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Liturgia de negros ante el apóstol

Milton Nascimento y su 'Misa de América negra' abarrotaron la plaza del Obradoiro

Miles de personas peregrinaron el domingo por la noche hasta la plaza del Obradoiro, en Santiago de Compostela, para compartir la celebración de una sorprendenta liturgia: la Missa dos quilombos o Misa de América negra, que llegaba por primera vez a Europa. Bajo la mirada del apóstol Santiago, la ceremonia religioso-musical, oficiada por un dominico, y con la presencia de Milton Nascimento y Paul Winter, tuvo momentos emotivos.

"Estamos llegando de las profundidades de la tierra /estamos llegando del vientre:de la noche /carne de azote somos /venimos a recordarlo". Así comenzó, en la plaza del Obradoiro de Santiago de Compostela, la Missa dos quilombos o Misa de América negra, escrita por el obispo Pedro Casaldáliga, Milton Nascimento, y Pedro Tierra.Dos bailarines negros, mujer y hombre -ella parece de goma-, se mueven con suavidad, en una lo que parece evocación del paraíso terrenal. Por la rampa de acceso al escenario van subiendo los más de 50 miembros de una comitiva alegórica. Estandartes blancos con cruces rojas, flanqueados por soldados y acompañados por cirios, simbolizan la llegada del catolicismo al continente americano. "El 12 de octubre de 1492, trajeron a América la cruz y la espada", diría Milton Nascimento en plena misa.

Poco más de un minuto necesitó el músico de Minas Gerais para recorrer los escasos 200 metros que separaban el Hostal de los Reyes Católicos, donde se alojaba, de la escena situada en una esquina de la misma plaza. Él, que de crío lloraba viendo Marcelino, pan y vino, estaba viendo cómo se hacía realidad su sueño compostelano. Y la misa se recordará.

Alguien comentaba que no había visto nunca nada igual en el Obradoiro. Para Paul Winter, visiblemente emocionado, fue "un milagro musical; el tipo de cosa que puede hacerle a uno religioso. Es el momento más importante de mi vida musical. No hay palabras".

Milton compareció sin su eterna gorra. Debió tratarse de una señal de respeto porque durante hora y media la plaza fue una catedral. Colocado de espaldas a los asistentes, frente a un atril, dirigió a un magnífico coro y a un grupo instrumental con una sección rítmica impresionante. Cantó poco, pero cuando lo hizo (Em Nome do Deus o Comunhao), su voz sonó con la fuerza de siempre. Al final, entre las veneradas piedras retumbaron las palabras de una invocación a la Virgen, en línea con la teología de la liberación. Más de un jerarca vaticano se hubiera sobresaltado escuchándolas.

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