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"De parte de orient vino un coronado"

El abogado Javier Sainz Moreno invitaba el pasado sábado a EL PAÍS a "poner con letras muy grandes: mi profesión es revelar secretos" [ver el ejemplar del pasado 1 de marzo]. Al día siguiente, en La Vanguardia, de Barcelona, daba un ejemplo de algunos de los secretos que suele revelar declarando que no otro sino él "descubrió que el autor del Poema del Mío Cid es Jerónimo de Périgord", según concluye en el libro que en 1989 publicó, a su propia costa, y en 1990, en versión corregida y aumentada, reimprimió en la colección Imposible, de las Ediciones Eterno Retorno.Incluso el lector más distraído recordará el brioso perfil del personaje en cuestión. El Cantar (mejor que Poema) pinta a don Jerónimo como el clérigo belicoso que se planta en la Valencia recién conquistada por El Cid (1094) suspirando por entrar en combate y a quien Rodrigo concede, en efecto, el honor de las "primeras feridas", es decir, de comenzar la batalla, y, por si fuera poco, se apresura a promoverlo a la sede episcopal de la ciudad: "De parte de orient / vino el coronado, / el obispo don Jerónimo / so nombre es llarnado, / bien entendido de letras / e mucho acordado, / de pie e de cavallo / mucho era arreziado. / Las provezas del Cid / andávalas, demandando, / sospirando el obispo ques' viesse / con moros en el campo, / que sis' fartás lidiando / e firiendo con sus manos, / a los días del siglo / non le llorasen

cristianos".

Jérôme de Périgord es, desde luego, un personaje histórico, pero no, ciertamente, el prelado trabucaire, ávido dé sangre mora, que imagina el Cantar, sino uno de los monjes cluniacenses llegados a la Península a instancias de Alfonso VI para reformar la Iglesia española, dentro de cuya jerarquía alcanzó a ser obispo de Valencia (aunque no en 1094, como supone él Cantar, sino en el 1098) y posteriormente de Salamanca y Zamora, hasta su muerte, en los aledaños del 1120.

En todo caso, cualquiera que repare en la fecha de defunción de don Jerónimo percibirá al punto la imposibilidad de achacarle la composición de una obra, como es el Cantar del Cid, cuya versión más antigua en ningún modo puede datarse, ni aun es inteligible, antes de 1140, y que no se conserva sino en una refundición tres o cuatro decenios posterior.

No son éstos, sin embargo, el momento ni el lugar de aducir razones contra las peregrinas teorías de Sainz Moreno, de modo que por ahora, para satisfacer la curiosidad de algún que otro letraherido, me limitaré a alegar el testimonio de dos especialistas excepcionalmente autorizados y por encima de toda sospecha, no sólo por la enjundia de sus aportaciones sobre la materia, sino además porque ambos llevan mucho tiempo indagando -sin resultado la menor posibilidad de aproximar el Cantar a un autor tan "bien entendido de letras" como don Jerónimo.

Alberto Montaner, responsable de la más solvente y exhausto va edición del Cantar que hoy circula, sentencia la tesis de Sainz Moreno lisa y llanamente "irreconciliable" con los datos del poema. Alan Deyermond, en el correspondiente suplemento a la Historia y crítica de la literatura española, ni siquiera la conceptúa digna de atención por parte de un medievalista serio.

En cuanto a mí respecta, sólo añadiré un comentario. Los historiadores de la literatura estamos acostumbrados a que amigos, alumnos y periodistas nos consulten sobre ciertas novedades de apariencia revolucionaria que regularmente saltan a los medios de comunicación, y procuramos mantener una disposición cortés y un talante pedagógico cuando se nos pregunta si realmente es válida la propuesta de Astrana Marín de que el principal, autor de La Celestina no fue Fernando de Rojas o sobre el supuesto hallazgo de que el Lazarillo de Tormes lo escribió Juan de Valdés.

Pero en más de un caso nos cuesta no perder los nervios y despedir con cajas destempladas a quien tan lleno de buena voluntad como de ignorancia quiere saber si de veras fue El Greco el auténtico autor del Quijote, la ínsula Barataria es de hecho un disfraz de Sanabria o Cervantes fue un judío, nunca bautizado, cuyos padres vivieron en las montañas de León. (No menciono más que disparates cervantinos, salidos últimamente a relucir y detrás de cada uno de los cuales existe un libro al que no ha faltado quien prestara crédito). Pues bien, la tesis de Sainz Moreno sobre el Cantar del Cid pertenece resueltamente a la misma categoría: el absurdo y lo grotesco.

Francisco Rico es académico de la Lengua.

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