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Tribuna
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Silencios

Rosa Montero

Ha pasado una semana desde la irrupción de la guapa Dolly, y me asombra advertir que, entre el ingente aluvión de comentarios científicos, gracietas de columnistas, sesudos artículos moralistas y demás hiperproducción escribidora (a cuyo desparrame me sumo yo hoy), casi nadie resalte uno de los datos más espectaculares de la noticia: el hecho de que Dolly es el primer mamífero de la historia creado sin necesidad de un padre.Desde que el mundo es mundo, es la primera vez que un animal de esta complejidad ha llegado a la vida nacido de un útero, como siempre, pero sin que intervenga un macho en el proceso. Una inmensa y estremecedora novedad de la que, sin embargo, nadie habla: yo sólo he leído un artículo sobre el tema. Es un silencio raro, un silencio estruendoso, como si el asunto fuera tan enorme que resultara indecible e inadmisible. Pero esa realidad cargada de simbolismo está ahí, y aunque no la delimitemos con palabras va creando, en el inconsciente de todos nosotros, su propio universo de emociones.

Siempre he sospechado que, en el inicio del machismo, subyace el miedo del hombre a la capacidad procreadora de la mujer, un poder femenino que en eras remotas debió de parecer fabuloso y mágico. Y esta obviedad (la fascinación y la envidia del macho por la facultad gestante de la hembra) ha sido otro gran silencio milenario: tampoco se menciona. Ahora el hombre pierde emblemáticamente el último reducto de su paternidad. Ni me alegra ni me entristece: las cosas son así. Pero me temo que, en estos momentos en los que el hombre se siente amedrentado por el avance social de la mujer, esta enorme pérdida metafórica puede incrementar, siquiera de forma pasajera, la agresividad de ellos frente a ellas. Incluso lo comprendo, pero me preocupa.

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