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Ni menotista, ni bilardista... Basilista

Jorge Valdano

A principios de los años sesenta, el fútbol argentino paseó su fama de técnico y refinado, pero tuvo el inconveniente de que no le ganó a nadie. Fue en esos días cuando Jacques Ferran, periodista francés del diario L'Equipe, dijo que en Argentina se empleaba la táctica tsé-tsé. Tenía razón, el juego era una larga sesión de hipnosis. Fútbol anestésico. Un toque, una pausa, otro toque, otra pausa... La película tenía siempre el mismo fin: perder contra cualquiera. De pronto, mediada la década...Que suene la música: "En el Este y en el Oeste / en el Norte y en el Sur / brillará blanca y celeste / la academia Racing Club". Entrenados por Juan José Pizutti, alquimista que supo mezclar a jugadores pulidos y rústicos, veteranos y jóvenes, cuidadosos y, atrevidos, aquel Racing estuvo 39 partidos invicto y fue campeón argentino en 1966 y de la Copa Libertadores de América y, la Copa Intercontinental en 1967.

Al célebre equipo de José le ponía las hormonas ganadoras un joven nacido en la ciudad de Bahía Blanca el 1 de noviembre de 1943, uno de esos tipos que se meten en los ojos por el tamaño, en el oído por el vozarrón y en la memoria del hincha por personalidad y temple: Alfío Coco Basile. Sobresaliente cabeceador, le sobraba cuerpo para el centro del campo, por lo que buscó acomodo en la defensa. Desde allí se puso a empujar con poca calidad, pero con tanta alma que muy pronto se convirtió en El Caudillo. Cuando un rival le reprochó un día su dureza como local, a Basile se le escuchó decir que él pegaba "en Buenos Aires y en cualquier sitio". En realidad, sólo daba por exigencias del, guión en las agrias batallas de la Libertadores, pero su sólida presencia siempre se hacía notar. Terminó su carrera recogiendo otro título en el Huracán, en 1973, pero. sin lograr hacer historia en la selección nacional.

A partir de 1975, Basile juntó la herencia pedagógica que le dejaron sus profesores universitarios -abandonó Derecho mediada la carrera- con la cultura callejera extraída de su afíción a la noche, los bares y los amigos; aprovechó las vivencias que había recogido en las canchas, les agregó su inmensa presencia, su voz gruesa, la confianza en sí mismo... y se convirtió en un buen entrenador.

Creció dentro de un fútbol que se debatía entre dos modelos: el menottista, tradicional, abierto, romántico, y el bilardista, europeísta, estricto, represivo. Dos escuelas irreconciliables, que empezaron confrontando ideas -esto es: fortaleciendo conceptos propios- y terminaron formando ejércitos -esto es: bombardeando las opiniones del otro-. Alfio Basile se escapó del conflicto subido a una frase: "Ni bilardista, ni menottista... Basilista". Esto no significa estar en el medio -haría falta mucha puntería-; significa no alinearse.

Cuando le buscó sustituto a Carlos Bilardo como seleccionador nacional, la Asociación del Fútbol Argentino valoró las manos limpias de discordia del candidato, su personalidad dominante, la capacidad motivadora y su actitud siempre positiva. Así, con 46 años, Alfío Basile se vio al frente de un equipo de gran prestigio internacional sin las ventajas del efecto Maradona y con el drama, ya crónico, de trabajar entre clubes de economías pulverizadas que se ven obligados a "vender al exterior a los buenos jugadores para poder pagar a los malos", según escribió el periodista Diego Lucero.

Basile salió a competir con lo que tenía, sin abandonar su posición ganadora, una buena manera de generar respeto. Creyó en las respuestas naturales del fútbol ríoplatense: defensa en zona, buen trato al balón, actitud atacante... Eligió talentos jóvenes, les incrustó la experiencia de algunos veteranos ilustres y los soltó contra selecciones tan poderosas como la brasileña, la soviética o la inglesa para saber quién se arrugaba y quién no ante las grandes responsabilidades. En un año, la selección no perdió ningún partido.

La Copa de América era el primer test oficial de su ciclo. Quería ganar, transmitió ideas ganadoras y ganó.

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