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El pulso de una lenta agonía

Durante el último quinquenio, las economías de América Latina han sufrido los efectos de males ya endémicos: una inflación galopante, permanente devaluación de sus monedas, una creciente deuda externa y altos tipos de interés. El espectro reseñado desemboca en un poder adquisitivo decreciente de la población, endeudamiento del Estado -que no puede satisfacer necesidades elementales- y falta de recursos para inversión productiva.Los Estados nacionales destinan los recursos ingresados por cada país al pago de la deuda externa; en la mayoría de los casos las balanzas de pago son positivas, es decir, los países venden más de lo que compran, pero se quedan sin recursos para pagar gastos y sueldos de las Administraciones. Para paliar esta situación desarrollan la deuda interna. Para atraer a la población a esta forma de inversión improductiva deben incrementar los tipos de interés por encima de la inflación, espoleando los propios Gobiernos la aceleración inflacionista.

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Este cuadro general tiene sus matizaciones. El Gobierno del general Pinochet ha dejado en Chile al Gobierno democrático de Patricio Aylwin una economía más sana que la de su vecina Argentina, algo logrado a punta de bayoneta. Redujo el gasto social del Estado con un deterioro sin precedentes de la educación y la sanidad públicas, redujo los salarios de la Administración y generó un gasto de desempleo. A cambio, logró un flujo de inversión extranjera que se invirtió en bienes de capital, de forma que los bienes manufacturados y el cobre constituyen hoy el eje de las exportaciones chilenas. Ayudado por el alto precio del cobre, logró reducir la deuda externa. Pero la herencia no es liviana: el Gobierno democrático deberá hacer frente a una caída del precio del cobre y a la petición de mejoras en la sanidad la educación y el sistema de pensiones.

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