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M. A. R., chiquillo

Ese chiquillo -él mismo lo dice: seria una chiquillada amenazar a Asensio con la cárcel-, ese barbado chiquillo -tiene la misma edad que tenía Sancristóbal cuando le nombraron responsable de la seguridad del Estado-, ese obstinado chiquillo -aún va con las rodillas peladas, jugándose la vida a las canicas-, ese inesperado chiquillo -hace dos días, cuando trabajaba en un periódico, habría tenido dificultades para hablar con la secretaria de la secretaria de la secretaria de Asensio; de pronto, se ve a sí mismo diciendo: "Soy Rodríguez y tú [ya lo tutea] vas a ir a la cárcel"-, ese chiquillo, en fin, tiene preceptor, y convendría no olvidarlo.Tiene preceptor y, dado que su oficio es ponerle voz a lo que piensa y decide otro, tampoco tiene voz propia. (Esto último ya se veía en sus novelas: el estilo es el hombre). Por lo tanto, y con independencia de que pudiera beneficiarle un periodo de meditación, su preceptor habría de responder: el chiquillo -M. A. R. le llaman en Madrid: allí no hay playa, pero su ambición y su confianza en sí mismo son oceánicas- non ha l'età. Su preceptor habría de aclarar, sobre todo, por qué el chiquillo aprendió a decir cárcel antes que papá y mamá. Aclarar por qué en España ya no se amenaza con llevar a nadie ante los tribunales -era una bravuconada, pero una bravuconada inspirada todavía en Montesquieu-, sino con la cárcel, sin atajos. Por qué en España no puede hablarse en propiedad de una judicialización de la vida política y empresarial -la vida democrática siempre ha estado judicializada, es decir, regida por la ley-, sino de su emparedamiento.

La España propuesta por el preceptor no es un tribunal, sino una penitenciaría. Ya veo al chiquillo entrando en el reformatorio y a su hosco preceptor mascullando: "¡Así aprenderá a ser un hombre!".

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