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FLAMENCO

Sobriedad

Joaquín Cortés, 24 años, se sitúa al frente de un ambicioso espectáculo flamenco. Él es un gran bailaor, que pasó por el ejercicio de la danza clásica española en el Ballet Nacional. Como el flamenco puede ser ejemplo de esa joven generación de bailaores fabulosamente dotados para hacer con sus cuerpos lo que quieran, a veces rayano en la acrobacia. Otra cosa es que ese baile tenga un contenido válido, y no se quede en puro alarde espectacular.Es el principal problema de este empeño. Que se ve muy bien, que entusiasma al público, pero que en ocasiones es solamente un ejercicio de técnica bailaora, sin más. Pareciera como si estos artistas quisieran demostrar que saben más que nadie, y quizá están en lo cierto, pero también es verdad que lo flamenco es algo muy hondo, personal y emotivo, y ahí es donde seguramente se quedan cortos. Yo diría, en definitiva, que no les vendría mal una cierta dosis de humildad.

Joaquín Cortés, ballet flamenco

Con Lola Greco y Joaquín Grilo, músicos y cantaores. Madrid, Teatro Albéniz, 13 de abril.

Lo auténtico

Así Cortés, en su farruca, fue donde más convincente nos pareció. Bailó como recogido en sí mismo, entrañado con lo jondo, sintiéndose; se olvidó del artificio para damos lo auténtico, lo que repudia por naturaleza, zapatazos y otras lindezas semejantes; y demostró una clase fuera de lo común.Algo parecido podríamos decir de Joaquín Grilo en las alegrías; es un bailaor extraordinario, pero se excede con frecuencia, para la música y se entrega a toda suerte de alardes formales, que arrebatan a la audiencia. De Lola Greco cabe decir que es una discreta bailaora, pero excelentísima bailarina; su rondeña fue un prodigio de sensibilidad, un exquisito y delicado presente que nos hizo. En cualquier caso, los tres intérpretes dan lo mejor de su arte en estas sus creaciones individuales, pues cuando actuaron colectivamente -en la siguirilla, decepcionante, o los tangos- fueron mucho más convencionales.

Espléndido el resto del elenco, con un sorprendente Javier Colina, que adecuó admirablemente el sonido de su contrabajo a la peculiaridad de la música flamenca. Todos funcionaron con perfecta armonía en un trabajo que no es fácil para ellos, por más complejo de lo habitual en este quehacer. Forman ciertamente un grupo de profesionales a la altura de un espectáculo de gran sobriedad estética, en que las luces tienen primordial importancia, pese a algún error conceptual al dejar fragmentos de baile excesivamente en sombra.

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