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Buscando a Cánovas desesperadamente

La derecha política española y sus personajes principales, algo huérfanos de referentes, andan, como diría Luigi Pirandello, en busca de autor. Parecen haberlo descubierto alborozadamente en Cánovas, en el año en que se cumple el centenario de su asesinato. 1997 estará repleto de actos conmemorativos de Antonio Cánovas del Castillo patrocinados por el PP.¿Por qué esta repentina pasión por Cánovas, que exponía Aznar en un reciente artículo en Abc? No es difícil contestarlo, creo. Ésta es una derecha sin claras raíces ideológicas democráticas en España, a diferencia de la izquierda. La era de los escándalos socialistas le ha regalado una legitimidad que tenía perdida. De pronto, aparece la oportunidad de un hombre-régimen como Cánovas, y el PP no ha dudado en dar el salto hacia atrás, para crear una determinada memoria histórica, algo forzada. Cánovas, como alternativa a Franco. ¿Quién puede resistirse a la tentación?

Pero la buena pregunta es si puede extraerse de Cánovas y su Restauración lo que el PP cree necesitar, sin seguir el tópico laudatorio y sin falsear lo que en realidad fue el canovismo.

La operación restauradora, en la concepción de Cánovas, no fue sino la fórmula para retroceder y romper abruptamente con el sexenio democrático. Cánovas conspiró desde 1873, y luego impidió la consolidación de la monarquía de Amadeo de Saboya. El objetivo era nítido, traer la dinastía de los Borbones, que era en aquel entonces la realmente vinculada a los intereses económicos de la alta burguesía española y los propietarios cubanos, absolutamente centrales en la trama restauradora.

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Pero no era suficiente con acabar con el régimen democrático. El proyecto conservador de Antonio Cánovas del Castillo necesitaba un renovado edificio espiritual ante los intereses sociales emergentes, porque, como dice Benedetto Croce, el político, ante nuevos intereses nacidos de necesidades sociales, no puede rechazarlos, tiene que contar con ellos. El moderantismo de mitad de siglo de Isabel II estaba sepultado. Hacía falta mantener y desarrollar el pujante orden social conservador de un modo algo diferente a "empuñar el garrote y pegar firme", que era a lo más que había llegado la elaboración política del espadón Narváez.

Pues bien, lo antiguo era la autoritaria y nobiliaria monarquía y la religión católica. Lo nuevo era el liberalismo burgués, el constitucionalismo y la democracia. Cánovas llega a ser el gran intelectual orgánico conservador por ser capaz de ofrecer una cierta coherencia al enlace de ese pasado con ese presente inevitable.

Pero de todos los factores en juego (Monarquía, catolicismo, liberalismo, Constitución y democracia) había uno vetado, incompatible con el fuerte sentido oligárquico y el peso aristocrático del estrato superior (Jover) de aquel fin de siglo. Se trata de la democracia. La Constitución de 1876 no es democrática, "gracias a Dios", dirá enfáticamente Cánovas. En la España de entonces votaba el 2% de la población.

Con ese límite, Cánovas construyó el entramado ideológico de las clases dirigentes de la Restauración, que puede ser, a mi juicio, resumido en una triple alianza: con el liberalismo, con la religión católica y con la monarquía constitucional. En el primer caso, se trata de una relación pragmática, utilitaria, en la que las fuerzas sociales hegemónicas quedan en una posición que yo llamaría aideológica, es decir, desde fuera, sin un compromiso histórico integrado. La oligarquía representada por Cánovas no es liberal en su fondo. Lo será sólo de forma inmediatista, coyuntural, en cuanto necesite de tal corriente de pensamiento. De ahí la debilidad ideológica esencial que arrastrarán las capas sociales dominantes en la España contemporánea, y que se proyecta en su preocupante falta de capacidad consensual; en su fácil recurso a la represión o al golpe de Estado en momentos críticos; en lo que Leopoldo Alas fustigará de Cánovas, "gobernar sin ideas".

En efecto, hay un sutil desprecio de Cánovas a lo que de más auténtico pueda tener el liberalismo como concepción del mundo diferenciada de la tradición autoritaria. Tanto, que en España la praxis política no ha permitido atisbar distinciones entre liberalismo y conservadurismo. El liberalismo al que se enlazan las clases dirigentes termina por ser fagocitado por el conservadurismo.

