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Los jubilados de la democracia

Todos los políticos retirados reconocen que lo que más añoran es el contacto directo con el electorado en los grandes mítines de las campañas

Francisco Peregil

Dispusieron de guardaespaldas, plazas de toros llenas, cristales blindados y periodistas que leían en sus labios y manos, incluso cuando nada decían. Se sumergieron en baños de masas y se refrescaron después por los cielos de las avionetas que les desplazaban de una ciudad a otra. De repente, animales políticos de la envergadura de Santiago Carrillo, Rafael Escuredo, Gerardo Iglesias, Antonio Hernández Mancha o Leopoldo Calvo Sotelo se vieron exiliados en columnas de periódicos, bufetes de abogados o aulas universitarias. Casi todos aseguran que lo mejor de sus carreras políticas fueron los mítines. Y ninguno se atreve a jurar: "Jamás volveré a la política".Era allí, rodeados de alabanzas, en mitad del estrado, donde ellos vibraban con el calor de sus fieles, y no en los despachos de las sedes. Leopoldo Calvo Sotelo, presidente del Gobierno durante 1981 y 1982, prefería las reuniones con notables locales que le deparaba su equipo tras los actos. Con los notables se impregnaba de provincias, anécdotas y opiniones difícilmente localizables en la capital.

Desprenderse de todo eso de la noche a la mañana no fue fácil. El ex presidente cita aquello de que sólo puede haber algo más incómodo, inhumano y nefasto que el acoso permanente de los periodistas: que los periodistas dejen de acosar. Recuerda que un ex ministro suyo le decía: "Leopoldo, ¿te das cuenta que no llaman?", y él le preguntaba "¿quién?", y el otro contestaba: "Nadie, el teléfono apenas suena". Calvo. Sotelo comprobó con amargura que son ciertos, todos los tópicos acerca de lo solo y abandonado que uno puede verse cuando le despojan del poder. Lo comprueba cuando llama a sus antiguos colegas y muchos de ellos cogen el teléfono personalmente, sin barreras de secretarias, como si les venciera la ansiedad por recibir llamadas.

Quizás a Calvo Sotelo le acarreó más esfuerzo que a sus compañeros renunciar a todo aquello. ¿Qué puede sentir un ex presidente cuando se dirige cada mañana hacia su oficina de alto ejecutivo en la calle de Alcalá, y desde su coche, al lado del guardaespaldas que aún conserva, se le desvía la mirada hacia el Palacio de la Moncloa? Añoranza, por lo menos. Calvo Sotelo piensa constantemente en la política como en una mujer guapa, pero no maquina para llevársela a la cama. Entiéndase maquinar: llamar a fulano para que lo incluya en la lista o al director de tal periódico que le publique una entrevista. En lugar de eso, optó por desahogarse en un libro plagado de "maldades llenas de afecto" sobre sus colegas.

Cada uno escoge el tratamiento que mejor le va, pero la única terapia contra el síndrome de abstinencia política, para Rafael Escuredo, ex presidente de la Junta de Andalucía, consiste en abandonarla de forma radical desde el primer día. "Si no, uno se está lamiendo las heridas toda la vida. Lo noto en casi todos los que se retiraron: no asumen la derrota, hablan y escriben siempre sobre lo bien que lo hicieron

Él también recibía a decenas de personas que siempre pedían soluciones. "En política todas las cuestiones se plantean en forma de drama. Cualquier consejero o compañero de partido, o cualquiera que entre en tu despacho, te expone su problema a vida o muerte. Yo terminé por decirle a la mayoría: 'Vuelve a tu despacho y no regreses hasta que me traigas un folio con tres alternativas escritas, tres posibles soluciones. Yo elegiré'".

Cualquier hombre que alcance esa capacidad de decisión y poder -el de ordenar "tráeme tres soluciones"- sufre al perderlo. Rafael Escuredo renunció de forma radical, se alejó contra los medios de comunicación durante años, para instalarse en un bufete a la orilla de la Castellana, en Madrid. Sólo en las últimas semanas compareció para ayudar a un amigo cuya hija (Anabel Segura) permanece secuestrada, y actuar como portavoz de la familia.

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Escuredo, el hombre que pronunciara en tiempos tres mítines diarios a lo largo de 610 pueblos andaluces, siente repulsión por la política, aunque nunca perdió un respeto enorme por la clase política.

Ahora, si se topa al ministro de Interior, José Luis Corcuera, en el palco del Atlético Madrid, sólo intercambia los lugares comunes de rigor: "¿Qué tal te va? ... Te encuentro muy cambiado... Recuerdos para tal amigo...".

