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La literatura de Hispanoamérica

Vicente Molina Foix

Aunque cita en el texto más de una vez y con inteligencia a Unamuno y Ortega, a propósito de Don Quijote, mi impresión es que la mayor parte de su sabiduría de la literatura en lenguas hispánicas es de oídas. El epígrafe que le dedica a Cervantes no pasará a la historia de la crítica, si bien nunca discute al novelista la camiseta de subcampeón. Neruda y Borges están sentados con él en el paraíso. Otros españoles aparecen en las tablas finales de compensación: el Poema de mío Cid y, curiosamente, la Cárcel de amor, de Diego de San Pedro, pero no Berceo en la edad teocrática, y prácticamente todos los que deben estar del Siglo de Oro en la aristocrática, si bien en el texto principal, y al hablar, cómo no, de Shakespeare, Bloom desbarra a propósito de Lope, Tirso y Calderón. Confunde su "exuberancia barroca" con la retórica shakesperiana, pero no se digna angustiarse por la influencia de nuestros dramaturgos dorados en Europa, hasta 1850, mayor que la de Shakespeare, y, de manera imperdonable, afirma que no hay en el teatro español del XVII el tipo de soliloquio, introspectivo que leemos en Hamlet o El rey Lear. Pero cita La vida es sueño en la traducción de Roy Campbell. ¿Habrá tenido tiempo de releerla?En el siglo XIX, Bloom encuentra un sitio para Bécquer, Galdós y La Regenta, lo cual es justo en tiempos españoles de escasez. Y luego viene la edad moderna: un verdadero caos. Junto a un listado bastante sensato, a fuerza de interminable, de Francia y Alemania, que se hace enciclopédico con sus contemporáneos norteamericanos (incluye ahí nombres que yo creo insignificantes; otros muchos los desconozco), Bloom confecciona su apuesta de autores canonizables separando España de Cataluña y ambas de América Latina. En la lista de muertos se muestra escolástico: el 27 casi al completo, más un Machado -Antonio-, Unamuno y Jimémez, pero no Azorín ni Ortega o Baroja, con Blas de Otero y, en catalán, Riba, Foix, Espriu y Rodoreda. Sorprende algo la inclusión de Perucho Y nada, si se sabe de política literaria, de Gimferrer, pero es patético ver el nombre de Cela junto a Juan Goytisolo, y que sus consejeros no le hayan hablado de Benet, Ferrater, Gil de Biedma y el resto de poetas de posguerra. La lista latinoamericana es canónica dentro de un canon, si bien nos llama la atención que, siendo tan generoso con los cubanos (seis nombres, desde Carpentier y Lezama a Cabrera Infante, Sarduy y Arenas, aunque sin omitir a Nicolás Guillén), no esté el gran Virgilio Piñera. Pero hay una ausencia en el libro que indica, a mi juicio, que Bloom no está en su sano juicio: la del mayor escritor español del siglo XX, Valle-Inclán. ¡Si Bloom supiera lo mucho que en el autor de las Comedias bárbaras se notan las lecturas de Shakespeare!

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