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Tribuna
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Ni un duro

Yo no pago. Ni un duro para esa estatua. Esa que molesta a Moncho Alpuente, dechado de vicios y humos, amigo. Y a todos los que no sean "profesionales del incienso, ni turiferarios interesados". El resto, los que no participen en esa consulta de notables que el alcalde ha preparado para darle barniz a la cosa, desde aquí son llamados a participar en un motín: Ni un duro para la estatua de Carlos III.Ha costado 23 millones, cinco pesetas por madrileño. Mi duro que sea descontado de la próxima multa de madrileño con coche. Yo no pago el bronce de uno de los peores alcaldes que Madrid ha conocido. Mejorando lo presente.

Estoy hasta el mismísimo gorro de Esquilache, de un tópico que se alimenta del oscurantismo, la falta de luces y la poca ilustración. Que aplaudan los que crean en la censura. Los que piensen que la libertad de prensa es aquello que escribió Beaumarchais hablando de los madrileños tiempos del rey cazador: "Me comunican de Madrid que se ha establecido un nuevo sistema de libertad de prensa, y que con tal de que no se hable de la autoridad, ni del culto, ni de política, ni de moral, ni de las gentes importantes, ni de los espectáculos se puede imprimir todo bajo la inspección de dos o tres censores".

Carlos III fue el rey de la estaca ilustrada. A golpe de legislación quiso terminar con todo lo que sonara a esparcimiento. Prohibió los autos sacramentales, las cencerradas, las mayas, los juegos de azar -todo lo contrario de la institucional lotería que creó para aumentar las arcas estatales-, los populares instrumentos de las verbenas, las tarascas de las procesiones, las máscaras, los callejeros bailes de disfraces y las comedias de magia. Con él no se hubiera representado Fuenteovejuna, ni La vida es sueño. Fundó el teatro sin obra.

El rey era aburrido, poco madrileñista, monopolizador de lo festivo, moralista y clasista sin disimulo. Mantuvo la Inquisición. Expulsó a los jesuitas. Reforzó a los párrocos, espías y controladores rurales de su poder central. Llenó el ejército de "vagos y mal entretenidos". Acabó con el paro, todos a trabajar forzados y sin estipendio. Reconoció que los gitanos "no procedían de raíz infecta alguna"; aunque les prohibió usar su lengua, sus trajes y su forma de vida itinerante. Falló.

El Madrid de su época se llamó la "Corte tranquila". Buen cosmético, mal ético. Con la injusticia combatió el desorden. Se divorció de la realidad, se refugió en la caza. No se quiso dar cuenta que la ciudad no dormía, bullía. Lo siento, soy un madrileño del barroco y del bullicio. No quiero esa estatua. ¡Quiero mi duro!

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