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La virtud moral del perdón

Puede que la conciencia de la propia conciencia acabe por conducir a determinados seres humanos a una actitud casi maximalista en lo relativo a cruciales virtudes morales. Entre ellas, la virtud moral del perdón. Pero puede, también, que tales personas, precisamente por su honradez de fondo, olviden ampliar el campo de su percepción de conciencia a todas las realidades que, no afectándoles directamente, no menos necesitan ejercitarse en el conjunto de esas virtudes que constituyen la moralidad de nuestra mejor tradición occidental, desde Sófocles hasta Gluckman pasando por Tomás de Aquino, Enmanuel Kant y el mismo Nietzche. Ampliación que, de llevarse a cabo, insistiría en el mismo perdón como articulación última del desvivirse humano entre limitaciones agresivas y omisivas.Se escribe todo esto precisamente porque, de nuevo, ha saltado a la luz pública la renovada urgencia de determinados católicos de pedir público perdón por los errores que nuestra Iglesia católica española cometiera durante la guerra civil y el franquismo, pero todavía más, de urgir a esa misma Iglesia a que, en cuanto tal Iglesia, haga lo mismo para cerrar un grave capítulo de la historia contemporánea española. Es el caso del obispo auxiliar de Barcelona, monseñor Joan Carrera, y de forma más llamativa, el documento dirigido a todo posible lector , y publicado en este mismo diario, titulado Perdonar y pedir perdón , firmado por un grupo de valiosas personalidades del pensamiento católico español.

Es cierto que la Iglesia católica de España no ha dado a luz un texto específico sobre esta delicada materia, y tal vez debiera haberlo hecho en privilegiadas ocasiones anteriores. Es cierto que esa misma Iglesia, en otros momentos aunque de manera indirecta, se ha aproximado a lo que ahora se le solicita, siguiendo las sugerencias de Vaticano II. Pero también es cierto que, puestos a reclama peticiones de perdón por determinadas actitudes en la guerra civil y colaboración con el franquismo, deberían ponerse en acción las reservas morales de conjunto de la sociedad española y formar un frente común en el siempre desagradable reconocimiento de los errores cometidos. Sería la actuación virtuosa de un cuerpo social y civil que, dejada de lado toda contemplación reductiva de lo su cedido, encara como totalidad su propia responsabilidad histórica sin fisuras ni olvidos.

Esto significa que junto a la Iglesia católica, como colectivo muchas instituciones, organizaciones y, en general, realidades que mantuvieron conocidas actitudes durante la guerra fratricida en ambos sectores y estrechas relaciones con el franquismo, se aprestan a comenzar idéntica autocrítica y a reconocer públicamente que también fueron capaces de cometer esos errores indicados antes, sea por el cotidiano desvivirse entre limitaciones agresivas o sencillamente omisivas, sea, todavía más, porque no tuvieron la valentía de decir que no a unas siuaciones que les resultaban cómodas para conseguir determinados objetivos.

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No se trata, en este momento, de redactar una lista de todos los implicados en esta triste aventura histórica. En absoluto. Pero se sugiere la oportunidad de que desde el estricto campo político hasta el más pragmático de la economía, pasando por el mediático, social, universitario, cultural y militar, junto a otros menos relevantes, todos los implicados asuman su parte de colaboración como vienen solicitando de la Iglesia católica. Y no estaría fuera de contexto en absoluto que, con toda la discreción pero también con la libertad del espíritu necesarias, quienes exigen ahora que la Iglesia católica pida perdón por las razones comentadas, insistieran en que es hora de que todos los implicados en semejantes errores hagan lo mismo como forma relevante de que todo el cuerpo civil español rinda cuentas de cuanto sucedió en desgraciados momentos. Porque en esta dolorosa responsabilidad, son muchos los llamados a dar aIguna explicación, pero resulta que son muy pocos los afectados por la exigencia de darla. Y esta actitud maximalista para con unos y minimalista para con otros ni es justa ni se aviene con la virtud moral del perdón que afecta a todos por igual.

¿Será un buen momento cuando, en 1999, se celebre el 60º aniversario del final de la guerra civil española? Puede que sí. ¿Cómo realizar una petición de perdón de los diversos colectivos implicados en estos errores históricos? La tarea no es fácil. Pero si desde el hondón de la sociedad civil actual española surgiera un auténtico brote de solidaridad en toda la responsabilidad acumulada durante largos años, no sería imposible pactar que un grupo de, reconocidas personalidades de esa misma sociedad civil cumpliera con el encargo de redactar un texto susceptible de ser firmado precisamente por todos aquellos que se supieran y sintieran moralmente responsables de culpables agresiones fratricidas y colaboración con el franquismo. Recuperando, así, ausencias a todas luces manifiestas en esa polémica y aceptando que exponerse a la luz pública española puede resultar muy duro, pero siempre será purificador del pasado.

Esta tatea no es imposible, si bien será muy compleja y difícil por tantas reticencias dominantes. Esta tarea bien pudiera estar impulsada (nunca protagonizada) desde el ámbito de la misma Iglesia católica porque, sintiéndose afectada, está en posición de invitar a un gran gesto de aceptación generalizada de la responsabilidad común como medio democrático de cerrar el crudo pasado y enfrentar el futuro desde una dimensión moral protagonizada por el perdón como algo que se ofrece según la responsabilidad de cada uno a nivel colectivo, sobre todo, y con la consiguiente repercusión individual. Puede que esta tarea eclesial resultara más beneficiosa para España que la petición de perdón de la misma Iglesia católica en solitario. A todas luces, una solución del caso sumamente reductiva.

Desde la conciencia de la propia conciencia, un obispo y un excelente grupo de personalidades de la Iglesia española han abierto el camino para una acción que excede sus propias intenciones. No se trata de negar su iniciativa en lo que tiene de profundo. Se trata de invitar a todos los que también cometieron semejantes errores a subirse al carro de la responsabilidad histórica, como prueba de que las virtudes morales tantas veces reclamadas desde todos los sectores para la regeneración de la sociedad civil española están presentes y son decisivas a la hora de la verdad.

A fin de cuentas, y desde una visión antropológica del cristianismo, las virtudes evangélicas siempre acaban por redundar en virtudes morales. Ahí, pues, deberíamos encontrarnos todos. Y de una manera especial en la humana, cívica y democrática petición de perdón, junto al regalo sobresaliente del propio perdón.

Norberto Alcover es jesuita y periodista.

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