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Posmoderno, moderno y premoderno

Andrés Ortega

Robert Cooper, diplomático brillante que fuera hasta recientemente director de planificación del Foreign Office, ha producido un opúsculo muy sintético y muy útil para ordenar nuestras ideas sobre el mundo actual. O mejor dicho, sobre los mundos actuales. Pues en The post-modern state and the world order (El Estado posmoderno y el orden mundial), publicado por Demos, un centro de debate e investigación, Cooper nos brinda la idea de tres mundos coincidentes.Cooper parte de la base que con los acontecimientos de 1989 ha cambiado el sistema de Estados de Europa vigente desde la Paz de Westfalia en 1648. Era el moderno equilibrio de poderes -balance of power que Ortega y Gasset definiera como "el auténtico Gobierno de Europa"- y que llegó a su paroxismo con el enfrentamiento entre dos bloques durante la guerra fría.

Pero con 1989, en Europa al menos, se ha pasado página en el libro de la historia. Con un "nuevo vocabulario" y "nuevas políticas" estamos, según Cooper, en el posequilibrio de poderes, en una Europa posmoderna en la que los Estados colapsan en un orden superior, en vez de en un desorden inferior, Son Estados que no insisten en su soberanía por encima de todo ni en separar los asuntos externos de los internos. Cooper ve estos rasgos no sólo, evidentemente, en esa construcción que es la Unión Europea, sino también, por ejemplo, en el tratado sobre armas convencionales (CFE) en Europa, por el que los Estados aceptan intromisiones en su soberanía que hasta ahora siempre habían rechazado. Es "la seguridad basada en la transparencia" y "la transparencia a través de la interdependencia". Los Estados de la UE son, en este sentido, posmodernos. El interés nacional viene definido por el proceso político en democracia, incluso por la amistad entre Estados, más que por aquella máxima británica de Palmerston de los "intereses permanentes". Lo que en la pluma de un diplomático británico supone un gran cambio.

Pero no todos se han hecho posmodernos. Pues mientras esta Europa se ordena, otras partes del mundo se están volviendo más desordenadas. Hay regiones y Estados aún modernos, donde impera el sistema antiguo del equilibrio de poderes, como en el Golfo, si bien con una excesiva rigidez. EE UU, que se resiste a la injerencia mutua, sería aún más bien moderno. Y hay Estados premodernos, es decir, en formación o ruptura, cuando ya no hay esa elección del pasado entre imperio y caos. Rusia es semilla con las tres posibilidades. Japón es posmoderno, pero si la China moderna insiste en afirmarse como potencia, podría obligarle a convertirse, una vez más, en moderno.

Para los europeos, la posmodernidad plantea sus propios riesgos. Por una parte, que haya que intervenir, por razones de interés o de moral, en conflictos provocados por Estados modernos o en el seno del mundo premoderno, se llame Yugoslavia o África. Europa debe estar preparada para éstas u otras eventualidades. Pero la desconstrucción del Estado en la posmodernidad lleva a la apatía o a la incapacidad de actuar. Cabe preguntarse si el propio éxito de su paz y de su integración no impide justamente a los europeos hacer surgir una Europa-potencia, aunque sea de nuevo cuño, pero que deje de limitarse a ser espacio. La falta de enfrentamiento interno hace que Europa no sienta la necesidad de afirmarse física o psicológicamente. Y ello cuando, con algunas excepciones parciales, han desaparecido en buena parte las políticas exteriores de los Estados que la componen, pero no ha surgido en su lugar una política exterior común. Y como la política tiene horror al vacío, la llena el único país capaz de hacerlo: Estados Unidos. Mas incluso EE UU puede vacilar en su voluntad.

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