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Un privatizador con puño de hierro

Ancianos y parados temen lo peor del liberalismo que preconiza el nuevo primer vicejefe del Gobierno

Pilar Bonet

El retorno de Anatoli Chubáis al Gobierno ruso ha sido como una descarga eléctrica. Con la vuelta del "pelirrojo", como le llaman sus enemigos, o el "férreo Tolia", como le llaman sus amigos, los ancianos y parados que reivindican los atrasos de meses en la Rusia profunda auguran nuevas penurias, y los funcionarios instalados en los cómodos despachos de las instituciones financieras internacionales pronostican grandes oportunidades para la reforma liberal.Chubáis, hijo de un militar, recibió una esmerada educación en Leningrado (hoy San Petersburgo), donde a mediados de los ochenta fue uno de los organizadores de los círculos de debate semiclandestinos, que fueron cantera de las nuevas generaciones del pensamiento económico ruso. Es un veterano de los intentos reformistas del postcomunismo, pues estuvo en el Gabinete gubernamental desde 1991 hasta enero de 1996, cuando, con la frase "Chubáis es culpable de todo", Yeltsin le apartó de la vista del público durante la campaña electoral. Se dedicó entonces a coordinar el apoyo económico a Yeltsin, y demostró ser un maestro para colocar el destino a su favor.

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Enfurecido, imparable, protagonizó una conferencia de prensa sin precedentes después de que dos de sus colaboradores fueran detenidos al tratar de sacar una caja con medio millón de dólares (unos 70 millones de pesetas) de la sede del Gobierno, sin papeles. Gracias a su intervención, el influyente Alexandr Korzhakov, el guardaespaldas jefe de Yeltsin, cuyos hombres interceptaron la salida de los dólares, adquirió los rasgos de un peligroso conspirador. El resultado fue que Korzhakov y otros representantes de círculos económicos distintos. de los que se habían aglutinado en torno a Chubáis perdieron su principal capital: el acceso al presidente.

La mayor contribución de Chubáis a la reforma en Rusia fue el programa de privatizaciones mediante cheques, conocido como "el mayor robo de la historia" por sus adversarios. El nuevo primer vicejefe del Gobierno no tenía razón cuando prometió a los rusos que podrían comprar dos coches de producción nacional con su cheque de privatización (cuyo valor al cambio de hoy, es de unas 200 pesetas). Del reparto de la propiedad del Estado se benefició una nomenklatura que en parte coincide con la antigua y que prefiere el proteccionismo y los pactos entre bastidores al libre juego del mercado. Y esa nomenklatura de vocación oligárquica es uno de los graves problemas de la Rusia de hoy.

Amigos y enernigos de Chubáis coinciden en considerarle un hombre calculador y frío, capaz de defender sus fines a toda costa sin reparar en medios. A los observadores desapasionados les sorprende su capacidad para mentir sin pestañear.Chubáis es considerado como un buen organizador y amigo de sus amigos, como lo indica el haber colocado a sus colaboradores de San Petersburgo (donde llegó a ser vice alcalde) en puestos clave de su equipo moscovita. Anti comunista visceral y maestro de la intriga, sabe pactar, con quienes considera fuertes y actuar implacablemente cuando su enemigo baja la guardia. Hoy, parece tejer nuevas redes en tomo al general Alexandr Lébed. Como jefe del gabinete de Yeltsin, Chubáis ha tenido un poder inmenso en un sistema político que deja en manos del presidente las decisiones importantes. Su acceso al presidente era privilegiado, gracias a la buena relación con la hija de éste, Tatiana. Controlaba todos los papeles que firmaba el líder, pero no podía moldear la política económica.

¿Podrá hacer ahora lo que no hizo de 1991 a 1996? Al margen del campo de maniobra que le haya dado Yeltsin, la protesta social es más amplia que antes, y los intereses de las nuevas élites se han consolidado. El férreo Tolia tendrá que demostrar que es un verdadero liberal y que la reforma para él cuenta más que los intereses de los bancos. de los que ha sido consejero y en los que ha mantenido cuentas solventes.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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