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Defensa del candor

Gustavo Martín Garzo

El cuarto y último de sus viajes lleva a Gulliver a un país regido por caballos. Jonathan Swift contrapone la civilizada conducta de estos seres, que ordenan y regulan su existencia con una agudeza de juicio verdaderamente ejemplar, con la sociedad de los hombres, regida por un torpe remedo de la razón, aunque éstos -como beneficiarios que son de ese amenazado imperio- no quieran darse cuenta. Todo el delicado, mecanismo de burlas de Swift se basa en una fingida adhesión al sentido común, en llevar tal adhesión hasta esas últimas consecuencias en que la razón misma se pulveriza. Sorprende la actualidad de su obra. Tal vez porque vivimos en un tiempo en que el culto a la razón no es menor que cuando la escribió, como tampoco lo son los horrores que hemos visto crecer a su amparo. Tal vez porque nuestros principales enemigos siguen siendo el prejuicio, la comodidad y la cobardía.Marx tenía en esto razón. Nuestras ideas están definidas por nuestra pertenencia a una clase o a un grupo social, y no al revés, de forma que la mayoría de las veces ser razonable no es estar sino rindiendo, aun sin saberlo, un servicio al grupo o la clase a que pertenecemos. Tal vez por eso pocas veces haya sido más necesario plantearse el verdadero significado de la política, tratando de hacer de ella algo más que una mera justificación de lo ya conocido. El pensamiento que resulte de ese cambio debe perseguir algo semejante a esa función desautomatizadora que los formalistas rusos vieron como la esencia misma del arte, dar una sensación de vida como visión y no como reconocimiento. No quiero decir que haya que reinventar el irracionalismo, con sus fúnebres excesos, sólo que no basta con tener razón. Vivimos en una época razonadora, y me temo que este culto excesivo a la razón puede resultar peligroso (Nietzsche habló de la hipocresía de la razón). Porque es aquí donde, a mi entender, se instaura esa opción, la de un pensamiento que, hijo de su tiempo y heredero de la mejor tradición de la izquierda política, nos haga ir más allá de lo que tantas veces las razones y la experiencia cotidiana formulan como posible. Un pensamiento capaz de destruir el automatismo de nuestras ideas y de llevar a cabo, en esos instantes de extenuación racional, un movimiento hacia adelante que nos permita instalarnos donde esas razones terminan. Que, como la apuesta de Pascal, nos haga ver que aquello que podemos ganar es infinitamente más sugerente y hermoso que aquello que perderíamos con nuestro fracaso.

Es algo parecido al candor. Pero quiero que se me entienda, un candor voluntario, elegido conscientemente. Don Quijote, cuando libera a los galeotes, posee un candor semejante; también Huck -el protagonista de la novela de Mark Twain cuando decide no denunciar a su amigo Jim, al que la sociedad esclavista de aquel tiempo sólo ve como un esclavo huido. Es un esclavo, como los galeotes son unos maleantes, pero algo les dice -tanto á Huckleberry como a Don Quijote- que esa primera definición está lejos de agotar la realidad de aquellos a los que quiere referirse. Pues el candoroso es también el que hace esas preguntas que han dejado de formularse porque seguir haciéndolas pondría en peligro el fundamento mismo de lo real. Por qué existen fronteras, por qué un hambriento no puede abrirse paso hasta el expositor del supermercado y tomar lo que está tan a mano o por qué los animales deben morir para servirnos de alimento.

Escuchar al candoroso es, por eso, como ir en una de esas balsas que llevaba la corriente de los ríos. Por ejemplo, en la. balsa de Huck. Lionel Trilling escribió que el niño y el esclavo negro que huyen en esa balsa forman una comunidad de santos, porque de ella está ausente el orgullo. Todos los seres candorosos forman parte de esa comunidad esencial. Su simpatía es rápida e inmediata, y les mueve un profundo sentido moral, hasta el punto de que podemos decir, como Lionel Trilling escribió de Huck, que la esencia de su carácter es la responsabilidad. Todos anhelan ese espacio donde sea posible la vida y, con ella, la ternura, la burla ligera, el encanto de las cosas. "Porque", como el propio Huck nos dejó dicho, "lo que quieres en una balsa es que esté satisfecho todo el mundo y se sienta a gusto y sea amable con los demás".

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El candoroso cree en la libertad, pero piensa que ésta, antes que ser un bien que cabe poseer (el nombre que el afortunado de turno ha puesto a su rutilante velero), es un problema, y que cargar con ella es una tarea complicada, porque no es nada lejos de la justicia, y ésta comporta una responsabilidad hacia el otro que los voceros de la libertad suelen olvidar con demasiada frecuencia. Es el que busca no tanto hablar de sí mismo como volver al mundo común. Por cierto, ¿no es ésta la verdadera tarea de la política?

Gustavo Martín Garzo es escritor.

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