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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

La decisión de Ramón

Hace muchos años, más de 25, que Ramón Sampedro, el tetrapléjico que tan bien sabe sonreír, con expresión. cómplice y acogedora, tomó la decisión más radical y definitiva de su vida, la de acabar con ella. Sin embargo, todavía no ha podido llevarla a cabo; necesita ayuda para hacerlo, pues del cuello para abajo no mueve nada, ni pies ni manos; nada. Hasta ahora nadie le ha ayudado, pues la ley lo prohíbe, y ello a pesar de que su decisión está tomada con todas las de la ley: conscientemente, serenamente, reiterativamente ... ; y a pesar, además, de que las consecuencias de su decisión sólo le afectarían a él mismo, no haría daño a nadie.Quienes apoyan la prohibición legal argumentan, por un lado, que ayudarle sería matarlo, un homicidio; y, por otro, que esa decisión de morir no estal, que cuando Ramón pide ayuda para morir bien lo que en realidad está pidiendo es ayuda para vivir mejor: mejores cuidados, más afecto, mayor consuelo. Es bien claro en este caso, es evidente, que quien toma la decisión de producir, producirse la muerte, es Ramón Sampedro; quien le ayudara sólo haría eso, ayudarle.

El otro argumento, el de que lo que realmente pide no es ayuda para morir, sino para vivir mejor, además de falso es insultante para los familiares y, sobre todo, para el propio Ramón. Es falso porque todos esos cuidados, atenciones y afectos que podría en el fondo pedir ya los tiene: familiares que le quieren; que aprecian su sabiduría y por ello le piden consejo; amigos, unos de infancia y juventud, que le siguen siendo fieles a pesar de su invalidez, y otros que se ha ido ganando con su atractivo personal desde que su situación se hizo noticia; y también mujeres que le han propuesto relaciones.

Afirmar que en realidad no quiere morir, que sólo pide afecto y mejores cuidados, es convertirle en acusador de sus familiares, como si éstos no le dispensaran ya los cuidados convenientes y las atenciones a que les impulsa su espontánea solidaridad campesina y el sólido cariño familiar, tan normal en las familias del estilo de las de antes, como la suya.

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Pero, sobre todo, esa interpretación de la demanda judicial de Ramón Sampedro es sumamente insultante y humillante para él. Implica que o es un mentiroso, o un farsante, o que no sabe lo que quiere, que no sabe lo que le conviene. Cualquiera que haya seguido con imparcialidad, sin prejuicios ideológicos, el caso por los medios de comunicación, y más aún si le conoce personalmente, se habrá dado cuenta de que nuestro hombre es tan incapaz de mentir o de engañarse a sí mismo como de moverse de cuello para abajo.

Decidir desde fuera lo que es bueno o malo para un humano adulto, que ha meditado serena y largamente sobre ello con la lucidez que llama la atención en Ramón Sampedro, es negar de raíz lo que es la base de los derechos humanos: el derecho del ser humano adulto en plenitud de facultades mentales a decidir por sí mismo sobre sí mismo, siempre que las consecuencias de su decisión no afecten directamente a nadie más que a él mismo.

Una decisión no realizada por falta de manos con que llevarla a cabo es como hambre sin comida, sed sin bebida, como pasión no correspondida; es pura frustración. ¿Qué pensar de la ética, o de la caridad, de quienes impiden esa realización?.- Miembro de la Asociación Derecho a Morir Dignamente.

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