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Euskadi y Quebec

El intento de equiparar el referéndum realizado en Quebec con una posible consulta semejante en el País Vasco choca, de entrada, con una evidencia fatal que impide cualquier comparación: en Euskadi el terrorismo nacionalista mata, secuestra, extorsiona para conseguir, eso dice, la independencia. En Quebec, no.Los partidarios de la independencia en la Comunidad Autónoma vasca deberían encontrarse, al menos teóricamente, en la suma de votantes de los partidos nacionalistas. Es decir, los seguidores del PNV, de Eusko Alkartasuna y de Herri Batasuna -que conforman hoy una mayoría relativa en la Comunidad Autónoma vasca- deberían estar todos, en puridad de análisis nacionalista, a favor de la independencia.

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Sin embargo, las encuestas demuestran, y la vida diaria confirma, que existen pocas semejanzas entre buena parte: de los votantes del nacionalismo democrático y templado y aquellos que votan a favor de la muerte; entre los que entienden el nacionalismo como una forma de vivir, cargando el acento sobre la identidad, y nada más; y los que van a las timas para apoyar a una organización que ha ensangrentado la vida de este país en los últimos treinta años y que ven en la independencia la antesala de un socialismo con txapela.

Hoy, en Euskadi, un empresario del PNY puede ser secuestrado por ETA gracias a la información que haya pasado al grupo terrorista un votante de HB. Hoy, en Euskadi, la distancia que separa a un nacionalista del PNY de Neguri de un nacionalista de HB que viva en un barrio marginal es infinitamente mayor que la diferencia entre ese mismo habitante de la margen derecha de la ría de Bilbao con un vecino suyo que vote al PP y que sostiene que Euskadi es España.

Desde luego que hoy no todos los votantes nacionalistas están dispuestos a embarcarse en una apuesta por la independencia de la mano de los que les insultan en las manifestaciones por la paz, les arrancan el lazo azul, del pecho o les hacen la vida imposible en la empresa. Se comprenderá, por tanto, en este cuadro, que las supuestas afinidades nacionalistas queden en un segundo plano cuando se trata de palabras mayores como son un referéndum en el que se decida sobre la independencia de Euskadi.

En cualquier caso, un posible referéndum como el del Quebec sólo se podría plantear después de haber delimitado previamente otras cuestiones clave, a saber: ¿Quién es el sujeto? ¿Quiénes son los votantes que tienen que decidir? ¿Sólo los de la Comunidad Autónoma vasca (Alaba, Biskaia y Gipuzkoa)?, ¿o también deberían de votar los de la Comunidad Foral Navarra? ¿Qué hacemos con los votantes de Iparralde, insertos hoy en el Estado francés? Veámoslo, la mayoría nacionalista se establece en la Comunidad Autónoma vasca, pero esta mayoría se convierte en marcadamente minoritaria si se sumase a la eventual consulta de los votantes de Navarra, y ya no digamos si son llamados también a las urnas los habitantes de Iparralde. En el sur de Francia -país que simpatiza con la independencia de Quebec pero no toleraría semejante referéndum dentro de su propio Estado-, el nacionalismo es políticamente irrelevante en un mapa electoral abrumadoramente dominado por centralistas de los que casi ya no se encuentran en España. (Todo esto ocurriría, claro, dando por supuesto que existe un consenso previo que permite hacer las pertinentes modificaciones legales que hagan posible, en España y en Francia, una consulta de semejante envergadura).

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Curiosamente, los partidarios de la secesion y los seguidores de la permanencia del actual estado de cosas en Quebec han coincidido, nada más concluir el escrutinio, en un sólo argumento: la necesidad de trabajar por la reconciliación entre los votantes de ambas opciones. Esta enco miable voluntad conciliadora pone de manifiesto que un referéndum de estas características ha servido, sobre todo, para crispar, desvertebrar y enconar las relaciones entre los que tenemos por pacíficos ciudadanos canadienses. Lo cierto es que hoy, después de votar, la sociedad de Quebec está más fracturada y sus ciudadanos más enfrentados entre sí que antes de ponerse en marcha la liturgia del referéndum. Los apocalípticos avisos de que la independencia supondría el caos económico -esgrimidos por los partidarios del no- sólo han sido superados en estulticia por la apreciación racista -hecha por los partidarios del sí- de que el no a la secesión había triunfado gracias a los indígenas -que por lo visto no tienen derecho a votar, a pesar de ser los que más trienios llevan en esa tierra-. Esta crispación resulta chocante en una sociedad pacífica como la de Canadá pero, en el caso vasco, este enconamiento debería añadirse ala crispación realmente existente en un país con superávit de odios, con 878 muertos y decenas de secuestrados por el terrorismo nacionalista e independentista. Allí, en Canadá, el proceso ha sido pacífico y sólo ha habido un mínimo incidente tras conocerse el resultado; aquí, en Euskadi, si se quisiera empezar cualquier proceso, antes deberían de callar las armas para siempre.

Últimamente andamos buscando fuera soluciones para los problemas de aquí. Con un furor internacionalista, digno de mejor causa, hoy hacemos reflexiones itinerantes sobre cómo buscan la paz en Irlanda, nos empapamos de la discreta vía noruega y de su eficacia en el proceso de paz entre palestinos e israelíes. Ahora, la última es querer saber cómo lo llevan en Canadá. No fuera malo que, en el mismo viaje, tratáramos de copiar -aquí sí, al pie de la letra- cómo han conseguido que Quebec sea, aislada del resto de Canadá, la decimoquinta potencia económica del mundo, cómo han alcanzado semejante nivel de vida, de bienestar económico y de tolerancia política. Para seguir esa vía de prosperidad no hace falta, desde luego, convocar ningún referéndum, no se corre el riesgo de que se fracture la sociedad y se puede entusiasmar a todos los ciudadanos con un único objetivo: mejorar el nivel de vida. Qué duda cabe que para lograrlo, antes hay que acabar, democráticamente, con aquéllos que piensan que crear riqueza, generar puestos de trabajo o hacer negocios es un delito que debe de pagar el impuesto -bastante reaccionario, por cierto- del secuestro y de la extorsión.

Embarcar hoy a Euskadi en un referéndum por la autodeterminación supondría partir aún más el país y abriría la, puerta a otras eventuales autodeterminaciones, como por ejemplo la de Álava, provincia en la que el voto no nacionalista vasco es mayoritario.

José María Calleja es periodista.

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