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Libros de verano

Antonio Muñoz Molina

TRAVESÍASLo bueno del verano es que suprime por completo la actualidad literaria, de modo que las personas a las que les gusta la literatura pueden dedicarse tranquilamente a leerla o a escribirla, en vez de a mantenerse el día en el circo perpetuo de las novedades y en las crónicas de ese ajetreo mediocre y neurótico que por razones misteriosas ha dado en llamarse vida cultural. Después del frenesí un tanto agropecuario y norteamericano de las ferias del libro (podría decirse que el norteamericanismo de nuestro escritores, periodistas, agentes y editores es al verdadero comercio anglosajón de la literatura lo que el spaguetti western al western) el verano trae como un ancho delta de clamor y quietud, y parece que los libros ya pueden verse en una perspectiva más de lenta duración que de inmediata actualidad, de elección privada y a veces azarosa y no de obediencia a los oleajes del gusto público o de la coacción cultural.En verano se ve lo que con las prisas y las neuras de la temporada se nos olvida a todos, que hay libros que ya son anacrónicos en el mismo momento en que se publican y otros que se nos renuevan desde hace décadas o siglos en una vigorosa actualidad que no parece que vaya a terminarse nunca. En verano es cuando más fácilmente se sorprende uno a sí mismo en el frívolo error de dar por sabidos a escritores tan indiscutibles que es como si no hiciera falta leerlos, o releerlos. Yo miro mis libros y me da una codicia de avaro por volver a,los que más me gustan, un deseo urgente y más bien impracticable de regresar al mismo tiempo a Fortunata y Jacinta y a En busca del tiempo perdido, a Os Maías, a La Regenta, a La educación sentimental, a Tender is the night, a los Episodios Nacionales,a The Wild Palms, a Los adioses, a Pedro Páramo, a The long goodbye, por no hablar de esos bosques maravillosos de voces humanas, peripecias, sabidurías y palabras magníficas en los que uno siempre está perdiéndose e internándose por primera vez: Dante, Shakespeare, Miguel de Cervantes.

Viajando en autobús entre Soria y Madrid, a principios de este julio tórrido, yo leí un volumen de poesía de Antonio Machado con una emoción de descubrimiento, de gratitud y novedad que era tan tersa y subyugadora como las lecturas capitales de la adolescencia. Releyendo poetas que no había miirado en los últimos 20 años me preguntaba con irritación cómo era posible que en tanto tiempo no hubiera tenido el impulso o la necesidad de regresar a ellos. Resulta vergonzosa la manera en que sin darse cuenta uno obedece las modas más estúpidas de su tiempo: la triste verdad es que si yo había tardado tantos años en releer a Antonio Machado era porque hacia la mitad de los 70 dejó de estar de moda. Algunos golfantes de la política citaban mucho aquello de "se hace camino, al andar", y los poetas más selectos repetían aquella impertinencia algo idiota de Borges cuando le preguntaron si le gustaba más Antonio o Manuel Machado (ni siquiera Borges era inmune a las idioteces, sobre todo en lo que se refería a la literatura española de este siglo):

-Ah, ¿pero Manuel tenía un hermano?

En 1989, es uno de esos programas culturales de la televisión que son documentos aterradores sobre el estado de la cultura española, y sobre el cociente intelectual español, yo vi cómo una poeta o poetisa entonces célebre y un erudito en corbatas italianas y en todo tipo de modernidad y diseños anulaban en menos de cinco minutos y sin pestañear la obra entera y la figura de Antonio Machado, a la que otras personas dedican vidas enteras de estudio y devoción. El erudito en corbatas declaró con desdén, como si se limara las uñas, que a él ésa insistencia en la bondad de Machado ya le cargaba, le parecía una tontería. En cuanto a la señorita poeta, los años no me han dejado olvidar la sensibilidad y el rigor de sus opiniones:

-Pues no sé, yo lo veo como antiguo, ¿no? o sea, como un maestrillo de pueblo, ¿no? con esos trajes oscuros, muy pasado, ¿no?, y con la caspa, no sé, como rural, o sea.

En el verano los libros llegan siempre como regalos imprevistos. Hace unos pocos años, en la menesterosa papelería de una ciudad costera, encontré una excelente edición de bolsillo de Crimen y castigo, y como no tenía otra lectura disponible pude descubrir que en realidad nunca hasta entonces había leído verdaderamente esa novela. El otro día, en uno de esos maravillosos quiosco de ahora, que son los inagotables bazares y las resplandecientes fruterías del papel impreso, vi por azar y compré enseguida un libro que había leído y extraviado hace muchos años, Las ninfas, de Francisco Umbral, pero que nada más abrirlo me trasmitió el placer de una novedad revivida y recobrada. Las ninfas ganó el premio Nadal de novela nada menos que en 1975, que fue también el año de El caso Savolta, y yo, no sé qué consideración crítica recibió entonces, pero leída ahora parece que se acaba de escribir, y también que el tiempo la ha mejorado, lo cual es la paradoja básica no sólo de la literatura, sino de cualquier otro arte, de las películas o de los cuadros: parecen inmunes al paso del tiempo y, sin embargo, el paso del tiempo las mejora, a la vez las ennoblece y las rejuvenece.

Vivo, pues, un verano de actualidades acuciantes. Leo al Machado severo y solitario de principios de siglo y al Francisco Umbral de los primeros setenta, y el calor y el silencio que vienen de la calle tras los postigos entornados dan a la lectura una calina de tiempo de ahora mismo y de tiempo antiguo y preservado, el que contienen esos libros, el que me transmiten, el que los ha salvado y actúa secreta y diariamente en su favor.

Cruzando en un autobús climatizado los pinares y las estepas de Soria, el acto de leer unos versos y el de alzar los ojos del libro para ver el paisaje retratado en ellos cobraban una simultaneidad de experiencia en la que desaparecía la angustiosa distancia entre las palabras y el mundo. Leyendo en las siestas cálidas el relato que hace Francisco Umbral de las tardes de siesta y lectura de su adolescencia he recordado más vivamente la mía: en el verano la literatura vuelve a parecer a los sueños más pasionales que uno alberga sobre ella cuando tenía 15 años.

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