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“Los hombres saben mejor que el pollo”

Un caníbal reformado recuerda el sabor de los humanos devorados por él en Nueva Guinea

Derek jura que no se come a nadie desde los años sesenta. "Los misioneros nos dijeron que debíamos dejar de hacerlo", explica, mientras sorbe con avidez un café en el bar de un pequeño hotel de un valle perdido en Irian Jaya, la mitad de la isla de Nueva Guinea que pertenece políticamente a Indonesia. Sin embargo, en todos estos años no ha conseguido olvidar el sabor de la carne humana. "Era deliciosa, mejor que la de cerdo o la de pollo", recuerda sin ocultar su nostalgia en Wamena, capital del valle de Baliem.

Sus ojos brillan mientras desgrana viejas historias de los tiempos en que algún vecino de recia constitución podía acabar en la olla de los enemigos de cualquier valle cercano. "Los viejos estaban un poco duros. Los hombres y mujeres jóvenes sabían mucho mejor. El sabor de los bebés se parecía al pescado. La sangre era algo muy suave", comenta.

"Espero que no cite esto", advierte una joven investigadora extranjera que trabaja en Jayapura, la capital de la provincia. "Hasta hoy no se ha conseguido ninguna prueba documental sobre canibalismo de niños". "No se trata de la imagen tan extendida del misionero que acaba sus días como protagonista de un guiso en la olla de un pueblo de caníbales, rodeado de zanahorias y patatas. Lo que el hombre desea es absorber el espíritu de un enemigo fuerte, y en ocasiones el de la persona que más adinira", alecciona esta científica.

De acuerdo con la narración de Derek -nombre que tomó en cuanto se hizo cristiano-, la gente de hecho era cocinada sobre piedras calientes, envuelta su carne en hojas y hierbas, en la misma cocina en la que se preparaban los platos de la dieta cotidiana. A veces, el más débil en los ritos de iniciación acababa en la mesa. En algunas tribus de Irian Jaya, el canibalismo era el broche final de la relación con un extranjero al que se había hecho creer que estaba entre amigos.

Los pobladores locales aseguran que el canibalismo ha desaparecido, aunque los expertos mantienen sus dudas respecto a que estas costumbres sigan vigentes en lejanos valles donde viven tribus de las que todavía no se conoce ni su existencia. Derek el caníbal pertenece a la belicosa tribu de los dani, avistados por primera vez cuando. un europeo sobrevoló sus valles en 1938. En los años cincuenta, los misioneros cruzaron durante semanas selvas y montañas en una especie de "invasión de Dios" hasta llegar a ellos. La conversión de cerca de 80.000 miembros de la tribu dani obedeció a un interés más material que espiritual, según Hulu, un amigo de Derek. "Los sacerdotes traían cuchillos, escudos y sal", dice, cosas esenciales para quienes aún viven en la edad de piedra.

Los misioneros intentan moderar las costumbres de este pueblo, dividido en 17 zonas enemigas que se enfrentan continuamente en reyertas, asesinatos y venganzas, y donde hasta hace muy poco se arrancaban los dedos a las niñas para aplacar la ira de los espíritus.

Aunque los dani abandonaron el canibalismo, la costumbre de enfrascarse en una guerra por cualquier desacuerdo respecto a cerdos o a mujeres -los primeros se utilizan como moneda para comprar a las segundas- sacude de vez en cuando alguno de estos valles. En la última contienda murieron cuatro personas por una mujer cuyo valor era de ocho cerdos.

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