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Un hombre fino

El título me llamaba, provocativamente, desde el escaparate, junto a otros volúmenes de una abigarrada colección. El reclamo resultó irresistible: Nuevo manual de urbanidad, cortesanía, decoro y etiqueta, o el hombre fino, editado en Madrid por la librería Hijos de don J. Cuesta, calle de Carretas, número 9, como antaño era común. Un volumen en octavo, de 224 páginas, cubierta en tono amarillo mortecino, sin rastros del nombre del autor y con el atractivo del facsímil, en letra redonda negrita, de agradable lectura y correcta redacción. Según anuncia la portada, contiene, entre otras cosas, todas las reglas del arte de presentarse en el mundo, en todos los casos... como "visitas, convites, reuniones filarmónicas, matrimonios, duelos, lutos, etcétera". Datada en 1889.Es un amplio tratado del decoro: el relativo a los deberes familiares, el conyugal -nada de lavarse o cortarse las uñas en presencia del otro, ni exhibir ternura demasiado viva, colocándose constantemente (sic) juntos, conversando e incluso bailando sin parar-. Se incurre en ridículo social. Decoro consigo mismo, empezando en el tocador; el atavío del hombre, al levantarse, es el pantalón y la bata, de tela corriente para la mujer, que es preciso mudar a menudo, pues para las visitas matutinas se recomienda a las señoras un elegante desaliño, cuyo significado escapa a las generaciones posteriores. Otra cosa bien distinta es la visita de etiqueta, que se hace por la noche. No se le ocurra a usted, si pretende pasar por hombre fino, acudir sin rico pañuelo en el bolsillo, camisa muy bien planchada, chaleco elegante, a la par que discreto; hermoso reloj, con cadena simple y pocos dijes, que cualquiera encontraría fuera de lugar. Sin olvidar el calzado y el sombrero.

Imposible reseñar la vestimenta y ornato en esa obsesiva dedicación al visiteo a la que se entregaban sin freno nuestros antepasados. Como norma genérica, la señorita, en el vestir, debe ofrecer menor afectación y riqueza que la señora casada. Una sensata observación, hoy olvidada, es que las ancianas deben abstenerse de usar colores brillantes, modas muy nuevas y adornos graciosos, como plumas, flores y joyas.

El cuidado de la reputación es prioritario y corolario de los deberes para con uno mismo, afirma el opúsculo. Una señorita jamás debe salir de casa sin ir acompañada, por lo menos antes de cumplir la edad de 30 años; en todo caso, flanqueada por una doncella, en correrías por la ciudad o de compras. En visitas de etiqueta, paseos, bailes o tertulias, indispensable la madre o damas de edad que hagan las veces. Impensable y desordenado que una joven circule sin amparo familiar, una vez declinado el día. Estas medidas reaccionarias, no cabe duda que deberían descorazonar a los violadores y paidófilos de la época.

Las previsiones abarcan toda actividad humana, regulan las normas de urbanidad entre mercaderes y compradores, los abogados y sus clientes, los médicos y los enfermos, siempre recíprocamente; los militares, artistas y eclesiásticos, a ellas han de atenerse. Se rechaza, con firmeza, la acritud en el trato hacia los criados que, al parecer, todo el mundo tenía, aconsejando benevolencia, afabilidad y largueza. Acertada y moderna la recomendación de prudencia al utilizar las tarjetas postales -sin sobre-, el telégrafo y el teléfono, donde la forzosa intervención de terceros -los empleados respectivos- demanda circunspección en el lenguaje. Y eso que no existían las grabadoras magnetofónicas, cuyas cintas tantísimos disgustos proporcionan.

Viejos tiempos, en los que parecía que medio mundo se tropezaba con la otra mitad, visitando o recibiendo. Lenguaje de las tarjetas, los carnets de baile, los abanicos, las miradas y el florete. Todo sustituido hoy por el contestador automático que no escuchamos, cuando no se nos olvidó conectarlo. En resumen: si ahora pretendiera usted ser un hombre fino o una dama de gran mundo, no es preciso que lea este libro o parecido; basta que haga todo lo contrario de lo que es usual en la actualidad. Satisfará los requisitos de urbanidad, cortesanía, decoro y etiqueta. Se quedará sin amigos y los parientes más cercanos intentarán persuadirle de la urgente necesidad de ponerse en manos de un psiquiatra.

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