Un código genéfico

Cada vez guarda menos concomitancias con sus ex colegas, pero, a pesar de ello, el que fue presidente de la Junta de Andalucía cree que existe como un código genético entre todos los que alguna vez hicieron política que les une para siempre, aunque no se hayan visto nunca. "Hace unos meses, por ejemplo, me encontré en un hotel madrileño a Pedro J. Ramírez [director de El Mundo] desayunando con José María Aznar, a quien no conocía de nada, y, sin embargo, me saludó como si perteneciéramos a la misma estirpe".

Antonio Hernández Mancha, abogado y antiguo líder de Afianza Popular (AP), asegura que la gente le sigue saludando por la calle y que sus ex colegas le tratan a cuerpo de rey cuando viaja a Estrasburgo por cuestiones de negocio. Sus fieles, unos 30, alejados de la política también, se reúnen cada dos meses con sus respectivas esposas para cenar en lo que ellos conocen como reuniones del club de los poetas muertos.

Dice ser feliz y disfruta del placer que supone contestar con un "no sé" cuando le plantean alguna pregunta. "Exigirle al político respuestas para todo es lo que conduce a decisiones como la de Pierre Bérégovoy [el primer ministro socialista francés que se suicidó el pasado mes]".

Para evitar trances incómodos, el político, según Hernández Mancha, debe dejarse llevar muchas veces por los consejeros. Para ilustrar su tesis cuenta una anécdota curiosa.

En 1988, Hernández Mancha comparecía en televisión ante cinco periodistas. Alguien le comunicó que el programa se convertiría en una encerrona terrible para el líder de Alianza Popular. Dos famosos redactores de televisión -él prefiere respetar el anonimato- subieron a la planta séptima de Génova, 13, y le aconsejaron: "Te van a acribillar. Se han preparado las preguntas. Serán cuestiones en las que sólo podrás contestar tres cosas, y cada uno de ellos se habrá preparado otra pregunta para cada una de las respuestas".

Hernández Mancha cuenta que el asesor de imagen de AP, un profesor de la Facultad de Ciencias de la Información en Madrid, los dos periodistas y algún cámara trabajaron siete horas en el debate. Como si se tratara de un programa en directo, le planteaban preguntas de lo más irritante para que él templara sus nervios. "De repente, uno me decía: 'Usted tiene voz de pito, parece homosexual', y yo debía contestar con el mejor de los tonos. Cuando me enfrasqué con los periodistas, una señorita me dijo: 'Señor Hernández Mancha, lleva usted exactamente 25 minutos haciendo demagogia. ¿Quiere dar alguna idea nueva?'. Yo sonrei y le dije: 'Señorita, ¿por qué cree usted eso?...', con total dulzura. Dio la casualidad de que eso mismo me lo habían preguntado mis asesores. Jamás recibí más felicitaciones, pero aquello no lo gané yo, fueron ellos, mis asesores. Y ese vídeo aún lo utilizan en el gabinete de imagen de nuestro partido".

'Jacuzzi' de emociones

Escuredo, Hernández Mancha y Jorge Verstrynge, ex secretario general de Alianza Popular, coinciden en, señalar que los momentos más emotivos de sus carreras políticas fueron aquellos jacuzzi de ovaciones, abrazos, besos y apretones de mano.

"Serán como los de la farándula, que no pueden pasar sin aplausos", comenta de ellos Gerardo Iglesias. ¿Volvería el ex minero y ex dirigente de Izquierda Unida -actual pensionista y cronista de La Voz de Asturias, colaborador de Antena 3 y El maestro Armero, entre algunos medios- a luchar por un escaño? "Nunca he tenido vocación política, me metí en ella porque luchaba por unas ideas, y como las ideas no cuentan ahora, prefiero mantenerme al margen. Nunca quise labrarme una página en la historia. Pero no. me atrevo a contestar con un no rotundo".

¿Y Hernández Mancha? Sólo si se dan dos condiciones: que se le necesite realmente en su partido y que se le dé la oportunidad de acceder a la presidencia del Gobierno, no a cualquier cartera ministerial.

A pesar de ello, la gente continúa abordándole por la calle y preguntándole sobre lo divino y lo humano. Y tampoco corrigió el vicio que adquirió en política de alimentar su espíritu a base de revistas y periódicos, sin libros apenas.Jorge Verstrytige, sin embargo, volvería, pero esta vez en las filas del PSOE, aunque "fuera para hacer campaña puerta a puerta". ¿Y por qué no lo ha hecho? "Porque no me han llamado", responde.

