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El ojo metálico

Juan Cruz

Manuel Rivera tenía las manos largas y sonrosadas, y miraba con toda la cara mientras hablaban los otros; era un ser afirmativo, un hombre nacido para participar en asuntos colectivos, un personaje verdaderamente solidario, y no un bobalicón solidario, de los que muestran la mano y enseguida la esconden, por si tienen que dar algo. Disfrutaba mucho con las conversaciones sencillas, y tenía, a, pesar de la edad y de los tiempos, el aire de un jovencillo de provincias que hubiera llegado a la gran ciudad y se hubiera encontrado aquí que tampoco era para tanto. Bromeaba mucho con los tópicos que hay en torno al ser granadino, como bromean con el asunto Francisco-Ayala, Antonio Muñoz Molina o Luis García Montero, sus paisanos; cuidaba a los otros con mimo, y quiza el ejemplo de su desvelo por los asuntos ajenos era Rafael Alberti, cuya poesía ilustró con una fidelidad que no es común entre los artistas que se enfrentan a la lírica ajena. La Academía de Bellas Artes dijo, cuando se murió, esta semana, que verdaderamente dejaba allí un vacío, y en este caso este alto tópico de las crónicas mortuorias responde a un hecho muy cierto: no sólo fue el alma secreta de actitudes y de movimientos artísticos de los últimos 30 años, sino que desde esa institución, que como todas las instituciones vive rodeada del peligro del acolchamiento, convocó a sus compañeros a seguir reivindicando para el arte el lugar que éste ha de buscarse en la sociedad. Era, como ha dicho José Hernández en una de las múltiples notas de elogio a la muerte del artista, "un maestro sencillo y nada doctoral" ', y así se conducía en la vida, como si las cosas verdaderas fueran las que estuvieran más a mano, las que se describen sencillamente, sin vuelo en el verso. En, ese sentido, siempre viene a la memoria su preocupacion por como comía Alberti:-Fíjate tú, a esa edad y lo que le gustan son los huevitos fritos.

Era un hombre de diminutivos y de palabras menores, comode conversación silenciosa, a media voz; luego su obra era el resultado de una reflexión preocupada por la realidad, que quedaba más allá de ese ojo metálico en el que convirtió la paradójica tela de su pintura. Sus mallas eran manos de luz y provenían de sus ojos. Su muerte no es sólo la de un artista, sino la de un creador colectivo que hizo de su pasión por estar con otros un compromiso y una virtud.

La muerte del artista siempre deja en la vida restante la sensación del páramo, como cuando murió Juan Benet, hace ahora dos años, o como cuando murió Julio Cortázar, o cuando más sólida se hace la sensación de la nada que hay al final del túnel por el que cabalga como loca la palabra éxito, con su equis de incógnita y su evidencia de vacío; un tiempo, por cierto, para volver sobre Nada, lamemorable novela de Carmen Laforet, cuyos 50 años coinciden ahora con el Nadal que Destino concedió anoche. En ese contexto de adioses, dos salmantinos vienen a animar la vida: José-Miguel Ullán, cuya obra completa, jovenaún y ya clásica, acaba de compilar Miguel Casado para Cátedra,

y Charo López, que ha puesto con Abel Vitón Carcajada salvaje en la sala Olimpia de Madrid después de haberla paseado por cada rincón de España, desde Santiago de Compostela a Loja. Ullán es un castellano que estuvo trasterrado cuando más dolía en este país de soldadescas y que cuando más silencioso estaba, alejado de prensas

y de ruidos, ha sacado a la calle sucesivamente dos libros de poemas y ahora este volumen en el que aparece su poesía completa como la conjunción de la sabiduría, la ironía y la lírica, un poeta que ha mirado de reojo esta realidad metálica que su generación (Villarino, de los Aires, 1946) ha visto -y no visto- como la sucesión inclemente del cuartel, la esperanza y el desencantamiento. Ardicia se llama el volumen, y, a pesar del carácter académico con el que- viene adornado, incluso ,Como Objeto, da gusto tenerlo en las manos.

Y la otra salmantina, este punto y aparte del escenario. español. Pocas veces se podrá tener la sensación, en el patio de butacas, de participar más de veras en la creación de un personaje como el de esa Ella que edifica Charo López ahora sobre las tablas

la sala Olimpia; brutal, tiern irónica y bellísima, esta criatura que celebra los años diciéndolos establece una lección de estar, luego, cuando ya ha compartido con su colega Abel Vitón el aplauso que ambos se merecer se va, corriendo como una niña para el camerino, y ahora ya,se ríe naturalmente buscando entre sus pechos acalorados por el esfuerzo la piedra de la suerte con la que sube cada tarde al escenario., como si estuviera empezando. Sámuel Beckétt lo escribió: "Una carcajada salvaje en medio de una dolorosa aflicción". Piedra de la suerte para seguir riendo ante el paisaje.

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