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Tribuna
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Un bautismo de tormenta

El nuevo equipo económico español ha tenido un bautismo de fuego en las aguas de la economía global: antes de ponerse manos a la obra, una nueva tormenta monetaria se ha abatido sobre el franco, la corona danesa y la peseta. La idea de que esta vez la cosa no va con la moneda española puede revelarse tan rigurosa como falaz: los franceses tienen suficientes razones, como los españoles, para pensarlo; pero el futuro del franco está en la cuerda floja. La primera lección para los hombres del nuevo equipo es que no tienen el control de la economía y que el ritmo de su actuación es una variable relativamente independiente que los mercados se encargan de fijar. Las tormentas de 1992 y primeros de 1993 se llevaron por delante el Sistema Monetario Europeo fijo. Las nuevas tempestades ponen en cuestión el sistema móvil, el futuro del Sistema, al menos en su forma actual, y el calendario de la Unión Económica y Monetaria. Hay un momento en el que la acumulación de dificultades del SME comienza a dar un salto. Hasta ahora todo el problema residía en el necesario ajuste de las monedas sobrevaluadas, que no reflejaban una situación económica real (salida del Reino Unido e Italia, triple devaluación de la peseta y depreciaciones del escudo). Pocos días antes de la tercera devaluación de la peseta, un representante del consejo del Bundesbank dijo que el tipo de cambio de la moneda española era el adecuado. Sin embargo, la presión del mercado arrancó un ajuste que al día de hoy las autoridades del Banco de España siguen considerando como una imposición sin fundamento técnico. De la periferia del Sistema, por así decir, la crisis se ha trasladado al centro: la contradicción entre las políticas económicas, de Alemania y Francia. También hoy alemanes y franceses consideran que no existen razones técnicas para devaluar el franco.

La apuesta inversora contra tal o cual moneda, para no utilizar el término especulación, es un mecanismo permanente de la economía globalizada. El motor de ella es el beneficio extraordinario que puede proporcionar la depreciación más pequeña. En la actualidad, la necesidad de Francia de impulsar su crecimiento económico para detener el paro, por una parte, y la tozudez de Alemania, empeñada en la defensa de los equilibrios financieros y presupuestarios mediante una política restrictiva, nutren la especulación a largo plazo contra el SME. No hay que contratar a Sherlock Holmes para saber dónde conduce la crisis. El presidente del comité de gobernadores de bancos centrales de la CE, Wim Duisenberg, titular del Banco de Holanda, señaló el pasado martes en Estrasburgo, ante el Parlamento Europeo, que será dificil mantener el calendario de la UEM y que el Instituto Monetario Europeo, que debería funcionar a partir del 1 de enero de 1994, puede retrasarse "tres, seis meses, eventualmente nueve meses". Aún más importante, señaló que "restan cinco o seis años para pasar de un déficit público del 6% del PIB actual a un 3%". La política monetaria dura, cuyo objetivo era inducir, a medio plazo, el equilibrio presupuestario, ha fracasado; está por ver a través de qué camino se llega a cumplir el plan de Maastricht.

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