Verstrynge se siente cómodo en su despacho de profesor de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid. En cinco minutos recibe a cuatro alumnas con exámenes y las aprueba como haría un viejo profesor. Entonces cuenta un debate curioso con el viejo profesor Enrique Tierno Galván para ilustrar cómo un político puede disimular su ignorancia. "Yo acusé al PSOE de no haber hecho nada en Madrid, y él me contestó: '¿Y qué me dice usted de Manoteras?, ¿eso no es nada?". Era la primera vez que yo escuchaba Manoteras, así que eludí contestar. Insistió: '¿Pero por qué no. acepta lo de Manoteras, joven profesor?'. Volví a salirme por la tangente. Y a la tercera vez en que me preguntó por Manoteras, le dije casi de malos modos: 'Mire usted, está respondiendo con algo muy concreto y casi anecdótico a una pregunta bastante compleja sobre su política'. Al terminar el debate me dijeron que Manoteras era un barrio de Madrid".

Para los cuerpo a cuerpo electorales, Verstrynge contó con una ayuda inestimable. "En el primer debate de Felipe González y Aznar aparece por detrás de éste un señor con perilla. Se llama Pedro Arriola y es el que prepara los mejores informes para el Partido Popular y los empresarios españoles".

"¿Qué aprendió usted de él?".

"Datos, datos. Es el típico señor que te sustenta una teoría durante 10 minutos con profusión de datos y te la rebate de la misma forma otros 10 minutos con más datos aún. Gracias a él gané un debate con Almunia".Consejeros y guardaespaldas, de ese conglomerado se fabrica la corte de los políticos poderosos. Los guardaespaldas, aquella gente discreta que compartía en muchas ocasiones ocio y trabajo con sus jefes, fueron emborronándose cada vez más en las agendas de los políticos retirados. Verstrytige asegura que al guardaespaldas con. quien mejor se llevaba lo echaron del PP y trabaja en una empresa de electrodomésticos

Ejército de guardaespaldas

Gerardo Iglesias les llama de vez en cuando, y Hernández Mancha, lo mismo. Calvo Sotelo, acostumbrado a que cada paso suyo lo precediera un ejército de, policía, se ve ahora con muy pocos guardaespaldas de aquéllos. No renunció a ellos, porque le convenció el ex ministro de Interior José Barrionuevo, que le dijo: "No es que me preocupe en exceso por tu vida, Leopoldo, pero es que si te matan, me darás trabajo".

Este periódico intentó contactar sin éxito con Landelino Lavilla, ex líder de UCD y Gregorio Peces-Barba, que fue presidente del Congreso. Otro gran ausente de la campaña es Adolfo Suárez ex presidente del Gobierno, que permanece en Estados Unidos, junto a su hija enferma.

También se intentó contactar con Santiago Carrillo, ex secrtario general del PCE, pero su secretaria insistió en que estaba 4 viaje. El viernes, la secretaria confesó que Carrillo seguía ilocalizable porque estaba escribiendo sus memorias en un lugar sin teléfono.

Aprender a leer

Leopoldo Calvo Sotelo, ávido lector de ensayo y obras científicas durante toda su vida, comprobó, tras abandonar la política, que no sabía leer. La transición española había acabado con un hábito de lectura que cultivaba desde los 15 años de edad. Zubiri y Ortega se le caían de las manos.Entonces se le ocurrió comenzar un proceso de aprendizaje, como quien trata de acercarse por primera vez a los libros. Se engolfó en las aventuras de El Coyote y en relatos policiacos de lo más variopinto. Hasta que pasaron cuatro meses no pudo afrontar las disquisiciones filosóficas.

Hernández Mancha, sin embargo, asegura que durante las horas interminables en los aeropuertos, autobuses y coches blindados de su recorrido político aprovechó para adentrarse en los ideólogos europeos de la izquierda y la derecha. Se percató de que los conservadores habían perdido protagonismo en el debate ideológico y pretendió darle consistencia a su partido mediante aquellas horas de pasillos y aviones.

Sin embargo, desde que abrió el despacho de abogado perdió el hábito de la lectura.

Otros, como Gerardo Iglesias o Jorge Verstrynge, se muestran incapaces de abandonar el vicio de todo político: devorar compulsivamente periódicos y revistas, a costa de no leer novelas, ni poesía, ni ensayo.

Rafel Escuredo procuró desprenderse de ese vicio al encontrarse dueño de su tiempo. Podía por fin leer durante los fines de semana, es más, disponía del fin de semana para él y su familia, cosa que nunca antes le sucedió.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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