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Cataluñá nos ama

El abuelo se lo contaba a su nieto, un chaval de 14 años que le sacaba la cabeza: "El resultado del partido es políticamente correcto". La expresión del muchacho revelaba el desconcierto que le producía el comentario para regocijo del viejo socarrón, cuya pretensión era la de confundirle con la chanza. Ambos eran forofos del Real Madrid, y para el chico carecía de sentido alguno que su abuelo saliera con que la derrota por 3-0 de su equipo frente al Barcelona pudiera tener algo de correcto. "No lo entiendes", le inquirió, "Pujol le ha exigido a Aznar que el Barça gane la Liga, y por eso el árbitro echó a Fernando Hierro del campo, para ponérselo fácil". Aquello era una broma, pero en Madrid son muchos los que vieron el sábado pasado en Gracia Redondo a un agente del nacionalismo catalán.La rivalidad futbolística es, con diferencia, la derivada más popular de cuantas enfrentan a madrileños y catalanes. Con razón habían previsto instalar un futbolín con boliches blancos y azulgrana que se quedó sin montar por falta de sitio en la exposición Madrid-Barcelona. Sintonías y distancias, que fue inaugurada el martes pasado en el Círculo de Bellas Artes. La muestra, que pretende reflejar los odios y afectos entre ambas ciudades a lo largo de los últimos cien años, viene a nuestra capital tras obtener un éxito considerable en. la Ciudad Condal, donde fue montada por el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona y la Comunidad de Madrid. Allí se repasan los acontecimientos que han marcado las relaciones entre las dos ciudades, desde el desastre de Cuba a la actualidad, una forma de acercar a madrileños y catalanes dando a conocer las aportaciones recíprocas de unos y otros. Lo cierto es que la exposición llega en el momento más oportuno, un periodo que, entre la política y el fútbol, está conduciendo a ambas comunidades a un desencuentro indeseable y estéril. Una etapa en la que brilla en Madrid la caspa de los que corearon frente a Génova el "Pujol, enano, habla castellano" o pitaron a Raimon en Las Ventas, y en Cataluña, la del nacionalismo más paleto que nos mira como al enemigo a bátir. Unos y otros no ven más allá de sus narices. Ese antagonismo cutre y verbenero no hace sino empobrecer culturalmente a sus respectivas regiones propagando una endogamia mezquina que navega contra la marcha de los tiempos.

Cuando se avanza en términos prácticos hacia la Europa sin fronteras y cuando los acontecimientos financieros evidencian la progresión inexorable de la globalización económica a nivel planetario, la única rivalidad admisible es la que sea capaz de incrementar el atractivo para las inversiones o estimular la. imaginación en el intento de que las ciudades sean más competitivas y brillen con luz propia. Los ayuntamientos y comunidades autónomas han de bregar por defender limpiamente los intereses y no consentir componendas políticas que puedan perjudicarles. El impresentable apaño que supuso recientemente el traslado de la sede de Retevisión a Cataluña, decidido a espaldas de toda lógica y estrategia técnica, es la muestra del juego sucio que alimenta esos sentimientos de rechazo. No hay más que ver la cara de los ejecutivos de esa empresa, que coinciden cada lunes en Barajas junto al embarque del puente aéreo, para entender lo artificial y forzado de la mudanza que fue negociada en la trastienda. Una cosa, sin embargo, son los políticos y sus manejos y otra la gente. Soy madrileño militante y supongo que se me nota, a pesar de lo cual nunca me he sentido incómodo en Barcelona salvo cuando caigo en la tentación de comparar el cuidado y el orgullo que ellos tienen por su ciudad. Me consta, sin embargo, que muchos catalanes experimentan en nuestra capital una sensación parecida cuando envidian el cosmopolitismo y la grandeza de una ciudad capaz de acoger a los que llegan de fuera sin preguntar su procedencia. Eso es lo que constituye nuestro "hecho diferencial".

La exposición Madrid-Barcelona... exhibe un cartel impreso hace ya 61 años. En él aparece el presidente Companys en un mitin celebrado en la Monumental. "¡Madrileños!", les dijo, "Cataluña os ama". No todos los amores matan.

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