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Crítica:FESTIVAL DE AVIÑÓN
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Silviu Purcarete se inventa a Esquilo

Por fin llegó el día tan esperado. El martes, a las 21.15 horas, subimos al autocar que había de llevarnos a la ya mítica cantera de Boulbon -¡Ah, el Mahabaratha!-, a 12 kilómetros de Aviñón, para asistir a la representación-conmemoración del nacimiento de Europa. Íbamos a ver la joya del festival del cincuentenario: Las danaides, adaptación (a partir de Esquilo) y montaje del rumano Silviu Purcarete, 107 intérpretes en escena. Coproducción del Festival de Aviñón, el Holland Festival, el Wiener Festwochen, la Grande Halle de la Villette (París) y el Teatro Nacional de Craiova (Rumania). Un pastón.¿Por qué el nacimiento de Europa? En la tetralogía de Esquilo, titulada Las danaides, compuesta por tres tragedias -de la que sólo nos ha llegado Las suplicantes- y un drama satírico, el poeta nos muestra a Danao y a sus hijas huyendo de Egipto, del matrimonio forzado que quieren imponerles sus primos, los hijos del rey Egipto, hermano de Danao. Danao y sus hijas llegan a Argos, piden asilo al rey Pelasgo y éste lo concede. Los primos no se resignan y declaran la guerra a Argos. Pelasgo es vencido y muerto. Las hijas de Danao se maridarán con los hijos de Egipto. Pero la noche de sus bodas las mozas asesinarán a los muchachos, salvo Hipermnestra, que perdonará la vida a Linceo y de cuya unión nacerá la nación griega, nacerá, según el rumano Purcarete, Europa. Un continente alumbrado en años de exilio, de guerras, en tierras de asilo, en medio de crímenes, de venganzas rituales, mientras la plana mayor de los dioses del Olimpo, situados a los lados del escenario, jugando con barquitos de papel (las naves de Danao) y fichas de domino (las murallas de Argos), contemplan cínicamente la escena. Algo así como el estado mayor de la OTAN a los pocos meses de desencadenarse la guerra de los Balcanes. Eso es, al menos, lo que dice el rumano Purcarete, que sabe muy bien cómo vender su tinglado.

Porque se trata de un tinglado; un peplum europeo y estival, festivalero. El rumano admite que pasear un espectáculo semejante a través de Europa, durante el verano, pasear esa leyenda sobre nuestros orígenes, "parece algo atrevido, excéntrico e insólito, pero a la vez sirve como testimonio de la paradoja que domina el teatro en estos años: algo inútil pero indispensable".

Visto el espectáculo (dos horas de duración), no queda más remedio que darle la razón a Purcarete: el espectáculo, el suyo, es del todo inútil y, ay, perfectamente dispensable. El estado mayor de los dioses, con sus smokings, ellos, y sus trajes de cóctel, ellas, sorbiendo sus respectivos martinis; los saltitos y las volteretas a lo buto del andrógino Danao (interpretado por la actriz rumana Coca Bloos), con su cabeza pelada, su barbita y sus pechos al aire; las cincuenta hijas de Danao vestidas de azul, con el rostro cubierto, llevando cada una su maletita blanca (que luego se convertirán en las murallas de Argos); sus primos, los hijos de Egipto, cabezas rapadas, disfrazados de Hare Krishna, escupiendo fuego por la boca.... todo eso es inútil y dispensable en un lugar sagrado, consagrado, como es la cantera Boulbon, ante un texto de Esquilo (que no es de Esquilo, burdamente apañado), recitado, psalmodiado por 107 rumanos en un francés aprendido fonéticamente y que viene a sonar como cuando los japoneses se ponen a cantar rancheras. Aquí no hay ni pizca de emoción. Ni pizca.

Algunas imágenes, admitámoslo, tienen su fuerza y aún su belleza. Como los cuerpos de los hijos de Egipto que aparecen muertos bajo los blancos velos de sus novias, con una cuchara, un tenedor o un cuchillo -Sus pobres sexos mutilados- hundidos en la boca. Pero la sensación general es la de una tabla de gimnasia, muy rumana muy Educación y Descanso, mezclada con el viejo Son et Lumiére galo. Imágenes para la tele, para un vídeo-clip publicitario, pero no para venderlas en Aviñón con el señuelo de Esquilo, de la tragedia de Europa -los Balcanes nos conciernen a todos- y en la tierra de Brook y de sus actores.

Terminada la función, convertidos en flamantes europeitos, volvimos a nuestros autocares (500 pesetas, Aviñón-Boulbon, ida y vuelta).

Unos autocares en los que uno se asfixia, con gente de pie, gente que pagó religiosamente su moneda de 10 francos para sentarse, hasta que, a la vuelta, apareció un señor con bigotes, un crítico de Le Marsellais, que se negó a pagar si no había asiento, y soltó una filípica contra el festival, por su escaso respeto del espectador, que levantó en el autocar una salva de aplausos que ya quisiera para sí el peplum del rumano Purcarete.

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