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Amigo de papas, mendigos y jefes de Estado

El abad Pierre fue amigo íntimo de Juan XXIII, y hoy tutea a presidentes y jefes de Estado. En España fue detenido por los nazis y salvado por el obispo de Vitoria y repatriado. Sobre su vida se han escrito docenas de libros y realizado dos películas. Muy respetado en las altas esferas eclesiásticas, su imagen no es, sin embargo, del gusto de la ortodoxia romana. Inquebrantable, la vocación del abad Pierre es la misma desde hace casi un siglo: defender a los humillados, estar al servicio de los humildes y rechazar, vengan de donde vengan, las sirenas fastuosas del poder y la riqueza.

El abad Pierre tiene instalado su cuartel general en el primer piso de una vieja granja rehabilitada. A pocos kilómetros de Rouen (Normandía), el centro alberga a 38 personas desahuciadas, entre ancianos, ex alcohólicos, indigentes e individuos al límite del internamiento psiquiátrico. ¿En una mano una Biblia y en la otra una espada? "No, no es exactamente eso", explica el abad Pierre sin dejarse seducir por la imagen. "Pero es indudable que cuando no se come ni se va correctamente vestido, el mensaje del Evangelio resulta una incongruencia".

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"No basta ser creyente; hay que ser creíble"

"La pobreza en Francia equivale en número y en víctimas al daño provocado por 100 terremotos, tendría que ser declarada por el Gobierno catástrofe nacional. Sólo de esa manera, el Estado podría imponer su autoridad a los poderes públicos obligándoles a desbloquear los créditos necesarios".

El abad Pierre vive rodeado de viejos aparatos electrónicos, un vídeo, un fax, dos teléfonos, máquinas de escribir, con los que se comunica sin necesidad de moverse, enviando incansablemente patéticos mensajes de ayuda humanitaria y reclamando a los políticos y empresarios dinero para su asociación. Cada invierno, cuando llega el frío, aparece en radio y la televisión para hacer llamamientos a los ciudadanos. Durante nuestra entrevista, el arzobispo de Rouen llama por teléfono, y discute con el monje sobre el contenido de un texto dirigido al Senado, el abad Pierre parece darle órdenes, como quien, da consignas militares. Sólo al despedirse adoptará el tono sumiso que conviene a su grado en la jerarquía eclesiástica. Hace unos días fue recibido por el Papa, y no desperdició la oportunidad para hablarle de los gastos inútiles que entrañan sus largos viajes. "Con ese dinero", dice, "se podrían construir cientos de apartamentos".

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