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EL RASTRO DE LA LIMPIEZA ÉTNICA

La Srebrenica serbia niega su origen

Los nuevos habitantes serbobosnios califican de "mito" los asesinatos de musulmanes tras la toma de la ciudad

, ENVIADO ESPECIAL"Miles de musulmanes huían desorientados, hacia Potocari gritando "Ilegan los chetniks". Era la víspera de San Pedro y ese día hubo muchos ataques artilleros. Yo esperé a los soldados serbios en la puerta de mi piso y antes escribí mi nombre en ella, para que supieran que era serbia, la única del pueblo. Las tres refugiadas musulmanas que tenía en mi casa huyeron también. No sé lo que sucedió después". Éstos son los recuerdos más vivos de Djuka Micic, una mujer de 76 años, sobre la caída de Srebrenica en julio de 1995. En la plaza principal del antiguo enclave musulmán del este de Bosnia todavía están las fotografías de Radovan Karadzic que engalanaron la semana pasada el mitin conmemorativo de su liberación por los nuevos dueños.

El tiempo parece haberse detenido en un lugar que hace un año albergaba a 40.000 o 50.000 sitiados por las tropas del general Ratko MIadic. Apenas viven hoy en Srebrenica, encajada entre dos cadenas montañosas, 5.000 serbobosnios, la mayoría de ellos llegados de los suburbios que abandonaron en febrero en Sarajevo. En, las aldeas del término, junto al Drina y la frontera serbia, habitan otros 10.000. No hay signos de actividad en el pueblo, salvo la recogida de leña de los bosques circundantes. "El agua corriente escasea, la mayoría de las aldeas vecinas no tiene electricidad. No hay campo que cultivar. La actividad industrial no existe y el 90% de la gente, incluyendo un campo con 1.500 refugiados, vive de la ayuda humanitaria, que con el final de la guerra se ha reducido a casi nada", describe Momcilo Cyjetinovic, el hombre fuerte de Srebrenica. Joven, barbirrojo, es el jefe local del ultranacionalista partido gobernante y, por tanto, representante de Karadzic.

Le dan la razón los hombres sentados a la puerta de las casas agujereadas, haciendo tertulia o callejeando sin rumbo. En el vecino Potocari, en tiempos un suburbio industrial al norte de Srebrenica, se mantiene el esqueleto de una importante fábrica de baterías que sirvió de cuartel general a los cascos azules holandeses que custodiaban el enclave. Hacia estas instalaciones de la ONU se dirigieron miles de despavoridos musulmanes hace un año, sólo para comprobar cómo los soldados atrincherados en su interior les negaban el refugio. La suerte final de muchos de ellos a manos de las tropas serbias, pasados por las armas en este mismo lugar, ha sido documentada por testigos ante el tribunal que investiga en La Haya los crímenes de guerra en la antigua Yugoslavia, cuyos expertos excavan cerca de Srebrenica, en Cerska, en busca de. pruebas de las matanzas. En aquellos mismos días de 1995, Karadzic declaraba en Pale a este corresponsal que "los serbios tendrán motivos para sentirse orgullosos después de esta guerra".

De la misma opinión, un año después, es su vicario Cvjetinovic. "No hay fosas comunes en nuestro territorio y no hubo muertos entre los que se rindieron a la caída de Srebrenica", asegura. "Los encontrados por los investigadores internacionales cerca de aquí, que no nos han dejado ver, pudieron morir por la explosión de minas, por luchas internas entre musulmanes o en combate con nuestros soldados... Mucho me temo que el dinero musulmán sirva para traer cadáveres de otros sitios y arrojarlos a los lugares que están excavando". "Esa historia sobre los 8.000 ejecutados es un mito verá cómo muchos de ellos resucitan para las próximas elecciones". Y añade: "Los musulmanes mienten siempre. Los serbios que se han venido aquí desde Sarajevo han contado que en la matanza del mercado de 1994, que provocó un ultimátum de la OTAN, el 90% de las víctimas fueron serbios, atraídos con engaño al lugar por el Gobierno de lzetbegovic".

