_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Pasado imprevisible futuro imperfecto

Fernando Vallespín

El continuo goteo de nuevas informaciones sobre la corrupción me ha hecho rememorar eso que alguien dijera tras la caída de la URSS: "A partir de ahora, el pasado de la Unión Soviética es imprevisible". Esta frase comienza a ser perfectamente aplicable ya a los. distintos gobiernos del PSOE, que están abriéndose a una inquisición moral cuya dimensión y consecuencias últimas sólo llegaremos a percibir en su totalidad con el paso del tiempo. Pero dice mucho sobre las patologías de nuestro sistema democrático, que se enfrenta a un importante proceso de deslegitimación y descrédito creciente. Cuanto más penetramos en este insospechado pasado, tanto más hipotecamos también el futuro de nuestra democracia. Conviene no olvidar que las sociedades libres son vulnerables porque, en último término, dependen de una legitimación que debe ser permanentemente renovada. Y es esa renovación, precisamente, lo que no se vislumbra en el horizonte. Intentaré aportar un breve y difícil análisis de urgencia con la mira puesta en sugerencias constructivas.El primer efecto de la corrupción, de la que casi ningún partido se ha visto libre, ha sido el divorcio entre la opinión pública y la clase política. Ello se explica por la forma en que han salido a la luz los casos de corrupción. Recuérdese que no han sido conocidos por la probidad de algunos de sus miembros, ni por los jueces, como en Italia, sino, fundamentalmente, por el empecinamiento de los medios de comunicación. Esto ha permitido un curioso juego de escenificaciones, donde la clase política no se ha visto confrontada directamente a otro poder del Estado; tampoco a otro sector dentro de ella, excepción hecha del habitual enzarzamiento público que propicia el juego gobierno-oposición. Casi de un día para otro, sobre todo tras los últimos escándalos, ha tomado al fin conciencia de que quien la observa es la opinión pública. Y, al modo psicoanalítico, y por efecto de la transferencia, se ha visto reflejada en su mirada. Hasta ahora parecía que la clase política se había contemplado siempre en el espejo de su propio discurso, y sólo transversalmente en el efecto de ese discurso sobre la sociedad. Inconscientemente, ésa era la actitud que había detrás de esa famosa y soberbia frase de que "una cosa es la opinión pública y otra la opinión publicada". La primera medida para restaurar la confianza en el discurso de los políticos pasa por la revitalización del Parlamento, tan minusvalorado y cautivo hasta ahora. Pero tan decisivo también para permitir el juego del principio de publicidad.

Más información
La corrupción rompe el Gobierno de González

El segundo aspecto que quisiera destacar es la importancia para todo sistema democrático de no cerrar las alternativas de gobierno, el juego gobierno-oposición. Si hemos llegado a la situación actual ello se debe en gran medida a la inexistencia -hasta hace un par de años escasos- de una oposición viable. La consecuencia ha sido clara: la identificación entre el partido dominante y el Estado, con algunos de los efectos que estamos viendo. En este sentido, un PSOE fuerte se convierte en un partido imprescindible para el sistema y hace más perentoria que nunca su regeneración interna. Un sistema democrático no puede permitirse el lujo de que uno de sus grandes partidos no sea susceptible de ser votado, como hasta ahora ocurrió con el PP por sus reminiscencias franquistas y su carencia de liderazgo. Las propuestas de Santos Juliá para salvar la crisis interna del PSOE me parecen, por tanto, muy dignas de consideración. A toro pasado hay que lamentar la ocasión perdida en el último congreso, dirigido casi exclusivamente a resolver -mal, además- las luchas de poder interno, en vez de centrarse en la recomposición del discurso socialdemocrático y en la autocrítica de su labor de gobierno. En cualquier caso es insoslayable ya que se adopten responsabilidades políticas y se proceda a una catarsis con luz y taquígrafos. Como bien decían los antiguos romanos, para curar las heridas hay que ponerlas al sol.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_