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"La cooperación no debe ser una alternativa al paro para los jóvenes"

"La llegada a Mostar fue impresionante. El paisaje era desolador. Era de noche, había luna llena y entramos justo por la calle que divide el lado croata del bosnio. A cada paso había un control que no veías, salía la gente de los matorrales, nos enchufaban con la linterna y el coche pegaba un frenazo. Te vaciaban todo, era muy desagradable, y ahí es cuando ya empiezas a sentir el miedo". Almudena Egea tiene 25 años y es estudiante de Arquitectura. Estos días se examina de la última asignatura que le queda para terminar sus estudios.La organización no gubernamental Ingenieros Sin Fronteras de Madrid le ofreció la oportunidad de ir a Mostar, después de colaborar con ellos durante tres años, para trabajar en un proyecto que tienen en marcha, de reconstrucción de edificios en ruinas, en el que participan ingenieros y arquitectos españoles.

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Pero ésta no era su primera experiencia como voluntaria. Desde hace años dedica los veranos, junto a su novio Isidoro Méndez, a cooperar en la rehabilitación de El Gasco, un pueblo de Las Hurdes, en Cáceres. "La cooperación es algo que siempre he tenido muy presente. La experiencia de Las Hurdes me hizo darme cuenta de que soy una privilegiada y de que tengo cosas que puedo ofrecer. Cuando cooperas es importante que no creas tanto que vas a ayudar, eso no es lo que a mí me mueve, porque es un error partir del planteamiento de que te necesitan".

Isidoro, que tiene 29 años y es arquitecto, lleva más de diez años colaborando en Las Hurdes, ayudando a los jóvenes con las asignaturas pendientes, enseñando a leer a los niños o incluso gestionando las canalizaciones de agua corriente o la iluminación de las calles. Isidoro cree que las posibilidades de cooperar que tiene actualmente la gente más joven que él son mucho mayores que las que ha tenido su generación. "En los últimos cuatro años se ha notado un gran cambio. En poco tiempo han ocurrido cosas importantes en el campo de la cooperación, como las movilizaciones del 0,7%".

"Además, cada vez se fundan más ONG en las universidades", añade Isidoro, "en ellas se ve el crecimiento y cómo en todos los campos hay un hueco para la cooperación. Con estas posibilides, los que se quedan quietos es para tirarles de las orejas".

"Me impresionó mucho ver cómo viven en Mostar. No hay un solo cristal, no quedan cubiertas, la gente vive sin techo, en medio de cuatro paredes". Almudena cuenta que el sistema de construcción es a base de estructuras muy sencillas, sobre todo en la zona bosnia, de casas unifamiliares de madera.

"Nuestro trabajo consistía en hacer un proyecto de emergencia para reconstruir las viviendas en ruinas ante el próximo invierno", narra Almudena. "Elaboramos un programa informático para calcular los daños. La reconstrucción de las viviendas ya corría a cargo de los técnicos de allí, porque no se trata de suplantar a la gente del lugar con nuestra mano de obra gratuita".

"Llegábamos a las viviendas y, aunque dijeras a la gente que no entendías lo que te estaban contando, les daba igual. Hablaban y hablaban, pero, de repente, se echaban a llorar. La gente tiene necesidad de comunicarse, y el hecho de que vaya alguien de fuera y se ocupe de ellos les hace tener la esperanza de que les vayas a arreglar su casa. Te preparan café turco e incluso te ofrecen la comida que tienen de su cartilla de racionamiento".

La idea romántica del cooperante choca a menudo con la dureza de. las escenas que viven. "No todo el mundo está preparado para cooperar", opina Isidoro. "Hay jóvenes que al llegar como voluntarios a Las Urdes, Latinoamérica o África han sido incapaces de asumir la pobreza, de adaptarse a ella, o les desequilibra pensar que ellos, puse lo que pase, tienen un billete' de vuelta a la vida cómoda. Y es que la cooperación no se puede convertir en una opción que la gente escoge porque está en paro, como a veces pasa. Para evitarlo y conseguir queja ayuda sea realmente efectiva, habrá que acabar por profesionalizarla".

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