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Los velocitas se reencuentran junto a Napoles

Carlos Arribas

El quinto vencedor en este Giro ha logrado el ramo de flores tras una llegada masiva. Al fin los italianos han efectuado su despliegue más querido: la Polatta. Un espectáculo en los suburbios de Nápoles en el que participó, en el papel de estrella invitada, Miguel Induráin (Banesto). El ganador fue el joven Fabio Baldato (GB-MG). Un segundón en un Giro del que se han escapado los mejores llegadores. Moreno Argentin (Mecair) sigue de líder y ya acaricia su deseo de cubrir vestido de rosa la primera semana de carrera. Induráin continúa cuarto, aunque Bugno le restó un par de segundos en un Intergiro.

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El Giro invita a la polémica. Tanto que ni siquiera el siempre tranquilo Induráin parece mantenerse inmune a esa especie de virus, que se ve ayudado en su infestación por el calor y las etapas morosas. Si no se pedalea fuerte, habrá que hablar, debe de ser el lema. E Induráin se lanza: "Creo que el Gatorade, el equipo de Bugno, es flojo y que además Bugno le está haciendo trabajar de más en estas etapas. Quizás cuando lo necesite de verdad lo tenga agotado". Porque el campeón del mundo trató a sus compañeros como si él fuera un sprinter. En los últimos kilómetros de una etapa llana les hizo estar siempre en cabeza. Quizás le guste la estética y luego se regocije viendo por la televisión cómo los Gatorade mandaron y él siempre delante. Además, estaba contento, se había beneficiado de dos segundos de bonificación en el Intergiro. Y explicó: "Induráin es el más fuerte y en la contrarreloj de Senigallia nos va a sacar más tiempo. Mi única oportunidad en este terreno es beneficiarme de todas las oportunidades que tenga para robarle segundos. Es mi única defensa".Todo fue una cuestión nerviosa. A los oídos de los corredores había llegado la noticia de que el final era infecto. Dos kilómetros con mal firme y curvas demasiado cerradas, en ángulo recto. Peligro, caídas, se dijeron todos y adelante se marcharon, que se va más seguro. Además, Induráin se acordaba de la llegada a Avversa -otro suburbio de Nápoles- el año pasado. Un trazado similar y una caída a poco más de un kilómetro de la meta que por poco le cuesta unos segundos.

Eran los últimos kilómetros, se cazaba a escapados despistados -entre ellos a Eduardo Chozas (Artiach), que se estrelló solo contra el viento de cara-, y, el pelotón se lanzaba ya a velocidades exageradas, cercanas a los 60 kilómetros por hora. Y allí, en la cabeza, se coló Induráin. Era el terreno de los codos y de la búsqueda de posiciones para la llegada. Si Bugno viajaba protegido de los suyos, el navarro se buscó el cuidado solo. Así se dio una imagen insólita: Induráin entró el primero en la recta de llegada. Y siguió tirando, como si de un lanzador se tratara. Hasta parecía que quería ganar. Pero, a falta de 300 metros vio que era terreno seguro, se echó a un lado, levantó el pie del pedal y dejó que los sprinters se despedazaran.

Por detrás sí que se produjeron caídas, pero antes. Un perro se escapó al dueño y se cruzó en la carretera. El más dolido, Franco Vona, del equipo de Chioccioli y el mejor escalador del pasado Giro. Llegó a más de 13 minutos de Baldato. Con más calma se lo tomó Greg LeMond, víctima de una caída anterior. El estadounidense también perdió 13,21 minutos, pero fue él quien se marcó ese ritmo. Casi con alegría se tomó el paseo final.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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