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Las miserias íntimas de los intelectuales

Un estudio editado en Francia relaciona las teorías de grandes pensadores con sus comportamientos privados

Rousseau (1712-1778) es el primero en ser sometido a revista en el libro de Paul Johnson La gran mentira de los intelectuales. Mitómano, exhibicionista, paranoico, onanista, cleptómano, avaro, dotado de una prodigiosa memoria y un poder de seducción insólito, se cuenta que atestaba los salones, donde leía sus textos en sesiones que se prolongaban durante quince o diecisiete horas, con pausas para comer o atender otras necesidades. Pausas frecuentes para el mismo Rousseau, afectado de una penosa incontinencia urinaria.Jean Jacques se quejó toda su vida de su mala salud, desmentida sucesivamente por su ardorosa actividad o por su amigo Hume, que confesaba no haber conocido nunca a un hombre tan robusto. El insomnio, sin embargo, y la deformidad de su pene, que le obligaba a usar un catéter doloroso, fueron sus mayores achaques. No por ello se desalentaba en lo principal. "Dejaría esta vida con aprehensión si llegara a conocer un hombre mejor que yo, con un corazón más amoroso, más tierno, más sensible". escribía. Él fue el primer intelectual en proclamarse amigo del género humano. Aunque no de todos sus habitantes. De su amante, Thérése Levasseur, una joven lavandera de 23 años, que permaneció 33 años a su lado y con la que acabó casándose en su vejez, anotó: "No he sentido nunca ni una chispa de cariño por ella".

Aunque buena parte de la reputación rousseauniana descansa en sus teorías sobre la atención y educación infantil, tema subyacente en Emilio, El contrato social o incluso en La nueva Eloísa, las cosas discurrieron de este modo en su esfera privada: el primer hijo con Thérése, nacido en el invierno de 1746-1747, fue entregado envuelto en un paquete al hospital de los EnfantsTrouvés. Y lo mismo resolvió hacer con los cuatro hijos siguientes. Ninguno recibió nombre y, conociendo que sólo un 5% de aquellos asilados llegaba a la madurez y en forma de mendigos y vagabundos, es dudoso que sobrevivieran demasiado.

Teoría innovadora

Las inquietudes a propósito de su desazonante conducta se racionalizaron en una teoría innovadora. En su discurrir, la educación constituía la clave tanto del progreso social como de la evolución moral y, siendo tan decisiva, su gobierno debía corresponder enteramente al Estado y no a padres, a veces tan tiránicos como el suyo o tan indignos como él. Acusado de tiránico e iracundo a su vez, o, como decía Diderot, poseído de un "orgullo satánico", el único amor de su biografía, la condesa de Houdetot, acabó diciendo de él: "Era demasiado feo como para darme miedo".Feo también fue Jean Paul Sartre (1905-1980). Su padre, fallecido cuando el filósofo contaba 15 meses, medía 1,56. Jean Paul ganó sólo un centímetro más en la herencia y tuvo que apechar suplementariamente, desde los cuatro años, con las secuelas de una gripe que le dejó tuerto.

Él mismo, en sus Carnéts, escribía en torno a 1940: "Necesito disfrutar de la compañía de las mujeres para aliviarme de mi fealdad". Sartre, bon vivant, desaseado, dispendioso, amante del whisky, el jazz, los cabarés y las mujeres, en los finales de los años cincuenta llegó a tener hasta cuatro amantes al mismo tiempo: Michelle, Arlette, Evelyne y Wanda, sin contar con Simone de Beauvoir. Su Crítica de la razón dialéctica (1960) fue dedicada a Castor (apelativo cariñoso para la Beauvoir. beaver es castor en inglés), pero solicitó a Gallimard la impresión de dos ejemplares de uso privado con la dedicatoria "A Wanda".

Según Simone de Beauvoir, era este tipo de compañías femeninas, en general jóvenes alumnas, el que le inducía a graves excesos, y no sólo en el orden sexual. Citando a su biógrafa Cohen Solal, Johrison precisa que, en torno a 1960, Sartre bebía un litro de vino durante sus almuerzos en Lipp, La Coupole o Balzar, y que su consumo cotidiano de tóxicos comprendía dos paquetes de cigarrillos, varias pipas de tabaco negro, un litro de alcohol (vino, vodka, whisky, cerveza), 200 miligramos de anfetaminas, 15 gramos de aspirinas y varios gramos de barbitúricos, además de té y café.

La vida de la autora de El segundo sexo al lado de Sartre choca con sus postulados en contra de la explotación de la mujer. Cuesta trabajo explicar -anota el autor- cómo una personalidad tan brillante como la suya se aviniera a conducirse como una esclava. Sartre, falócrata en los sesenta, lo había dejado claro desde el principio. No renunciaría a otras mujeres y ella podía hacer otro tanto con los hombres. Ambos se confesarían después sus aventuras. El código amoroso y sartriano se condensaba en tres dictados: "Viajes, poligamia, transparencia". "Le dije", escribe Sartre en Carnéts "que existían dos tipos de sexualidad: el amor necesario y los amores contingentes. Y Castor aceptó".

El novelista norteamericano Nelson Algren fue el gran contingente de la Beauvoir, y en algunos sentidos el amor de su vida, pero, con la edad, ella aceptó su papel de seudoesposa, resignada, sexualmente inactiva y al margen. Beauvoir describió cruelmente estos últimos años con su compañero, prácticamente ciego, frecuentemente ebrio y desalentado intelectualmente, en La ceremonia de los adioses. La última traición que padeció fue saber que Sartre había adoptado legalmente a Arlette, convertida así en heredera universal de sus derechos literarios.

Las botas de Tolstói

Otro código de relaciones accidentadas llenó la vida de Tolstói (1828-1945) y de Bertrand Russell, entre otros intelectuales como Brecht, Shelley, Ibsen o Hemingway, que se examinan en el volumen. La pasión de Tolstói por el juego, la ambición de poseer más tierras y su conflictiva relación con la sexualidad ("La visión de los pechos de una mujer me ha disgustado siempre") fueron tres centros de zozobra. "No he conocido ningún hombre tan bueno como yo. No recuerdo haber actuado una sola vez mal en mi vida. Y, sin embargo, nadie me quiere. Es incomprensible", escribe en sus diarios.Tolstói tuvo un hijo con una mujer casada, Askinia, que se llamó Timofei Baziki. Nunca lo reconoció. No obstante, y acaso por acercarlo a su lado, empleó a su madre de sirvienta, permitió al niño jugar por la casa y terminó haciéndolo cochero de Alexéi, su hijo legítimo. Afanado por crear escuelas que educaran a los campesinos de su patria, no se ocupó, sin embargo, de que Timofei aprendiera a leer y escribir.

Tolstói se casó en 1862, a los 34 años, con una muchacha, Sofía Bers, hija de un médico, de 18 años. Medía ella 1,52 metros y a él, que rehuía al dentista, se le habían caído casi todos los dientes. Al estilo de los amores transparentes de Sartre, Tolstói estableció, un siglo antes, que cada uno llevara un diario que -permitiría leer al otro. Por ese medio ella supo que su marido padecía una enfermedad venérea que creyó la causa de sus 12 abortos y por los que era bárbaramente reprendida. Descubrió además su paso por los burdeles y múltiples apreciaciones denigratorias respecto a ella. Sus sollozos se hicieron desde ese momento tan abrumadores que Tolstói decidió llevar dos diarios: uno falso, que dejaba husmear, y otro sincero, que guardaba dentro de las botas y que, para su repetido pesar, acabó descubriendo Sofía.

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