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Tribuna
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Cenizas de san Valentin

Después de helarnos el corazón con el crimen de la Universidad Autónoma, el día de san Valentín se ha cobrado en Madrid la vida de otro maestro. Tras el dolor violento de la mañana, la pesadumbre por la desaparición silenciosa de Alejandro de la Sota rescata la dignidad serena de la muerte cuando cierra leve un trayecto completo. Inesperada siempre, la muerte en este caso tiene el sabor agridulce de la melancolía. Aunque la inquietud chispeante y el afán curioso del arquitecto le acompañó hasta su última tarde en Bretón de los Herreros, don Alejandro llevaba una década despidiéndose. Su cuerpo frágil y su voz susurrante contradecían el brillo móvil de la mirada y la agudeza desconcertante de su conversación.En este momento de plácido duelo, sobra recordar que fue el maestro de todos. Maestro en la Escuela de Arquitectura de Madrid, donde durante los años sesenta nos predicó con pasión el evangelio moderno a toda una generación de arquitectos; que fuimos. convertidos por don Alejandro al exigente credo de la función y a la estricta disciplina de la forma miesiana; maestro en su propio estudio, por el que pasaron como colaboradores, ayudantes o contertulios muchos de los mejores profesionales españoles actuales, que han permanecido fieles a la devoción por el arquitecto: v maestro sobre todo a través de su obra desnuda y esencial, que pese a las mutaciones de lenguaje que experimentó a lo largo de medio siglo de trabajo, se mantuvo testarudamente enraizada en su convicción de que la belleza proviene del despojamiento.

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Don Alejandro

Obras maestras

De la Sota fue regionalista en el poblado de Esquivel, construido cuando trabajaba para el Instituto Nacional de Colonización, y organicista en la desaparecida casa de la madrileña calle del Doctor Arce; racionalista a la manera de Terragni en el Gobierno Civil de Tarragona y neorrealista o constructivista en el gimnasio del Colegio Maravillas de Madrid, sus dos indiscutibles obras maestras; contextual en sus viviendas de Salamanca, sobriamente moderno en la monumentalidad en sordina del madrileño Colegio Mayor César Carlos y obstinadamente abstracto en sus últimas obras, el Centro de Cálculo para la Caja Postal de Madrid, el edificio de Correos de León, el Museo Provincial de esa misma ciudad y los juzgados de Zaragoza.Pese a esa variedad de registros, que podrían dar la impresión errónea de una trayectoria dispersa, Alejandro de la Sota fue el arquitecto más consistente de su generación, y el único cuyo nombre se emplea con profusión como adjetivo; y ello es así porque "soriano" no designa un estilo. sino una actitud. El mejor resumen de esa actitud lo ofrecía el propio De la Sota, citando a su amigo el gran arquitecto catalán desaparecido José Antonio Coderch. Si la belleza última es la cabeza calva de Nefertiti, hay que arrancarse los pelos uno a uno, y en ese doloroso despojamiento del ornamento innecesario reside la "sencillez sencilla" de la mejor arauitectura.

A través del ascetismo y la depuración extrema, De la Sota construyó edificios luminosos y líricos que conservarán su memoria mientras perduren sus fábricas ásperas y exactas.

Es un consuelo liviano que acaso nos reconforte mientras la pureza atroz de este invierno de Madrid dispersa las cenizas del día de san Valentín.

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