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Deuda con México

JOSÉ LUIS ABELLÁN

Es sabido -o debiera serlo- que España tiene una impagable deuda con México. Me refiero a la actitud con que ese país latinoamericano acogió en los últimos meses de la guerra civil y primeros de la posguerra a los españoles que, por distintas razones -no sólo políticas, sino culturales, intelectuales, familiares o incluso geográficas-, se vieron obligados a salir de España precipitadamente. El entonces presidente de México, Lázaro Cárdenas, movido sobre todo por razones morales de solidaridad internacional y humana, dictó medidas de acogida y protección a aquellos exiliados que favorecieron de modo extraordinario su integración personal y profesional en el país amigo. El criterio esgrimido en aquella acogida fue eminentemente el de no discriminación, y el resultado es que México se convirtió entre 1938 y 1939 en el país americano que recibió mayor número de republicanos españoles con una alta cualificación profesional. En aquellos barcos de inolvidable recuerdo -Sinaia, Mexique, Flandes, Ipanema- viajaron nombres de españoles que, muchos de ellos entonces poco o nada conocidos, darían luego lustre y renombre a la patria ingrata. Es difícil determinar el número de españoles que entonces entraron en México, pues no hay esta dísticas fiables, pero los que hablan de 25.000 o 30.000 individuos se sitúan entre las cifras más probables. Sobre lo que no cabe duda es de la generosidad de la medida, bien perceptible en el hecho de que a todos sin excepción se les abrió la posibilidad de acogerse a la nacionalidad mexicana, lo que muchos efectivamente hicieron.El resultado de esta excepcional acogida representó un estímulo de primer orden para el desarrollo de la cultura, de la investigación, de la edición y de la vida universitaria, llevado al grado de convertir a México en pocos años en la capital cultural del exilio español, con sus impresionantes realizaciones en todos los órdenes. A los desmemoriados quizá convenga recordarles que en México se asentó, salvo muy contadas excepciones, la plana mayor de la generación del 27 -con poetas del calibre de León Felipe, Pedro Garfias, Luis Cernuda, Emilio Prados, Juan José Domenchina, José Bergamín, Juan Larrea-, o novelistas del calibre de Max Aub o Ramón J. Sender, que vivió en México largas temporadas; recordemos que la obra de Luis Buñuel como director de cine tuvo su centro de operaciones en México, y que en aquella ciudad se editó la revista Ciencia, aglutinante de la importantísima labor científica de los exiliados españoles -desde Severo Ochoa o Rafael Méndez hasta un Josep Trueta o un Arturo Duperier, por citar sólo algunos de los más destacados-. En el ámbito de la filosofía es imposible olvidar que en México tuvieron su desarrollo más profundo algunos de los planteamientos de la filosofía de Ortega y Gasset, a través de discípulos y seguidores como José Gaos, María Zambrano, Luis Recasens Siches, Leopoldo Zea, Fernando Salmerón... Pero no puede tampoco dejar de recordarse que, al margen de su vida profesional individualizada, los exiliados españoles desarrollaron una importante labor colectiva en el área de la educación, con fundación de centros como el Instituto Luis Vives, el Colegio Madrid o la Academia Hispano-Mexicana; en la fundación de revistas como España Peregrina, Romance, Las Españas; o en la producción editorial, con nombres prestigiosos -Séneca, Porrúa, Fondo de Cultura Económica-, en los que colaboraron como fundadores, colaboradores, traductores, directores de colección, autores...

Es un hecho que hoy hay en aquel país mexicanos ilustres discípulos y seguidores de los maestros españoles que allí se asentaron tras la guerra civil. Algunos de ellos han alcanzado renombre internacional y han puesto las bases de un encuentro cultural e intelectual con las jóvenes generaciones de españoles que han accedido a la vida pública, tras los cuarenta años de dictadura. Por eso resulta doblemente doloroso que muchas veces esos jóvenes permanezcan de espaldas a esa extraordinaria labor y que sólo algunos nombres de estos españoles ilustres -a los que la industria cultural ha hecho populares- sean conocidos de nuestra juventud. Se hace necesario, pues, su conocimiento y difusión entre nosotros, pues son ellos los que han construido el puente -del que a veces se habla retóricamente- que permite dar continuidad a una labor cultural, científica, intelectual, construida sobre la base común de la lengua compartida. Un trabajo realizado en esa línea y con la perspectiva que ella implica es lo único que permitiría hacer de la invocada "hispanidad" algo que no fuera simple y hueca retórica.

Al llegar a este punto es posible que todavía haya quien, dejándose llevar de esa vieja y hueca retórica a que acabo de aludir, nos quiera recordar que esos exiliados fueron "republicanos" y, en definitiva, "rojos". Pero es precisamente aquí donde más quiero insistir yo, pues, a la altura histórica que nos encontramos, me parece perentorio superar las rémoras del pasado. A las puertas del siglo XXI se impone la necesidad de marginar las causas políticas y los compromisos ideológicos que llevaron a aquellos españoles a tomar determinadas decisiones. Es un hecho que fuera de España se construyó parte de la actual cultura española y que, en gran medida, esa parte constituye una pieza fundamental para un acceso pleno y consciente al próximo año 2000, como ha sido reconocido internacionalmente. Esos españoles fueron los forjadores de un patrimonio cultural que hoy es nuestro, es decir, de todos los españoles, como lo demuestra el carácter universal de su legado.

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Y es aquí precisamente donde incide la que he llamado impagable deuda con México y muy especialmente con quien fue presidente de aquel país durante años cruciales: Lázaro Cárdenas (1934-1940). Por eso debo felicitarme aquí de que esa deuda haya empezado a pagarse con algunas cantidades a cuenta: en ese orden hay que entender el que se le concediese a título póstumo en el año 1995 -centenario de su nacimiento- a Lázaro Cárdenas la Gran Cruz de Isabel la Católica y también el que dentro de este mismo año 1997 haya empezado a funcionar dentro de la Comunidad de Madrid (en la localidad de Villalba) un instituto de enseñanza media con el nombre de Lázaro Cárdenas. Me complace señalarlo así como prueba de que la deuda ha empezado a amortizarse, aunque probablemente es imposible que alguna vez quede saldada por completo.

José Luis Abellán es catedrático de la Universidad Complutense

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