En la intervención de Cánovas en el Congreso el 17 de noviembre de 1876 -que no tiene desperdicio y en la que no hace sino extraer las consecuencias políticas de la doctrina que ya expusiera en el debate sobre la Internacional (sesión del 6 de noviembre de 1871) sobre que las desigualdades proceden de Dios- va a ser explícito su concepto de un liberalismo de raíces profundamente antidemocráticas: "El proletariado no necesita representantes, sino patrones".

De ese modo tan contradictorio, Cánovas abre una etapa, conectando la cavernícola y aislada derecha sociológica española con un liberalismo en el que nunca creyó, pero que le dará una mínima estabilidad política.

Es el arranque para una era en que, junto a la represión del aparato de Estado, hay un tímido intento de empezar a gobernar también con el consenso social. Para eso se requiere un segundo frente de alianza ideológico: la religión.

La cuestión religiosa es con Cánovas una cuestión de Estado; la religión como institución política, religio instrumentum regni. Marx lo sintetizó en esa famosa frase sobre el opio del pueblo. Cánovas fue en eso un perfecto marxista.

También lo fue respecto a la monarquía, que era para él la verdadera Constitución, por encima de cualquier decisión democrática: "Ninguna Constitución, ningún Parlamento prevalecerán jamás sobre ella". La Restauración fue un régimen monarquizado -que terminó por ser suicida-, en el que el Rey ocupó el polo de poder decisivo, anulando la doctrina ortodoxa de Constant o Thiers: "El rey reina pero no gobierna". No puede extrañar que el poderoso y autónomo ejército sea situado en dependencia directa del monarca, y que ello sea teorizado por un Cánovas cuyo apriorismo o inmanentismo católico le permitió racionalizar el recurso a la fuerza como última ratio en la mejor tradición golpista.

¿Qué puede interesar de todo lo anterior a una derecha moderna hoy? No es sencillo imaginarlo.

Hay, sin embargo, algunos trazos del canovismo que sí nos hacen recordar lo que el PP quiere representar. Así, la preocupación por ser una "tercera vía" entre la pura reacción del moderantismo y el peligro de un liberalismo demasiado real. El PP es más o menos eso, algo entre. la extrema derecha y el centrismo tipo UCD, al que se empeñó en dinamitar la derecha y lo logró.

También, la obsesión mediática del PP recuerda aquella modernización que en Cánovas se manifestó en la importancia que dio a la opinión pública como referencia básica de Gobierno.

En cualquier caso, toda comparación de regímenes políticos es casi esperpéntica si ponemos en un lado a la Restauración y en el otro a nuestra joven democracia. La mayor de las diferencias está en la base social de uno y otro sistema. El de hoy tiene el apoyo de la inmensa mayoría. El de Cánovas, del que quiere apoderarse el PP, expulsó de su seno a 15 millones de españoles y españolas de las clases populares y trabajadores, en una población de 17 millones . Las fuerzas sociales de la Restauración tenían una composición estrecha y cerrada. Era la estructura que sostenía una política equilibrada pero inmóvil.

Eso ayuda a explicar la falta de vitalidad política del régimen parlamentario, lo que Abbate llama "angustia de base social", ausencia de cultura mediadora. Tal sentimiento es quizá uno de los que con más vigor transmite la sutil prosa de La Regenta o el genio narrativo de los Episodios nacionales.

Si hay una idea expresada de forma implacable por Cánovas en sus discursos parlamentarios es la de que el campo de la vida pública tiene unos límites absolutamente intraspasables. No hay ninguna posibilidad de transacción con la democracia. El sistema político está cerrado al pluralismo real.

El incipiente socialismo y sindicalismo se vio a sí mismo casi siempre fuera de la política legal, en crónica discriminación con el esquema de poder de Inglaterra, Francia o Italia, cuyo liberalismo tuvo una dimensión más auténtica.

Éste es el otro lado del espejo de una notable personalidad, Cánovas, y de un régimen, la Restauración, cuyo progresivo distanciamiento de la realidad social, y territorial (el centralismo), terminó por hacer de la monarquía parlamentaria el camino más largo hacia las dictaduras del siglo XX.

La supuesta estabilidad del canovismo pagó ese precio tan alto en términos políticos y, sobre todo, culturales, que nos dificultó el acomodo en este siglo. Una lección para que nos facilitemos la entrada en el próximo siglo XXI. En eso tengo la impresión de que Cánovas puede enseñarnos poco.

Diego López Garrido es secretario general de Nueva Izquierda y autor de la obra Antonio Cánovas del Castillo. Discursos parlamentarios (Madrid, 1987).

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