_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La insoportable levedad de la izquierda

Noto desesperación en los críticos del capitalismo: escriben como si la única manera de crear una sociedad a su gusto fuera negando la utilidad e incluso la existencia de la ciencia económica tal como la entendemos los técnicos. "¡Maldito mercado!", grita un temeroso de la globalización. "La nueva economía", promete mi amigo Joaquín Estefanía. "Crecimiento cero", siguen diciendo los antiguos del Club de Roma. Quiero tranquilizarles. Aún es posible ser de izquierdas sin necesidad de ir contra la razón.La culpa la tienen los criterios de Maastricht. Si todos, socialdemócratas, socialcristianos, liberales, conservadores acuerdan prohibir el déficit público, reducir la deuda del Estado y contener la inflación, ¿qué tarea les queda a los intervencionistas? ¿Es compatible la izquierda con unas finanzas públicas equilibradas y una moneda estable?

Además, la fuerza opresiva de esos criterios no nace tanto de que los políticos se hayan puesto de acuerdo para aplicarlos, sino de la general aceptación de que para nada sirve reactivar el empleo insuflando demanda en la economía. Hubo un tiempo en que, siguiendo a Keynes, se creía posible combatir el paro, con obras públicas o con dinero barato. Parecía incluso que un gobierno socialdemócrata llevaba ventaja sobre uno conservador, por sus especiales relaciones con los sindicatos de izquierda. Así, en 1985-86, UGT y CC 00 se avinieron a contener las subidas salariales en el marco de un Pacto Social con el Gobierno socialista, lo que permitió a Felipe González aumentar el gasto público sin disparar la inflación. La huelga general de diciembre de1988 dio al traste con la ilusión de que esos malabarismos eran repetibles.

A quienes creen que los criterios de Maastricht y la quiebra del keynesianismo han dejado a la izquierda sin tarea les aconsejo la lectura del libro de Carles Boix, Partidos políticos, crecimiento e igualdad (Alianza). Es cierto que el manejo del ciclo desde el lado de la demanda ya no es posible, pero quedan opciones en el lado de. la oferta.

Un gobierno de izquierda querrá combinar el equilibrio presupuestario y la ortodoxia monetaria con grandes inversiones públicas redistributivas en infraestructuras, en educación, en sanidad, en pensiones, financiadas con cargas progresivas, tanto personales como regionales. Combatirá la reducción de los impuestos sobre las rentas más altas. Buscará mantener el gasto social de las autonomías más pobres, oponiéndose a que las autonomías forales y las otras más prósperas puedan reducir lo que entregan a la Hacienda estatal. Procuraré igualar las pensiones públicas y la atención sanitaria de todos en el nivel más alto posible. Para la izquierda, una inversión pública bien dirigida, en capital físico y sobre todo humano, es lo que permite crecer sin desigualdades. Una Europa unida alrededor del euro, con sus fondos de convergencia y su Carta Social puede incluso facilitar una política izquierdista a nivel continental.

Por el contrario, un equipo conservador confiará más en la inversión privada como motor del crecimiento y por tanto querrá dejar una mayor renta disponible en manos de los individuos, las familias y las empresas. También preferirá que las autonomías compitan entre sí para atraer inversores con condiciones fiscales favorables y se responsabilicen del coste de sus políticas. Aún aceptando el Estado de bienestar, se propondrá privatizar el suministro de los servicios públicos, con bonos escolares, cheques sanitarios, pensiones capitalizadas. Por fin, intentará elevar el grado de competencia en la economía suprimiendo monopolios profesionales e industriales.

Espero que la mayoría de mis lectores me agradezca que les haya revelado que puede seguir siendo de izquierdas pese a la ortodoxia financiera a la Maastrichit o incluso gracias a ella. Les confesaré que mi fin principal no era ése, sino el de alarmar a quienes se dicen liberales para que no se duerman sobre los laureles. Como el efecto destructivo de las inversiones socializantes y de la educación pública sobre la capacidad de crecimiento de la economía tarda en notarse, no es imposible que vuelva a caer sobre nosotros la chapa socialdemócrata. Los criterios de Maastricht están muy bien, pero ¡ojo!. Quizá la moneda única facilite la creación de un gobierno intervencionista europeo.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_