La Srebrenica étnicamente pura que sestea olvidada este día de verano, antiguo balneario famoso cuyas instalaciones agonizan entre el bosque, es el mismo lugar al que las fuerzas serbobosnias cercaron por hambre y fuego durante tres años, permitiendo ocasionalmente el paso de algún convoy humanitario. Pocos sitios de Bosnia han hecho tantos titulares de periódicos a lo largo de la guerra. Desde las verdes cimas ahora desiertas que dominan el pueblo como una lejana maqueta in crustada en el valle, incluso el más lego puede entender lo fácil que debió de ser el trabajo de los artilleros sitiadores. Todavía permanecen aquí, en la parte más alta de la carretera, los cráteres de las erradas bombas con las que F-16 holandeses de la OTAN pretendieron simbólica mente detener en julio pasado una tragedia cuyo guión ya ha bía sido escrito.

Srebrenica fue un grano musulmán en territorio serbio. Precisamente porque sus verdugos tuvieron claro desde el principio que acabarían instalándose aquí, está mucho menos destruida que otras localidades de Bosnia. Con excepciones. En una guerra donde los lugares de culto han sido blanco predilecto, las dos iglesias ortodoxas del lugar permanecen intactas por fuera, salvo la torre de la mayor, ya reparada. De las dos mezquitas, una es un montón de hierro y cascotes en la plaza principal; los restos de la otra, inacabada, parecen el decorado de do tras un rodaje.

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En su vivienda monacal de la calle del Mariscal Tito -"no tengo nada, pero tengo que vivir", dice-, Djuka Micic asegura con su larga memoria que no sabe en qué momento. comenzó el odio entre unos y otros. La antigua partisana acusa a los dos bandos de las atrocidades cometidas. Cuando las hostilidades estallaron en la zona, a comienzos de 1992, se levantó una mañana para descubrir que la inmensa mayoría de sus convecinos serbios, un millar aproximadamente de los 5.000 habitantes de Srebrenica, habían abandonado en masa el pueblo en camiones y remolques asustados por el avance enemigo. Quedaron una treintena, y con el paso de los meses sólo dos mujeres, una croata y ella, en un creciente mar de musulmanes.

Durante los tres años siguientes, ya bajo el implacable asedio de los suyos, fue la única serbia de Srebrenica. "Tuve miedo, pero nunca fui molestada por mis vecinos y llegué a acoger en esta casa a una madre musulmana y sus dos hijas, que vivieron conmigo hasta su huida el año pasado". La vivaz anciana Micic tiene ahora unos cheques que le dieron en mayo como pensión, pero nadie se los acepta. Su casa está tan pulcra como vacía de comida. Rompe a llorar al hablar de la entrada de las tropas serbias. "Siento pena por Mladic, porque liberó Srebrenica. Votaré por él, votaría día y hoche".

"Los serbios aceptaremos todo", dice el jefe local de Srebrenica, "excepto que se nos imponga convivir con los musulmanes y la suerte de Karadzic, y MIadic". "[El juez surafricano Richard] Goldstone está haciendo en La Haya una justicia de apartheid, que es lo que conoce". "Las potencias occidentales deben dejar de insistir en que vivamos juntos, porque eso acarrearía una nueva guerra todavía peor". Momcilo Cvjetinovic, un ex periodista radiofónico, asegura que el presidente serbio, Slobodan Milosevic, "no pinta nada aquí", y se queja amargamente de qué los hospitales de Belgrado rechacen desde mayo pasado a los enfermos y las parturientas que les llegan desde territorio serbobosnio". "Sólo les aceptan si se trata de una persona muy importante o si pagan por adelantado. Y nosotros no tenemos dinero ni instalaciones médicas en la comarca de Srebrenica".

El representante de Karadzic explica que los serbios de Bosnia no esperan nada de la comunidad internacional, y está convencido de que su partido, el Partido Demócrata, ganará las elecciones de septiembre. En Srebrenica, agrega, llueven las afiliaciones, "la última, la del joven que ha entrado antes que usted".

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