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Los nuevos "refusés"

La actitud de rechazo al realismo pictórico puede acabar colocando a esta tendencia en las catacumbas del arte actual, dominado por toda clase de informalismos, escribe el autor del artículo. Boadella imagina un sketch en el que un Leonardo actual sería tomado por loco si se le ocurriera presentarse con sus Madonnas ante María Corral, directora, del Museo Nacional Reina Sofía.

En el año 1863 se celebró en París el salón de los refusés, como contestación de los pintores rechazados en el Salon d'Automne, que venía a representar en aquellos momentos la expresión de las tendencias académicas y oficialistas. Pocos anos bastaron para que algunos de estos rechazados fueran reconocidos públicaemnte como los grandes pintores de la era moderna, quedándoles ya para la historia el apodo de impresionistas que había utilizado precisamente como menosprecio uno de sus muchos críticos detractores.Es curioso constatar cómo la, historia del arte se desarrolla a menudo con la misma periodicidad que los ciclos de la naturaliza, encontrándonos en el mismo punto con distancias a veces milenarias. Podríamos tomar ejemplos como las pinturas de los misterios aulésticos de Pompeya y el Rafael renacentista. Su similitud distante de 1.500 años es impresionante cuando se constata que Pompeya no estaba descubierta en la época de Rafael. Otras veces estos ciclos se repiten con más celeridad, como sería el caso actual de los nuevos refusés, apodados hoy figurativos o realistas. Y. esto viene a cuento precisamente ante la reciente polémica suscitada entre el pintor Antonio, López y el Museo Reina Sofía por no poseer éste una muestra del realismo actual.

Al margen de la solución de este contencioso, este rechazo al realismo por parte de museos contemporáneos, medios de comunicación, intelectuales y políticos culturales al por mayor no se trata de algo nuevo; todo lo contrario, esta actitud tiende a recrudecerse, supongo que hasta conseguir colocar el realismo en las catacumbas del arte actual, dominado ahora por toda clase de informalismos.

Quizás esta posición obligadamente marginal será la salvación del oficio pictórico, como en los años mil los monasterios pirenaicos lo fueron de la cultura europea, pero mientras no llegan estos días de gloria compadezco al pobre artista al que se le ocurre pintar hoy figuras, paisajes o bodegones con tan mala fortuna. que puedan reconocerse como tales los árboles, las personas y las manzanas.

Parece, pues, que los tiempos se presentan cada vez más difíciles hacia todos aquellos que no han querido disfrazarse de cavernícolas para ir a mercadear sus garabatos primarios en la tribu del tío Sam.

No puedo dejar de imaginarme un sketch donde un Leonardo actual se presentara con sus Madonnas a doña María del Corral, directora del Reina Sofía. Posiblemente una ambulancia con dos loqueros en la puerta del museo sería el final de la escena. Pero lo que me parece más inquietante del llamado arte contemporáneo es constatar la desaparición en nuestra sociedad de aquellos niños que vociferaban al gran duque su desnudez, encontrándonos por consecuencia ante uno de los mayores fraudes en la historia de las artes con el consentimiento general y el apoyo de los Estados.

Cuando las cosas, signos y acciones son liberados de su esencia, de su concepto, de su origen y de su fin, se penetra entonces en una reproducción mecánica hasta el infinito. Las cosas pueden seguir funcionando a pesar de que la idea haya desaparecido desde mucho tiempo atrás. Si se trataba de crear una ruptura radical con el acádemicismo, eso hace muchas décadas que se hizo; ahora todo es variación sobre el mismo tema, el pretendido espectáculo de la libertad se ha convertido en monotonía y esterilidad. Vermeer resulta hoy más reconfortante que nunca. Bajo el pretexto de romper moldes ha irrumpido en los iniciáticos oficios artísticos una invasión de frustrados yeseros, albañiles, traperos, metalúrgicos y bricoleurs que arrasan con cualquier signo del pasado que pudiera suponer la mínima sujeción a un código. Así, sin referencias, las artes plásticas se convierten en el reino del invento, recreando falsos primitivismos que dan como resultado una especie de neogótico de las cavernas.

Deseo de polémica

Habrá quien note entre estas líneas un deseo encubierto de polémica, éste sería sin duda mi objetivo, pero también soy completamente escéptico en este terreno, lamento decepcionar a los que esperan esto de mí, porque nadie desea debate en el arte actual, nadie recogerá el guante, nadie se sentirá aludido. Cualquier polémica sobre el tema sería perjudicial para el complejo montaje comercial. El debate no es deseado por nadie y mucho menos por los que poseen obra almacenada para especulación. Imaginémonos por unos momentos qué ocurriría si se demostrara que aquellas obras valen lo mismo que los graffiti de una estación de metro, o que el mismísimo Miró no es más que un pompier del paleolítico.

Entre las élites de los países desarrollados este arte contemporáneo se ha convertido en un nuevo tabú, indiscutible. Decir cosas semejantes públicamente puede valerle a uno una variada colección de calificativos des preciativos, y esto, hay que ad mitirlo, es el gran mérito de los que manejan el cotarro contemporáneo: han conseguido introducir el temor de expresar una opinión crítica a todos aquellos que no hemos conseguido pasar más allá de Cézanne.

Se ha sabido colocar subliminalmente el complejo de neófito al espectador, mediante retorcidos escritos en catálogos y artículos, así como la creación de una red de expertos con autoridad para determinar en cada momento los valores en alza.

Gracias a estos métodos, la subsistencia de estas formas ha quedado asegurada con el silencio temeroso del público, pero también con la soledad de las galerías modernas.

La mayor parte de la ciudadanía ni entiende, ni le gusta, ni le interesa; sigue prefiriendo el mérito de la artesanía y el oficio, ante la frívola espontaneidad del azar, la monótona investigación de materiales o el arrogante impudor del supuesto genio.

Es precisamente esta actitud generalizada del ciudadano la que induce a formular algunas preguntas sobre la polémica con el Museo Reina Sofía. ¿Bajo qué criterios el museo público puede ignorar en sus colecciones un testimonio amplio del realismo practicado contemporáneamente por cientos de artistas españoles? ¿Quiénes son estos expertos que deciden entre los pintores actuales aquellos que son contemporáneos? ¿Por qué, despreciando el gusto mayoritario del contribuyente, le imponen a éste lo que considera precisamente una mamarrachada? ¿Qué ingredientes son necesarios para ser considerado uno de estos expertos?

Salas de manualidades

Si las galerías privadas se asemejan hoy a las salas de manualidades de un frenopático es sin. duda su derecho, allá ellos con sus propios riesgos y negocios, tampoco la historia les pedirá cuentas de su posible ridículo, pero que los Estados Impongan este criterio artístico discriminador, apostando por una opción estética tan restringida, es un hecho que, al margen de su poca ética política, nos plantea una sospechosa duda: ¿no se estará favoreciendo con estas opciones excluyentes intereses económicos privados al utilizar los museos de arte contemporáneo como bolsas de cotización del arte?

Si esto es así, como parece ser, el trasnochado compromiso estético del Estado soviético con el realismo socialista sería bastante más altruista y mucho menos perverso que este retablo de las maravillas contemporáneo, movido por mercaderes disfrazados de expertos, donde la mayoría de los ciudadanos, cornudos todos, pagamos además su fiesta privada.

es dramaturgo y director teatral.

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