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Tribuna:LOS RETOS DE LA UE
Tribuna
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¿Para cuándo una política exterior europea?

Cuando ya finaliza el siglo XX es preciso constatar que el enorme potencial económico de Europa no se traduce en un peso político que la convierta en punto de referencia obligado en el mundo unipolar que ha sucedido a la implosión soviética y al fin de la confrontación Este-Oeste.Estados Unidos tiene menos territorio que Europa, menos población, menos PIB, menos participación en el comercio mundial y menos inversiones en el exterior. Y, sin embargo, es la primera en realidad la única potencia. mundial. La razón es que, a diferencia de Europa, los Estados Unidos disponen de una capacidad de decisión centralizada, tienen su economía al servicio de esta política -véase el reciente embargo económico a Sudán- y todo ello está respaldado por una presencia militar que se extiende por los confines del globo, como demuestra la última crisis con Irak. El que sea la política la que en muchas ocasiones sigue a la economía (relaciones con China, por ejemplo) no altera la situación: las decisiones se proyectan hacia el exterior con todo el peso político, económico y militar del país. De ahí su fuerza.

En Europa, las cosas no son tan fáciles. La Unión Europea (UE) está integrada por 15 países, cada uno con muchos años de historia sobre sus espaldas, plagados de encuentros y desencuentros, con idiomas diferentes y con distinta percepción de sus intereses en el mundo. Cabría concluir que los países europeos tienen demasiado pasado y eso, que es ciertamente enriquecedor, dificulta la construcción de un futuro común. En efecto, no es sencillo armonizar sus dispares puntos de vista y menos aún en el corto espacio de tiempo que media desde el comienzo del proceso de integración europea. En sólo 40 años, Europa ha tenido que superar la tradicional hostilidad franco-germana (tres guerras en menos de 100 años), las desconfianzas británicas hacia "el continente'', o las desigualdades derivadas de las diferencias de renta entre sus miembros, por citar sólo algunos de los problemas más espinosos encontrados en el camino que se inicia en el Tratado de Roma. Además no hay que olvidar que por encima de su irradiación cultural a las cuatro esquinas del orbe -uno de sus mayores timbres de gloria- Europa es esencialmente provinciana. En realidad, tan sólo tres países tienen en ella una auténtica proyección universal, España, Reino Unido y Francia, y aun estos divergen en la apreciación de sus intereses, que Madrid sitúa esencialmente en la América hispana, París en Africa Occidental y Londres en África Oriental y Extremo Oriente. Con algunas áreas de interés compartido, como puede ser el Mediterráneo. A la lista cabe añadir el caso de Portugal y el mundo lusófono, a horcajadas del Atlántico Sur, Pero es obvio que su capacidad de proyección exterior es menor que en los tres casos citados anteriormente.

El proceso de toma de decisiones por unanimidad, propia del Segundo Pilar (política exterior) de la Unión Europea -tal como se definió en el Tratado de Maastricht-, tampoco facilita las cosas. A medida que el número de Estados miembros aumenta, tiende a reducirse el nivel del acuerdo entre los socios y esto es algo particularmente cierto tras la entrada de tres países neutrales en la última ampliación, que a pesar de sus esfuerzos constructivos tienen legítimas pero diferentes sensibilidades sobre temas tan importantes como los referidos a la seguridad y defensa del continente. Por ahí se explican ciertas iniciativas nacionales, producto tanto del afán de protagonismo de algunos países como de la exasperación que produce en ocasiones esta política del mínimo común denominador.

Para que la Unión Europea tenga una política exterior eficaz son precisas varias cosas: la primera, voluntad política clara por parte de los Estados miembros. Es algo que la experiencia demuestra que no debemos asumir como adquirido de antemano. La segunda, una suavización de la regla del consenso para la toma de decisiones (con un adecuado sistema de salvaguardias que garantice que no se vulnerará el sacrosanto principio de la soberanía nacional) y, en tercer lugar, crear un eficaz mecanismo de proyección internacional que ponga al servicio de esta política las potencialidades económicas (actuales) y militares (futuras) de la Unión.

¿Suena a fantasía? Quizá. Pero es la única solución si Europa quiere tener un papel en el mundo acorde con su potencial y con su historia.

Lo que ocurre es que a corto plazo las prioridades europeas son otras: la adaptación de los mecanismos de la Unión Europea al reto de la ampliación, esto es, el nuevo reparto de poder en el seno de la UE que es algo que no pudo resolver el Tratado de Amsterdam de junio pasado (número de votos en el Consejo, ponderación a esos votos, número de comisarios, etcétera); la misma decisión sobre la ampliación; la discusión sobre su coste y la forma de hacerle frente (porcentajes del PIB, fondos estructurales, PAC, etcétera). Debemos ser conscientes de que Europa se va a pasar los próximos dos o tres años mirándose el ombligo y tratando de dar respuestas adecuadas a estos retos.

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Sólo cuando estos problemas estén resueltos se planteará de forma apremiante el tema de la política exterior europea. El propio éxito del proceso de integración europea y, en particular, de la Unión Económica y Monetaria, con las cesiones de soberanía que implica, dejará obsoletas ciertas discusiones actuales y forzará a una armonización de políticas y a una proyección exterior con objeto de defender mejor ante el mundo tanto nuestros valores como nuestros intereses. La unión política será así el corolario de la unión económica y no a la inversa. Con este diseño, la Unión Europea Occidental estaría llamada a convertirse en el brazo armado de esta nueva Europa, sin menoscabo de las competencias de la OTAN y siempre que se le siempre que se le dote de los medios necesarios para cumplir esta tarea.

España va a estar previsiblemente en ese núcleo duro de la integración europea que será la Unión Económica y Monetaria y estará en condiciones de contribuir a la forma exterior común de la UE. Con sus conexiones mediterráneas eiberoamericanas, España tendrá mucho que decir cuando llegue el momento porque estamos, además, convencidos de que este proceso nos conviene, ya que las alternativas a una política exterior y de seguridad común sólo son o el exclusivista directorio de unos pocos o la esterilizante cacofonía y dispersión de esfuerzos.

Así pues, tanto la razón como el interés marcan una misma dirección. Es sólo cuestión de tiempo. Si la evolución de Europa la ha definido el progreso de la inteligencia, esa misma inteligencia se pondrá cuando llege el momento al servicio de los intereses verdaderos del continente. Es la propia supervivencia de Europa como primer actor en la escena mundial la que está en juego. Pero cada cosa a su tiempo. Como dice un viejo refrán castellano, no se puede poner la carreta delante de los bueyes, lo que no quiere decir que no debamos azuzarlos para que, mientras tanto, sigan avanzando en la dirección correcta.

Jorge Dezcallar es embajador de España.

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