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Micenas en Madrid

Cuando hablamos de Grecia es difícil poner freno a la imaginación y no remontarnos de un brinco, por ejemplo, a la Grecia micénica de 15 siglos antes de Cristo. Y tampoco hay que saltar tanto, sino que incluso basta con darse una vuelta por el Centro de Arte Reina Sofía y sumergirse en la controvertida exposición de Joseph Beuys. Quien haya visitado la célebre tumba de cúpula llamada El Tesoro de Atreo de la Micenas real, tan próxima a Epidauro, en cuanto entre en el Reina Soria a la monumental sala de fieltro que Beuys bautizó con el nombre de Plight, se dará una palmada en la frente, recordará al punto el Falcon Crest de los Atridas y pronunciará automáticamente en voz alta estos versos que Yorgos Seferis dedicó a Micenas: "Sé que no saben, pero yo / que he seguido tantas veces / el camino que va del asesino hasta su víctima...". Y, al llegar a este punto, nunca falta en el Reina Sofía el chistoso que te interrumpe la levitación con una frase sarcástica: "¿El camino que va del asesino?... Noche de tahúres, la reciente novela negra de Raúl del Pozo". Y, resuelto el acertijo, ya sólo te queda seguir el hilo y declarar que, por cierto, Del Pozo es otro gran adorador de Grecia.Pero si la Grecia micénica del milenio anterior a la Grecia de Pericles nos resulta un poco lejana, y logramos prescindir por un día de nuestra incomparable cerámica de Talavera, podemos acercamos en Madrid al fantástico Museo Arqueológico Nacional, que ni Dios sabe para qué pan de los ángeles lo fundó Isabel II en 1867, pues, en proporción a sus méritos, no recibe ni la décima parte de visitantes que se merece. Aquí están prácticamente todas las Damas de la escultura ibérica -la de Elche, la de Baza y la albaceteña del Cerro de los Santos-, pero no nos distraigamos con menudencias, porque a este museo se va a visitar la cerámica griega de figuras rojas y negras, que a todos nos volvía locos cuando éramos tan jóvenes en la Grecia de los siglos VI y V antes de Cristo.

Y empeñándonos en no demoramos ni un segundo en la Grecia helenística ni en la bizantina, que fueron las Grecias que más interesaron a Cavafis, lleguemos por fin a la mañana, que difícilmente olvidaré, del pasado 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora. A las 10.30 cogí un taxi en Francisco Silvela y, tras decir el destino de mi viaje, las primeras palabras del taxista me dejaron prácticamente traspuesto. "¿Le molesta que lleve puesta la radio?", me preguntó con una educación que sonaba a mamada de los mismísimos pechos de la exquisita Safo. Me quedé, pues, como digo, absolutamente alucinado. No voy a entrar ahora en el tipo de modales que gastan habitualmente los taxistas, pero a mí no me había preguntado jamás un taxista si me molestaba la radio, y en emisoras he llegado a escuchar en los taxis a pleno decibelio incluso Radio Sierra, de Colmenar Viejo, que, por cierto, hace muy buena radio.

A los cinco minutos doblamos por Doctor Arce, y, a 10 metros de la Embajada de Grecia, aquel taxista tan fino frenó en seco y gritó lastimeramente: "Ay, ay, ay, la ha matado ese coche que se fuga". Yo iba ya leyendo la prensa, y la velocidad con la que salió el taxista me indujo a salir por ósmosis. Una mujer norteafricana, de unos 30 años, estaba tumbada en el suelo con el cráneo abierto. A su lado gritaban desesperados otros dos paisanos suyos, a los que con dificultad lograban contener otros hombres para que no la tocaran. El coche agresor, como bien anunció el taxista, había volado. La imagen de la mujer era atroz y ya nunca más supe el desenlace de aquel accidente porque la prensa no informó de él o, al menos, yo no leí nada. La proximidad de la Embajada de Grecia y la todavía recientísima muerte de Melina Mercuri -en aquella mañana del martes no se habían celebrado todavía en Atenas los funerales oficiales- me revolvieron la memoria y me llevaron a acordarme de otra curiosa coincidencia.

Precisamente al día siguiente del asesinato de John Kennedy, recuerdo que en una clase de griego, en Salamanca, de Martín Sánchez Ruipérez, que ahora dirige la fantástica Fundación Pastor, en la calle de Serrano, nos tocó traducir ese célebre epigrama de Simónides que dice: "Si es un hombre, nunca digas de él lo que le va a pasar mañana. Ni, si ves feliz a un hombre, cuánto tiempo va a serlo". Me impresionó mucho el asesinato de Kennedy -yo era aún un hijo del Vaticano y no podía entender cómo Dios consentía el asesinato del primer presidente católico, cuando por fin habíamos logrado desplazar de la presidencia del Gobierno a los protestantes-, pero también me impresionó mucho la coincidencia de fecha en nuestra traducción del poema de Simónides. Y es que la poesía, a veces, se comporta en las aulas como un taxista sensible.

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