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TEATRO / 'EL SEÑOR DE LAS PATRAÑAS'

Libertad y libertinaje insípidos

Jaime Salom clavó, al principio de su carrera de dramaturgo, dos o tres comedias en las que exaltaba la libertad; en tiempos difíciles, fueron exaltantes. Y triunfantes. Hay que agradecérselo siempre, y también una postura continua en esa línea, a la que pertenece el pensamiento de El señor de las patrañas, donde está la libertad de prensa -literalmente, en una imprenta-, de escritura, de sexo; la queja amarga del sometido a los poderes establecidos que le encaminan a la vileza, al conato de insurrección e incluso de autoinmolación como resistencia. El personaje simbólico en quien han de recogerse estos valores y esta contradicción es el valenciano Juan Timoneda (1520-1583), gran figura de su tiempo. No se sabe gran cosa de su biografía, y Salom usa de la lícita libertad para inventar un episodio que convenga a sus propósitos. Sí se sabe que no fue impresor, aunque en la obra se insista en ello, sino librero y editor, y que su obra propia no es tan brillante como su trabajo en la difusión, recopilación, de las de Otros, o como las anónimas, chistes y anécdotas que recogía en sus Patrañas.La escritura por Salom de esta obra puede ser anterior a nuestro tiempo, en el que encaja poco. Otra época en la que lo posible y lo imposible se discutían bajo la opresión le hubiera dado más sentido; hoy el dilema intelectual se plantea de otra manera, en la que la destrucción no es la alternativa a la corrupción y en el que la opresión directa ha desaparecido para dejar paso a la hipocresía y a las presiones difusas.

El señor de las patrañas

De Jaime Salom. Intérpretes: Emma Penella, Francisco Valladares, Emma Ozores, María Garralón, José Cerro, Felipe Jiménez, Rafael Rojas. Escenografía: Vicente Vela. Figurines: Pedro Moreno. Dirección: Angel F. Montesinos. Centro Cultural de la Villa de Madrid, 19 de octubre.

Comedia renacentista

Tampoco la cuestión sexual pasa hoy de la libertad a la represión, sino al contrario. Dejemos el hoy: como comedia renacentista libertina, a lo que se refiere su autor, es pobre y limitada, lejos del Boccaccio que invoca: los escritores renacentistas no hubieran dejado escapar fuera de la escena los episodios que aquí se relatan, con un lenguaje un poco verde y frescachón, pero nada más. La obra y su acción están continuamente contenidas, como si su escritura y su representación fuese más pacata que la misma intención del escritor. Quizá por tenerse que someter a las hipocresías antes citadas o para recibir las numerosas ayudas económicas que permiten hoy su representación: no muy distinto del Juan de Timoneda representado, que dependía de las bolsas de la virreina y su secretario. La dirección de Angel F. Montesinos contribuye notablemente a que la vitalidad que debía tener una intención así, con personajes inmóviles y secos, sin la menor bulla ni jolgorio se empobrezca aún más: de lo cual son víctimas propiciatorias, claro, los actores, empezando por los protagonistas para alcanzar a todos. Más que falta de oficio, debe ser un error de concepto, puesto que todo parece montado para infantilizar la acción y la dicción, como si en el Renacimiento valenciano fuesen tontos, cosa que está en contra de la historia y de los textos mismos de Timoneda.

Decorado de ilustraciones

El decorado -de Vicente Velaes infantiloide, recuerda las construcciones que hacían los niños con taruguitos de madera -su geometría, sus colores-, con trajes rígidos de Pedro Moreno: todo nuevecito, recién estrenado: y sigo creyendo que es un concepto de recrear ilustraciones de libro de cuentos. Desplazada de la época en que se supone que transcurre la acción, y también de nuestro tiempo, va decayendo poco a poco hasta desaparecer en la nada de un final forzado que, con su tragedia -la destrucción de la casa, el huerto, los establos, los libros, las prensas-, supone un final feliz, puesto que es una manera de elegir la libertad. Si es que se acepta.

Los aplausos del público selecto fueron en principio para Emma Penella, luego para algunas frases de autor; en los saludos finales, para todos los que participaron en el intento. Salom respondió a todos con unas palabras de agradecimiento en las que dedicaba la obra a su anciana madre, presente en el estreno.

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