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Tribuna
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La encrucijada japonesa

Emilio Ontiveros

No surgen muchos paliativos en la valoración de la trascendencia de la crisis del sistema financiero japonés, ni siquiera la que pusiera alguna cautela a esta generalización. El último de los colapsos, la de la más antigua sociedad de valores y la cuarta por tamaño, Yamaichi Securities, ya no puede calificarse de episodio aislado, y sus repercusiones dentro y fuera de Japón en modo alguno serán equivalentes a las de las entidades que la han precedido. Se trata, en efecto, de la quiebra empresarial de mayor envergadura de las ocurridas en aquel país desde la II Guerra Mundial, cuyas ramificaciones a otras entidades y empresas no financieras pueden ser importantes.La tentación de hacer una consideración genérica de lo que está ocurriendo en el conjunto de la región no puede desplazar la atención de los problemas específicos del sistema económico japonés y de su trascendencia sobre el resto del mundo. Contener elementos en común, la etiología es algo distinta. En esto lleva razón el ministro de Finanzas japonés, tal como ha declarado en Vancouver: no es una pieza más en el dominó del sureste asiático. Pero las razones más tranquilizadoras no son precisamente las que podrían apoyarse en ese carácter de prestamista al resto del mundo.

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Esa condición de acreedor neto del resto del mundo diferencia efectivamente a Japón de esos vecinos hoy asistidos por el FMI (frente a los déficit por cuenta corriente de Tailandia, Indonesia y Corea, Japón presenta un superávit del 3% de su PIB), pero constituye el fundamento de la principal amenaza sobre la estabilidad financiera del resto del mundo. En primer lugar porque parte de esos activos financieros exteriores están situados en esos países del sureste asiático, cuya solvencia está ahora en entredicho. Así, de los 100.000 millones de dólares que tenían pendientes de pago deudores de Corea del Sur al final del año pasado, una cuarta parte lo eran frente a acreedores japoneses. En segundo porque la precipitada liquidación por parte de los bancos japoneses de sus activos exteriores más sanos -los materializados en bonos y acciones de los países occidentales-, como premisa a cualquier operación de saneamiento financiero interno, puede constituir un foco de inestabilidad sobre los mercados e instituciones financieras en el resto del mundo. La sensibilidad de los mercados bursátiles ya es suficientemente expresiva al respecto.

El sistema está enfermo y las terapias susceptibles de administración pueden generar efectos secundarios de consideración dentro y fuera de ese país. La salida a la encrucijada en la que están inmersas las autoridades japonesas no es fácil. Aprovechar la crisis para, dejando caer las entidades enfermas, introducir las reformas largamente reclamadas, conllevaría probablemente la quiebra de alguna entidad adicional. La decisión más probable por menos traumática, el rescate con capitales públicos de las entidades ya desahuciadas y el apoyo a aquellas otras afectadas por el efecto dominó, además de diferir la solución de los verdaderos problemas, agravaría el ya deteriorado déficit presupuestario del país y crearía serias tensiones de liquidez en el resto del mundo. No hace falta subrayar que la demora en la adopción de esta última solución convertiría a la primera en la única posible.

En ambos casos, la economía japonesa abordaría el futuro inmediato con unas perspectivas de crecimiento significativamente inferiores a las anticipadas hasta ahora, incorporando sus efectos deflacionistas a los que con razón se presumen transmitirán las vecinas que ya han entrado en programas de saneamiento bajo la dirección del FMI. Sin necesidad de que el yen se deprecie más de lo que lo ha hecho, la combinación con las devaluaciones experimentadas por las del resto de los países asiáticos, en más de un 35% en promedio, obliga a revisar a la baja el comportamiento previsible de las principales economías en el futuro próximo. Desde luego, las correspondientes al saldo de intercambios exteriores con EE UU y, en menor medida, con Europa.

Con todo, podría asumirse ese precio a cambio de la definitiva normalización de aquel sistema financiero y de la efectiva neutralización de la propagación al resto del mundo de su enfermedad, algo hoy difícil de garantizar.

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