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Tribuna
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El interior de la imagen

Antonio Elorza

Hace exactamente 50 años, el 26 de junio de 1940, fallecía en el exilio el dibujante catalán Luis Bagaría, que a través de sus dibujos en la prensa anterior a la guerra civil logró elevar la caricatura a la primera página de los periódicos. Desde 1915 a 1931 sus caricaturas en El Sol eran "más eficaces que los editoriales", afirma en el presente artículo el historiador Antonio Elorza.

Igual que otros españoles exiliados en Francia, entre ellos Manuel Azaña, dudó al aproximarse el avance alemán de la primavera de 1940. Había que elegir entre la amenazadora perspectiva de una ocupación nazi y el desgaste de un viaje sin esperanza, "la muerte en el camino", como escribirá para el ex presidente de la República su cuñado Rivas Cherif. Luis Bagaría prefiere lo segundo, siguiendo la estela de su hijo superviviente, embarcado para América en abril. Él lo hará en mayo, y a principios de junio alcanza La Habana, donde le reciben periodistas locales y exiliados, entre ellos Eduardo Ortega y Gasset. Varias entrevistas dan fe del eco provocado por su llegada. Pronto la noticia será reemplazada por la de su muerte, el 26 de junio de 1940.Entre 1915 y 1931 Bagaría había proporcionado la imagen a las corrientes de pensamiento renovador asociadas a las fundaciones periodísticas de José Ortega y Gasset y Nicolás María de Urgoiti. Es ya un tópico decir que en El Sol sus caricaturas eran con frecuencia más eficaces que los editoriales. Unas veces, porque acertaban a sintetizar en una viñeta las ideas centrales expresadas enlos artículos de fondo. Otras, porque desbordaban los límites que la propia empresa o la censura exterior podían imponer a la. expresión escrita. El éxito de Bagaría crea en la prensa española anterior al 36 un lugar de privilegio para la caricatura; en primera página, como referencia inmediata y señuelo para el posible lector. Una simple comparación del lugar de emplazamiento de la caricatura en El Sol y en cualquier diario actual marca esa diferencia que Bagaría supo ganar a pulso en el contacto diario con los lectores.

Curiosamente, ese éxito ante el público no impidió que su trayectoria vital fuese la de un barco a la deriva, a punto siempre de hundirse definitivamente. Su bagaje ideológico procedió de una corriente, el modernismo catalán de comienzos de siglo, asociado a figuras como Santiago Rusiñol y Gabriel Alomar, cuya estrella reformadora entra muy pronto en el crepúsculo forzado por el noucentisme. El pensamiento y el lápiz del catalán Luis Bagaría se forjaron en los medios reformadores y críticos de la Barcelona de fin de siglo, un tanto a modo de expresión de la vitalidad y el europeísmo de una urbe que contrastaba con el país moribundo, la España del 98. Pero el empuje futurista será pronto absorbido por la mentalidad de un regionalismo conservador. La protesta en Cataluña se desplazará a las capas populares y, sobre todo, al sindicalismo. Entre la bohemia, la marginación y las emigraciones frustradas, Luis Bagaría es hacia 1910 uno más de los dibujantes que han brillado por un momento, pero que carece de sitio en la prensa catalana. Será entonces cuando encuentre por azar en Madrid a un político catalán conservador, Pedro Milá y Camps, quien le ofrece colaborar en su diario a punto de salir: La Tribuna. Así, a la extraña sombra de un órgano maurista, inclinado pronto a un militarismo y una germanofilia extremos, nace la fama de Bagaría que en sus dibujos acabará diciendo cosas muy distintas de las marcadas por la línea del periódico. La contradicción se resuelve en 1915, cuando Ortega funda la revista España. Las portadas de Bagaría pronto se imponen en ella a las de otros dibujantes, consiguiendo una crítica memorable del sistema de la Restauración y del militarismo alemán. También se suceden los procesos. Luego llega El Sol, donde se convierte de 1917 a 1931 en el humorista gráfico de la generación que ha de traer la República. Su pulso diario con la censura de Primo de Rivera termina sólo con el silencio forzoso del dibujante. Luego, cuando El Sol dé un vuelco en el ocaso de la Monarquía, dejará sus páginas, siguiendo siempre a Urgoiti y a Ortega. En la prensa del primero permanece hasta que en 1934 vuelve a un ya decadente El Sol, hasta la guerra civil cuyo fin le encuentra en París, dibujando en Voz de Madrid, periódico que los partidarios de la República editan en la capital francesa.

