_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

'Madrí'

Vicente Molina Foix

Cada día pronuncia menos gente la palabra Madrid con una zeta final, otra prueba de decadencia. Cuando yo llegué a la capital, de estudiante, se oían frases hechas y piropos sacados de La verbena de la Paloma, era frecuente el chotis radiado por los patios, y -aunque no soy tan mayor como para haber visto faldas almidonás arrastrándose por la calle de Alcalá-, casi todo el mundo decía Madriz. Entre tantos venidos de fuera, trayendo cada uno, dentro de la maleta de nuestra identidad, un acento propio, hemos cambiado esa terminación castiza de la palabra. Pero a los madrileños no parece importarles mucho ésa y otras pérdidas de su madrileñez. La ciudad continúa tan abierta al otro y generosa que, quizá, ha dejado escapar su orgullo ciudadano, el santo genuino de sus señas.Es un respiro que en medio del ardor regional, autonómico y masturbacionalista que sacude y a veces ensangrienta a España, Madrid no sufra nada reclamando, afirmando ni proclamando lo suyo. Pero pasados muchos años desde que entre todos enterramos la sardina carnavalesca de la movida, diríase que de aquellas euforias no queda ni la raspa, y la ciudad se ha hundido en la apatía y el feísmo urbano, mientras sus habitantes -los que llegan ilesos al domicilio después de atravesar las trincheras y zanjas municipales -se entregan con una resignada desesperación al tema dominante en las conversaciones: lo incómodo y lo triste, lo monótono y lo estrictamente fatal que hoy resulta vivir en Madrid.

Para explicar el hecho corren dos teorías, que simplifico bajo el nombre de la biológica y la política. Según la primera, las ciudades son como los organismos vivos, propensas a sufrir el azote del tiempo y la edad, y el Madrid de los últimos seis o siete años no es que haya entrado en un clima de apagamiento, es que directamente vive el climaterio. La segunda echa toda la culpa a nuestros regidores, y se basa en el hecho, indiscutible, de que, en razón de su capitalidad estatal, Madrid más que ciudad es un símbolo. Durante el franquismo, la mugrienta cabeza dictatorial rezumaba una caspa que manchó a todos los de aquí, pero ¿sigue nuestra querida y maltratada ciudad asociada en la imaginación española a los negros abusos del poder central? Y luego está Manzano, tan distinto al Olivo. Culturalmente, la ciudad se ha convertido en un miajón de los castúos donde, acabadas las fases violetera, demoledora y aparcadora, iniciamos la acuática. ¿Serán las nuevas y espeluznantes fuentes de San Bernardo un homenaje a Esther Williams, como quizá lo fue a Sarita Montiel la horrenda estatua de la florista precursora en Gran Vía / Alcalá? Hubo un tiempo glorioso en que Madrid estuvo manga por hombro y con su pavimento levantado, pero había una guerra, las parejas ilusionadas bautizaban a sus niños Madrid (yo conozco a dos), y la ciudad era, en las palabras de Alberti, "capital de la gloria" y no de los salones del automóvil. En momentos en que Bilbao y Santiago, Valencia o la espectacularmente transformada Barcelona bullen e ilusionan a sus habitantes con proyectos de gran calado artístico y social, Madrid es una ciudad con más de un millón de plazas de aparcamiento (según las últimas estadísticas), que así diría hoy el verso célebre de Dámaso Alonso.

¿Nacerá el Nuevo Madrid? La epifanía es difícil con ediles que pretenden cerrar un centro cultural argumentando que el barrio donde está situado (el de Salamanca) ya cuenta con muchas librerías y galerías de arte. El antídoto contra la pulga del Manzano podría ser el jarabe Ruiz-Gallardón, que sigue presentándose como apóstol de la renovación y la vanguardia artística (aunque tenga un consejero de Cultura que retiró la subvención al excelente Festival Mozart "porque ya se- habían tocado todas las óperas del compositor"). Pero el Festival de Otoño madrileño, que terminó la semana pasada, ha sido, pese al poco tiempo con que se preparó, el mejor que yo recuerde, con un cartel que superaba en interés y variedad al del Festival d'Automne de París.

Las ciudades, como los hombres,no viven sin embargo de alegrías, sino de un continuo bienestar. Si las autoridades de la capital más grande de España no son capaces de devolverle todas las letras a su hombre, tendrán los madrileños que aprender a pronunciar Madrid con una d final antigua y señorial, Madrit a la manera catalana, o (aunque sea volver a lo castizo) Madriz. Todo menos quedarse a secas con Madrí.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_