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Tribuna
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Luz de candil

Me gustaría dedicar estas líneas a la memoria de Guy Debord, que se suicidó recientemente a la edad de 62 años. En 1967 publicó La société du spectacle, la crítica más radical del sistema actual jamás escrita. Tras su muerte, una serie de personalidades famosos le han rendido sus respetos y reconocido la influencia que él había tenido en sus vidas. ¡Entre ellos se encontraba el hombre que dirige actualmente las campañas de prensa de Berlusconi!Por el momento no hay nada capaz de enfrentarse a los usos a los que este sistema convierte todo. Lo único que ha cambiado desde que Debord escribió su incisivo análisis es que el sistema carece totalmente de oposición. El mundo sufre su triunfo y su promesa de salvación.

Otros sistemas de fe han proyectado la salvación al futuro -la utopía comunista o el paraíso tras la muerte-. Hoy se venera la salvación del mercado como instantánea, porque cada vez hay menos distinción entre la realidad virtual y la realidad. El futuro se ha eliminado. Para los vencedores, la máxima perspectiva es el periodo del mandato de una presidencia, nada más. Para los perdedores no existe más que la lucha minuto a minuto para sobrevivir. La esperanza instantánea es una especie de desesperación.

Tengo algunos amigos polacos. B. nació en una granja en Polonia oriental. Vino a París, sola, y encontró trabajo como limpiadora. Ahora vive con R., que era ingeniero en Varsovia y hoy gana más dinero en París trabajando como albañil. Viven en un barrio del norte de París, en un apartamento no mayor que una caravana. En dos de las paredes han puesto una colección de candiles de todas formas y tamaños. B. encontró en un mercadillo una palmatoria del tamaño de su dedo meñique, le gustó y la compró. Entonces R. se animó, compró su primera lámpara, la reparó, la sacó brillo y le buscó una mecha. Ahora, después de un año aproximadamente, tiene 70 u 80 lámparas, limpias y reparadas, y cuando después del trabajo vuelve a casa, las va encendiendo una a una. A veces desconecta la electricidad. B. está preparando la comida, pero, a pesar de ello, normalmente miran juntos las lámparas durante unos instantes.Dentro del sistema, millones y millones de personas -que nunca deberían ser confundidas con él- viven sus propias vidas. Sin embargo, sus vidas no escapan al sistema.Las imágenes abundan por doquier. Nunca tanto ha sido tan representado y tan mirado. En cualquier momento podemos vislumbrar cómo son las cosas al otro lado del planeta, o al otro lado de la Luna. Las apariencias se registran y se transmiten a la velocidad del relámpago.

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Esto hace que inocentemente. algo cambie. Antes se llamaban apariencias físicas porque pertenecían a cuerpos sólidos. Ahora las apariencias son volátiles. La innovación tecnológica ha permitido separar sin problemas la apariencia de la existencia. Y eso es precisamente lo que la mitología del sistema actual necesita explotar continuamente. Convierte las apariencias en refracciones, en una especie de espejismos: refracciones no de luz, sino de apetitos, en realidad de un único apetito, del apetito de tener más.

En consecuencia -y curiosamente, si se consideran las implicaciones físicas de la noción de apetito-, lo existente, el cuerpo, desaparece. Vivimos en el seno de un espectáculo de ropajes vacíos y máscaras sin estrenar.

Tomemos a un presentador de noticias cualquiera, en cualquier canal de televisión de cualquier país. Estos locutores son el epítome mecánico de lo incorpóreo. Al sistema le costó muchos años inventarlos y enseñarles a hablar como lo hacen.

En la primera pagina del periódico de hoy aparece una fotografía en color de Reuter cuyo pie de foto dice lo siguiente: "Conmocionada por una granada: una niña chechena, con la cara convertida en una máscara de polvo y sangre, en medio de los escombros...". Todo se ha convertido en una máscara.

La violencia ocupa un lugar central en la mitología del sistema porque mantiene la atención e hipnotiza. Por todas partes hay imágenes explosivas de violencia, pero prácticamente ninguna imagen de dolor. ¿Cómo podría haber dolor si no hay cuerpos? Aquí radica la profunda perversidad del espectáculo del sistema. Violencia, sí. Dolor, no.

Ningún cuerpo, ningún dolor, y ninguna Necesidad. Porque la Necesidad es condición de lo existente, es lo que hace que la realidad sea real. Y la mitología del sistema sólo necesita lo que no llega a ser real, lo virtual, la próxima compra. Esto no produce en el espectador, como se afirma, una sensación de libertad (la llamada libertad de elección), sino un profundo aislamiento.

Hasta hace muy poco la historia, todos los relatos que hacían las personas de sus vidas, los proverbios, las fábulas, las parábolas, se enfrentaban a lo mismo: la eterna, temible, y a veces hermosa, lucha por vivir con la Necesidad, que es el enigma de la existencia -que partió de la Creación y que desde entonces no ha dejado de aguzar el espíritu humano- La Necesidad produce tanto la comedia como la tragedia. Es lo que besas o contra lo que te das cabezazos.

Hoy, en el espectáculo del sistema, no existe. La única excepción puede que sea la música pop, cuyos sentimientos y cuyas letras a menudo hacen frente a lo ineludible. Pero, por lo demás, la Necesidad ha sido eliminada.

En consecuencia, no se comunica ninguna experiencia, lo único que queda para compartir es el espectáculo, un juego al que nadie juega y que todo el mundo puede contemplar. La gente ha intentado, como nunca con anterioridad, situar sin ninguna ayuda su propia existencia y sus propios dolores en la vasta arena del tiempo y el universo. Puede que esto llegue a demostrar ser la creencia que en tiempos fue un concepto místico: en lo existente se encuentra lo sagrado: Ecce Homo.

John Berger es escritor británico.

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