El teatro y el espíritu

La experiencia juvenil en el teatro deja su huella en los dibujos de Bagaría. Con gran frecuencia, sus viñetas presentan escenas relativas a la actualidad donde imágenes y pie se conjugan para definir unas líneas de comportamiento nítidas, mucho más allá de lo inmediato. Basta una nariz de zanahoria con unas pintas para introducir a Romanones. El belfo y los ojos caídos, para designar a Alfonso XIII. Bigote, ojos y flequillo, para Hitler. Las formas decorativas envolverán luego a ese núcleo en cada situación, poniendo en juego todas aquellas pistas significativas que el dibujante estime necesarias. Hitler puede convertirse en cerdo para evocar el san Martín que le aguarda o encarnar en una calavera. Incluso jugar con el globo terráqueo, adelantándose al gag de Chaplin. Otro tanto ocurre con Franco, Gil Robles o Lerroux. No es un mono más o menos gracioso donde lo que importa es la letra del pie. Pensemos en recientes representaciones de un Ministro Múgica con sus eges, su panza y sus buclecillos. 0 en los juegos de morritos y tupé en torno a Felipe González. Nada nos dicen sobre el sentido fundamental de su acción política. En cambio, los recursos arcimboldescos permiten a Bagaría fijar a cada personaje en lo que consiste, a entender del humorista, su papel histórico: la vulpeja de Romanones, el jaque Cierva, la sierpe borbónica, la rana Samper de la charca radical son personajes que arrojan información por sí mismos. El dibujante acaba adueñándose de ellos y en el discurrir de las situaciones parece que éstos se ajustan al guión esencial de su caracterización. La serie negra en torno a Hitler y Mussolini resulta a estos efectos ejemplar.

Todo ello, envuelto en la vida cotidiana de un país marcado por la esperanza y la frustración. También por los desastres, como la guerra de Marruecos o la civil, que constituyen series impresionantes. Entre viñeta y viñeta sobre la actualidad política despuntan hombres comunes que comentan los hechos de cada día. Pero, conforme me hacía notar una vieja amiga, no es un humor municipal a lo Mingote, la crónica de sucesos intrascendentes o simplemente pintorescos. A veces, en Bagaría, los animales desplazan al hombre para comentar el presente. Los frecuentes momentos de desesperación que vive Bagaría en su tiempo le llevan a sustentar una visión antropológica cada vez más pesimista. Los animales huyen de la fiera que es el hombre.

La jaula de papel

La obra de Bagaría es llustrativa de las dificultades para lograr una expresión libre. Aquí entra en juego la censura, a la cual tratará de salvar mediante bosques de líneas, en apariencia, representación de bordados, y en la práctica denuncias sumamente imaginativas de la dictadura de Primo de Rivera. A veces, resultan ininteligibles para quien los contemple hoy. Pero también interviene la confrontación con el propio medio de prensa en que el dibujante desarrolla su trabajo. De 1912 a 1916, los años de La Tribuna, la tensión entre ambos polos es constante. Con El Sol de los años dorados, es la sintonía, aunque en los originales conservados, y sobre todo en los tachones de pies, pueda intuirse la intervención debida quizá a razones de prudencia, especialmente tras el desastre de Annual. Por último, Bagaría vuelve a despegar de su medio en 1934 y 1935, cuando vuelve a un diario, El Sol, que comparte ya sólo cabecera y edificio con su antecesor, a pesar de que el regreso sea acogido por los redactores como signo de resurrección de pasadas glorias. Así lo evocará su compañero de entonces, Ricardo Fuente. Pero ya en ese momento lo más que pudo ofrecer fue el testimonio de una crisis que marcaba también el fracaso del proyecto de renovación contenido en el otro El Sol, el forjado por Nicolás María de Urgoiti con la colaboración de los mejores intelectuales de la época. Entre ellos, en primer plano, Ortega y Gasset. Un proyecto al que la contribución de Luis Bagaría no resultó marginal ni mucho menos incoherente.

es historiador.

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