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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La desintegración de un país

YUGOSLAVIA VIVE días en los que su desintegración es algo más que una hipótesis de salón. Si su desaparición como Estado unitario fuera sólo cosa de los yugoslavos, podría comprenderse la indiferencia del resto de los europeos. Pero la ruptura de un país cuya integridad ha sido cuando menos inestable desde su constitución como monarquía tras la I Guerra Mundial, y su reconstitución como república federal después de la segunda guerra, no es un hecho aislado de las relaciones internacionales. Por el contrario, podría ser causa de un conflicto de consecuencias impredecibles en el centro de Europa.Creada a partir de unas inciertas trabazones nacionales arrancadas al viejo Imperio Austro-Húngaro, Yugoslavia ha estado sometida a fuertes tensiones internas. Si durante la II Guerra Mundial Tito logró encabezar una resistencia armada eficaz contra los ocupantes alemanes, ' esta lucha se entremezcló con crueles contiendas civiles, sobre todo entre serbios y croatas. Sólo el carisma de Tito logró durante un periodo apaciguar las contradicciones entre las repúblicas que constituyeron el Estado yugoslavo de posguerra. Pero muerto aquél, descompuesto el sistema comunista que había fortalecido su liderazgo frente a Moscú y roto un esquema económico autogestionario insostenible, han resurgido con fuerza las tensiones nacionalistas. Estas crisis se teñían además de aspiraciones democráticas, sobre todo en Eslovenia y Croacia, y de tentaciones centralistas comunistas en Serbia. El enfrentamiento parece polarizarse entre eslovenos y serbios; los primeros, volcados hacia Occidente, y los serbios, reacios a la inevitable evolución general.

Todo empezó en enero de este año, cuando el congreso de la Liga de Comunistas de Yugoslavia (LCY) terminó en la confusión más completa, con los eslovenos -y los croatas- negándose a seguir párticipando en una organización que había perdido su razón de ser. Desde entonces, cada república tiene partidos políticos propios. En este marco, la política hegemónica del presidente serbio, el populista Milosevic, ha sido nefasta. En marzo, su decisión de someter la región autónoma de Kosovo a la dirección directa del Gobierno serbio provocó la resistencia de la población albanesa y enfrentamientos sangrientos. En abril, las elecciones federales en Eslovenia y Croacia, organizadas sin restricción de partidos, confirmaron la voluntad democratizadora de ambas repúblicas y agrandaron la brecha secesionista y el distanciamiento de Belgrado. Un proceso que despertó miméticamente las simpatías en las repúblicas de Bosnia-Herzegovina y Macedonia. La propuesta del ministro federal Ante Markovic de organizar comicios democráticos en toda la federación no parece haber detenido la corriente disgregadora. En julio, el Parlamento de Eslovenia declaró la soberanía de las leyes locales sobre las federales, mientras los diputados de Kosovo, a pesar de la represión, proclamaban su independencia de Serbia. En agosto, Milosevic inició la movilización de los serbios residentes en Croacia en aras de su autonomía, agudizando así los choques en esa república.

¿Se desintegra Yugoslavia o es razonable pensar que la solución se encuentra en un sistema confederal que consiga detener un nuevo desastre de los Balcanes? Con el preocupante despertar de los nacionalismos en Centroeuropa no puede evitarse pensar que el desmembramiento yugoslavo despertaría las ambiciones albanesas de anexión de Kosovo, las húngaras respecto de Voivodina y las búlgaras en Macedonia; todas estas regiones tienen importantes núcleos de población de aquellas naciones.

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Por otra parte, Eslovenia y Croacia acaban de proponer un proyecto de contrato sobre la confederación yugoslava, una propuesta tan elástica que cualquiera de las repúblicas podría separarse "y pedir la entrada en la Comunidad Europea". Una idea, sin embargo, coherente si se piensa que procede de las dos regiones que se adelantaron en su declaración a favor de la vía democrática. En todo caso, abre el camino para una discusión entre las diversas repúblicas que debería conducir a soluciones sin duda difíciles de articular, pero posiblemente capaces de evitar la amenaza de la desintegración nacional.

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