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Tribuna:ÁFRICA OLVIDADA
Tribuna
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La mirada de los vencidos

Del más pobre de todos los países americanos nos llega la más magnífica fiesta visual de este V Centenario: el encuentro de los dos mundos visto por los pintores de Haití. Desde la llegada de las tres carabelas a la rada de Saint-Nicolas, escoltadas por sirenas negras y Agoué, el dios del mar, hasta el derrocamiento por el ejército del presidente electo, Jean Bertrand Aristide, de 1492 a 1992, por tanto, cinco siglos comprimidos, cuidadosamente enterrados por nuestra altivez y nuestra ignominia, desfilan de un solo golpe ante nuestras miradas en 100 cuadros resplandecientes. No hay sermón ni acusación. La protesta se halla tanto y más en la pintura que en la crónica.Al elegir Sevilla como punto de partida de un gran periplo (la exposición itinerante se presentará después en Roma, París, Nantes, Atenas, Nueva York, etcétera), Jean-Marie Drot, el comisario general, y sus amigos haltianos no han actuado al azar. Estos documentos naïfs de hechura, pero tan cargados de sentido en profundidad, vuelven a hacer la travesía de Colón en sentido inverso. El mensaje vuelve así al remitente: "Oh, gran hombre blanco, querido Cristóbal, nuestro primer colono, mira bien, así es como hemos descubierto a nuestros descubridores europeos y a sus dignos sucesores, esos americanos del Norte que nos han invadido y saqueado durante 20 años (1915-1934), antes de dejar sitio a vuestros apoderados, generales y macoutes". En Port-au-Prince, durante la última sublevación popular, la estatua de Colón ha sido arrancada y arrojada al mar, sin indicación de las autoridades: excesivo ultraje que se entenderá mejor después de esta muda toma de la palabra, no obstante desprovista de toda amargura o resentimiento.

Estos modernos iconos nos llegan desde el otro lado del espejo occidental. Los que jamás se ven en nuestros cuadros de honor -campesinos de los cerros, cortadores de caña de azúcar, excluidos habitantes de las ciudades de chabolas- vuelven a entrar de repente en el marco y nos presentan sus propios cuadros, es decir, nuestro rostro al revés. Recordatorio oportuno. La olvidadiza conmemoración de 1992 recordaba demasiado, en efecto, a un encuentro cara a cara Europa-América, una explicación póstuma entre conquistadores e indios. Lo que retorna de modo brutal, en las calles de Los Ángeles como a través de Haití la olvidada, es África, el tercer participante excluido de nuestras ceremonias; y con ella, el rostro nocturno de América. Entonces se ilumina nuestro propio inconsciente de sombra a nosotros los europeos: el tráfico de esclavos, primer fundamento de nuestra opulencia.

Negros o mestizos, todos estos imagineros son hijos de esclavos, que no lo olvidan. En la Hispaniola de 1492, actualmente dividida entre la República Dominicana y Haití, había casi 200.000,indios. En 1548, según Oviedo, quedaban 500. Pero los indios habían extraído el oro, varios cientos de toneladas. Sus sustitutos negros han cultivado después la cafia de azúcar (duración media de la vida de un esclavo de plantación en el siglo XVII: siete años). Cada imperio tiene su mano de obra. La introducción de esclavos tiene como origen exacto la instrucción remitida al gobernador Ovando por los Reyes Católicos, el 16 de septiembre de 1501. Las Casas, el defensor de los indios, no podía indudablemente prever el precio que África iba a pagar por su hermoso apostolado. Incluso si el tercio occidental de la isla dominicana diezmada fue abandonado por los españoles en manos de los franceses, en 1697, y si los barcos negreros han enriquecido ulteriormente a los puertos franceses del Atlántico, los conquistadores no están exentos del esclavismo. Esta rememoración no sirve quizá como reparación moral, pero ayudará a colmar una cierta amnesia colectiva. En este sentido, es justo que dicha exposición se inaugure en el Instituto Francés de Sevilla, pues, al haberse encargado los españoles de los indios, son precisamente franceses quienes han masacrado a los negros de Haití.

