes a los que se han enfrentado este mismo año. Mercedes. Esta niña de ocho años llegó un día al colegio con una garrapata en la oreja, tiempo después de que ella y sus cuatro hermanas sufrieran de sarna. La pequeña vivía en una chabola, en la que ocho personas dormían en tres camas. Cuando un día acudió al colegio de Torreblanca (Sevilla) con la ceja abierta, los profesores pidieron que se investigara qué pasaba. "Mi padre y mi madre me pegan mucho, pero mi padre más fuerte", confesó. La noche en que se rompió la ceja, por un sillazo, su padre no la llevó al hospital porque tenía mucho sueño. Mercedes a veces se hacía pis en la cama y sus padres le pegaban por ello y la dejaban sin comer. Ella admite que come mucho y que incluso un día tenía tanta hambre que le robó comida a los cerdos que cuida su padre. Su madre, cuando se enfada, les arroja la vajilla y les pega con un palo. Mercedes, sus cuatro hermanas y su hermano fueron extraídas del grupo familiar. La pequeña confesaba poco después en el centro de acogida: "Si no volviera a mi casa, a mi madre le daría igual. No quiero ir a mi casa ni en fines de semana ni en vacaciones, porque en el colegio me quieren y como bien". Su hermana María Rosario quería ir al centro de acogida con Mercedes, pero le da pena que le quitasen todos los hijos a sus padres. Su madre, Mari Carmen, fue detenida. A su padre aún se le busca. "No le voy a hacer nunca a mis hijos lo que mis padres han hecho conmigo", confesaba Mercedes a los psicólogos y asistentes de Asuntos Sociales. Ya no se hace pis en la cama. Eva María. Todo empezó en abril porque esta pequeña y sus hermanas habían dejado de ir al colegio. Los agentes fueron puestos sobre aviso, ya que entre sus labores está prevenir el absentismo escolar, y descubrieron que la pequeña Eva, de ocho años, supuestamente había sido víctima de abusos sexuales de su padre. Éste, según confesó la menor, se colaba desnudo en su cuarto y la obligó a masturbarle. La amenazó de muerte para que callara lo ocurrido. El miedo la llevó a dejar el colegio. Su madre, sospechando lo peor, le puso un pestillo en la puerta del cuarto de Eva. Pero el padre llegó a amenazar a la madre con un cuchillo. Las cinco hermanas fueron acogidas y el padre, Iván Manuel, fue detenido. Ahora se encuentra en libertad provisional. Marimar y Adolfo. No son hermanos, pero ambos eran dedicados a mendigar. Ella, de 13 años, fue vista en la pasada Feria de Sevilla cuando su madre, de 25 años, y su abuela, le decían: "Entra en esa caseta y pide ahí". Él, de 10 años, vivía en un poblado chabolista de Sevilla. Sus padres le llevaban a vender romero y hacer de gorrilla (aparcacoches ilegal). Pero Adolfo, además, mendigaba por su cuenta en la puerta del cementerio para comprarse pasteles. Vistos estos dramas, los agentes de menores de la policía autonómica reflexionan: "Es muy duro quitar unos niños a sus padres y llevarlos a un centro de acogida. Pero si no lo hacemos, ¿cuál sería su futuro?". El jefe mira su dietario. Cada línea esconde un caso.

Una niña con ladillas

Natalia, de cinco años, se pasaba el día en una especie de guardería para hijos de prostitutas. La cuidadora observó un día que la pequeña tenía ladillas y dio aviso a la policía para que investigara. Las pesquisas sacaron a la luz la vida de esta niña. Su madre, prostituta y toxicómana, las abandonó a ella y a su hermanastra, de 15 años, en manos de su padre. Éste se desentendió durante tres años de Natalia, hasta que, súbitamente, empezó a interesarse por ella. Entonces vinieron las ladillas, la investigación y las confesiones de la menor: "Mi padre me dice que le rasque la churrinilla porque está malito"; "un día se sacó el pito de la barriga y lo escondió en mi barriguita". La pequeña decía que le hacía mucho daño. Los psicólogos se hicieron cargo de la niña. En su informe revelaban los trastornos de la niña: inestabilidad emocional, pánico a la exploración ginecológica, reproducción del acto sexual en los juegos con otros niños. El padre fue detenido y lo negó todo. Fue conceptuado como un narcisista paranoide, antisocial y gran bebedor. La madre fue localizada. Ni una sola vez preguntó por su hija. La hermanastra vive a su aire.

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Sobre la firma

Jorge A. Rodríguez
Redactor jefe digital en España y profesor de la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS. Debutó en el Diario Sur de Málaga, siguió en RNE, pasó a la agencia OTR Press (Grupo Z) y llegó a EL PAÍS. Ha cubierto íntegros casos como el 11-M, el final de ETA, Arny, el naufragio del 'Prestige', los disturbios del Ejido... y muchos crímenes (jorgear@elpais.es)

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