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La pizarra de Torcuato

Pensábamos que la transición había sido una epopeya colectiva del pueblo español escarmentado de pasados desastres, históricos y dispuesto a defraudar a los hispanistas, ávidos de guerras civiles con las que hacer prósperos negocios editoriales y adquirir el máximo prestigio académico en las mejores universidades. Luego, Alfonso Guerra lo desbarató todo cuando adujo que en la pizarra de Suresnes había quedado todo previsto con años de anticipación. Años después, Luis María Ansón perdió el acento de su apellido y en su Don Juan redondeó el asunto buscándole otro inspirador de mayor amplitud. Así supimos que ni Yalta, ni Potsdam, sino don Pedro Sainz Rodríguez. La pizarra de Suresnes era un penoso remedo de la auténtica pizarra, la de Estoril.Allí en aquellos coloquios a la sombra del renuevo del roble de Guernica plantado en Villa Giralda, atisbando los senos turgentes y las ebúrneas piernas de las bañistas playeras, mientras los clásicos de la literatura y de la mística española desde Tirso de Molina a san Juan de la Cruz eran despachados con expresiones cuarteleras y el secretario de la Casa recibía el encargo de facilitar direcciones apropiadas de meublés donde los presentes pudieran desembravecer sus bálanos, hubo otra pizarra en la que se escribió con muchos más años de anticipación la historia no ya de España sino de Europa entera. Ahora el libro de Pilar y Alfonso Lo que el Rey me ha pedido, sobre Torcuato Fernández Miranda y la reforma política, descubre otra pizarra adicional instalada en Zarzuela donde el profesor escribió con mano segura cuál iba a ser nuestro destino. De creer las notas a pie de página del capítulo cuarto, todo se hizo para el pueblo pero sin el pueblo. Así lo confirma, según los autores, el testimonio autorizado de Arriba (13-11-1976) transcrito en los siguientes términos: "El pueblo dijo no a la huelga general. La huelga general que diversas centrales sindicales obreras habían convocado para ayer ha tenido muy escaso eco entre las clases trabajadoras del país. Hubo paros, incidentes y detenidos, por participar en piquetes, pero en general la vida cotidiana del país no se vio afectada y la incidencia del paro se refiere a ausencias parciales del trabajo más que a una huelga total de la jornada".

Por si hiciera falta remachar la tesis anterior, se extrae del mismo aséptico diario una columna de Fernando Ónega que decía: "Primer round del increíble mes de noviembre. Vencedora por puntos, la normalidad. No ha pasado casi nada y,quizá, la frase más corriente era ésta: Que nos dejen trabajar. Estrenaba la España del posfranquismo su primer intento de huelga general y los télex de todas las provincias comunicaban a Madrid incluso el parpadeo de un obrero -asalariado se dijo ayer- con cierto regodeo de victoria. La oposición se anotará los detenidos, puesto que no puede presumir de cifras de paro".

De ahí que los autores Pilar y Alfonso concluyan: "Pero a pesar no sólo del fracaso de la huelga general que bajo pretextos laborales fue política, sino de la más absoluta desmovilización ciudadana durante todo el proceso, algunos nostálgicos de la ruptura siguen considerando que las estrategias de presión y reivindicación desde abajo fueron decisivas en la transición política española". Y en este equivocado sentido mencionan a José María Maravall en su libro La política de la transición, publicado en Taurus en 1982. O sea que la serie de Victoria Prego que está emitiendo La 2 de TVE es un caso patente de intoxicación más grave y perniciosa que la colza.

Lástima que quien escribió en Abc (20-8-1978) aquello de "me he esforzado por actuar en política desde una raíz ética que exige no tener codicia de los cargos y en la exigencia de preferir la lógica de la verdad a la lógica del éxito", y contraponía ese proceder con el modo de hacer las cosas de Adolfo Suárez, a quien juzgaba desorientado por los éxitos obtenidos e incapaz de "resolver la pugna con que todo político se encuentra entre la lógica del éxito y la lógica de la verdad", haya encontrado entre sus parientes más allegados unos valedores póstumos empeñados en desmentirle. En cualquier caso, hay que coincidir con el prólogo del marqués de Mondéjar y discrepar de quienes cuestionan el consenso que presidió la transición política, al que configuran como pecado original del que traerían causa nuestros males presentes. El marqués se desmarca de la imputación de responsabilidades hacia lo que entiende que fue "una generosa movilización de todo un pueblo a la búsqueda de un punto de encuentro y una causa común".

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