Brujos y artistas

"único pueblo de pintores se asombraba André Matraux, que había pasado la Navidad de 1975 en las colinas haltianas para visitar esta extraña comunidad de Saint-Soleil, ese pueblo de campesinos medio brujos y medio artistas, visionarios autodidactas poseídos por los loas, los espíritus vudúes. André Breton había sentido el mismo sobrecogimiento en Port-au-Prince, donde había ido con Wilfredo Lam en 1945. Los cuadros de Hector Hyppolite le llegaron "como una tufarada arrasadora primaveral". Existe ahí un enigma estético. El misterio es éste: el África tradicional no tiene pintura, y las demás Antillas ignoran la figuración. ¿De dónde procede entonces el don plástico de estos antillanos llegados de África? ¿Por qué el color estalla aquí y no en la Martinica? La respuesta se impone: es porque aquí hay un pueblo. Excepcional personalidad colectiva, por derecho de primogenitura, Haití fue la primera nación independiente de Suramérica (1804), vencedora de las tropas nepoleónicas. Y la primera República negra del mundo. He ahí lo que sacude la pereza del prejuicio racial, según el cual, el negro, dotado para la danza y la música, no lo estaría para el dibujo. Masivamente analfabetos, encerrados en un dialecto créole oral, los campesinos haitianos se comunican mediante el trazo y el color. Al no saber escribir se expresan con imágenes. El lenguaje de los pueblos sin cultura escrita antigua es el arte. Van directamente a la poesía, sin detenerse en la prosa del mundo, y este atajo da a sus creaciones plásticas un carácter de necesidad y una fuerza de evidencia sin igual. Cuando los autobuses, los taptap, son retablos ambulantes, cuando las plumas de aves pueden servir de pinceles y los cartones de embalaje, como lienzos, es que la pintura responde a una necesidad vital de expresión. Y que lo esencial del ser humano pasa por la figuración. Si no es anónimo -cada uno de estos pintores tiene un nombre y un estilo identificable-, el arte popular es colectivo. Transmite una identidad, una memoria, una energía cuyas coordenadas son,al mismo tiempo, mágicas e históricas. No hay aquí una gran diferencia entre el pintor y el brujo, ni entre el sacerdote y el militante. En Haití, donde los poemas mueren empuñando las armas, como Jacques-Stephen Alexis, los talleres de pintura son núcleos de organización colectiva, y los seminarios, escuelas de dirigentes. Lo demuestra el padre Aristide, surgido del colegio salesiano, impulsado por la teología a la cabeza de la resistencia popular.

"Un verdadero cuadro naif-, señalaba Derain, "es un disparo de fusil recibido a quernarropa". El fauvismo más la epopeya, tal sería la fórmula de este arte de autodidactas donde cada persona habla por todas, y a todas, de lo que es común a todo un pueblo. El arte naif está comúnmente ligado a la naturaleza, la flora y la fauna más que a los seres humanos. Los hijos del aduanero Rousseau expresan el bosque, el Edén de las manzanas de oro, Eva y la serpiente, la luna y los leones. Lo admirable aquí, y para nosotros, la novedad, es la anexión del acontecimiento histórico por lo real maravilloso (tema propiamente haitiano recuperado más tarde por Alejo Carpentier y por toda la novela latinoamericana). El naif de Europa describe. El naif de América narra. El primero tiene fantasmas, el segunto tiene iras. La realidad asume, bajo su pincel, un aspecto onírico y fantástico, pero el ensueño personal tiene, como punto de partida y de llegada, la aventura nacional. La fantasía se transforma en un acto de resurrección, entre cívico y mágico, de lo imaginario colectivo.

Magos de la lozanía

Lo que sorprende más en este centenar de imágenes de funerales, ejecuciones, emboscadas, masacres, crucifixiones, ectétera, es el optimismo. Esta jubilosa mnemotecnia de la desgracia justificaría pbr sí sola la expresión del escritor Metellus acerca de sus compatriotas: "magos de la lozanía". Siempre un alba detrás del crepúsculo, un jardincillo al pie del Gólgota, un angelote risueño por encima de los fusiles. ¿Tristes tópicos? Pues no. Estos desvalidos ignoran el miserabilismo; y su rebelión conserva siempre una sonrisa de niño bueno. Como si ellos nos narrasen una farsa.

Hermosa lección. ¿Y si esos primitivos, esos retrasados, nos hubiesen ganado por mano? Esos fontaneros, barberos, garajistas, agricultores, cocineros, cuyas visiones nos encantan, dan testimonio de una época, para nosotros, antigua, donde el artista era todavía un artesano, como el cantero o el lluminador medievales.

Estos falsos pintores dominicales poseen un estilo sin pertenecer a una escuela, una visión del mundo sin -ismo de referencia. Esta pintura nada decorativa o comercial, pero al mismo tiempo documental e interior, data, si se quiere, de antes del nacimiento del arte y de los museos, de antes de la separación entre los seres humanos ordinarios y las obras extraordinarias, las que se colocan bajo vitrinas. Es materia sagrada en estado bruto. Sin duda tendremos necesidad de ello, cada vez más.

Regis Debray es escritor francés.

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