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Volatilidad y estabilidad mundial del dólar

El autor señala que, al igual que la bolsa, es normal que varíe el tipo de cambio del dólar, aunque esto no debe ser motivo de preocupación durante el próximo año y medio, ya que estas oscilaciones estarán determinadas por los movimientos de capital que los japoneses, holandeses, británicos y alemanes decidan hacer.

Cuando al barón Rothschild le preguntaron: "¿Qué sucederá con los precios en la bolsa?", respondió: "Fluctuarán".Lo mismo sucede con el tipo de cambio del dólar, que varía. Es su característica esencial, que llamamos precio de subasta, la que subirá o bajará. Este hecho debería ayudarme a explicar por qué un observador español bien informado no tiene motivos para preocuparse demasiado sobre las variaciones del dólar esperadas para el próximo año y medio.

Toda la teoría de los mercados eficientes, tan apreciada entre los economistas modernos por los devotos de la marcha fortuita, se basa en que no puede haber negocios seguros o inversiones claras que sean malas. El corredor de bolsa que dice que es imposible que IBM descienda es un tonto o un tramposo: de estar seguro que subiría, ya habría apostado por ello.

Los Gobiernos no pueden aceptar un sí como respuesta. Cuando el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial realizaron su reunión anual de otoño en Washington, la mayoría de los funcionarios gubernamentales estuvieron de acuerdo con que el dólar se estaba revaluando demasiado con respecto al marco alemán y al yen japonés.

El Grupo de los Siete (G-7) estuvo de acuerdo en que una futura subida del dólar sería perjudicial para una mejora continua de los déficit comerciales de EE UU. Temían que una mayor apreciación del dólar agregaría presión inflacionaria a los precios internos de los países del Mercado Común y de la costa del Pacífico. Entonces acordaron intervenir. Con toques de trompetas, los diversos bancos centrales y organismos estabilizadores empezaron a intervenir vendiendo dólares. Los editores de la Prensa financiera aplaudieron. Los profesores de economía mayores de 50 años sonrieron. Era como la Alemania del kaiser Guillermo en ese primer y feliz día de la Primera Guerra Mundial, en el que sólo Albert Einstein estaba triste.

Debo confesar que Paul A. Samuelson era poco entusiasta con esta excursión, más bien desleal, hacia un tipo de cambio fluctuante. Mis dudas no eran filosóficas, sino pragmáticas. Los mercados de cambio son tan amplios como para comprometer cientos de miles de millones de dólares por semana, mientras las siete naciones más desarrolladas sólo tienen en conjunto unos 50.000 millones de dólares para despilfarrar en cualquier cruzada quijotesca que lleve al dólar donde algún grupo de aficionados piensa que debería estar.

Una dulce danza

El hecho ya es historia. Después de un pequeño éxito inicial que duró unos pocos días, durante el cual se pagó por él un precio muy alto y que significó pérdidas para el G-7, el dólar sigue su dulce danza del mercado. El 16 de octubre de 1989, fecha en que se produjo un descenso del 7% en la Bolsa de Nueva York, hizo más para que bajara el dólar que las propias intervenciones. ¿A dónde vamos ahora? Distintos expertos hacen predicciones diferentes.

Mi distinguido colega del MIT (Massachusetts Institute of Technology) Rudiger Dornbusch ha predicho una máxima caída de 87 yenes por dólar. Es una devaluación del 35%, enorme, pero la cree necesaria a largo plazo para borrar los números rojos e nnuestras cuentas corrientes. El profesor Ronald McKinnon, de la universidad de Stanford, publica índices de paridad del valor adquisitivo que le sugieren un promedio de 180 yenes por dólar, más del doble de lo anunciado por Dornbusch.

¿Quién ha dicho que la economía es una ciencia exacta? Martin Feldstein, de Harvard, el obstinado asesor económico del presidente Reagan, ha anunciado que se llegará a los 100 yenes por dólar: más cerca de Dornbusch que de McKinnon.

En lo que a mí respecta, estoy de acuerdo en que EE UU no puede ser lo suficientemente competitivo como para generar un amplio incremento en las exportaciones netas sin un descenso del dólar. Desde mi punto de vista, McKinnon se ha centrado en los cálculos erróneos. De todos modos, no puedo creer en la premisa tácita de Dornbusch y Feldstein de que EE UU está en camino de no incrementar su deuda internacional.

A la Casa Blanca no le importan los dos déficit. Tampoco al Congreso. Tampoco a los votantes de Main Street. Nos lamentamos de los déficit sólo con palabras, no con hechos.

Esto significa que las oscilaciones del dólar durante los próximos 12 o 18 meses estarán determinadas por los movimientos de capital que los japoneses, holandeses, británicos y alemanes decidan hacer.

El entusiasmo salvaje por los bonos, las acciones, las empresas subsidiarias, las inmobiliarias pueden hacer subir el dólar.

El pesimismo psicológico en lo relativo a las respuestas de Wall Street a aquellos que están en Tokio, Madrid, Sidney y Singapur pueden hacer bajar el dólar.

El dinero frío, que no tiene raíces y que busca una recuperación sin riesgos, se moverá entrando y saliendo del dólar en función de si la expansión norteamericana se acelera, si una verdadera recesión del crecimiento comienza en 1990 o si surge un tipo suavizado de recesión.

Siguiendo a Greenspan

Periódicamente consulto por teléfono a un comerciante afortunado. Obtiene fáciles ganancias con su capital. (Y por la noche, sus hijos, cuando en sus oraciones recuerdan a los vecinos y al perro de la familia, no se olvidan de mencionar a los directivos de los bancos centrales que con sus intervenciones ayudan a que la buena vida sea posible al este de Central Park en Nueva York.)

Sigo de cerca la actividad del presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, por sus palabras y actitudes. Si Greenspan y sus colegas en la Comisión para el Mercado Libre facilitan el crédito con el fin de evitar la rápida llegada de una recesión, el hábil especulador esperará estar en una posición ventajosa con respecto al dólar. Y el reciente aumento en los tipos de interés ideado por el Banco de Japón y el Bundesbank, si puede anticiparse, darán al especulador una buena ganancia en base a una venta de dólares a corto plazo.

El interés que tengo es por el bienestar nacional y mundial más que por lograr beneficios comerciales o en base al juego. El centro de mi argumento es el siguiente:

La fluctuación a corto plazo del dólar está en manos de los dioses que controlan los caprichos de los movimientos del capital colocado a corto plazo. Las intervenciones del G-7 sólo pueden tener una efectividad limitada. Alan Greenspan decía algo similar en una conferencia académica para un público moscovita. La reacción de los mercados financieros fue excesiva hacia este escepticismo relativo a las metas de los tipos de cambio, como objetivo de una política a corto plazo. Los teletipos zumbaban con los rumores de una ruptura entre Alan Greenspan, de la Reserva Federal, y Nicholas Brady, del Tesoro.

Greenspan también dijo en Moscú que se opondría a sacrificar la lucha contra la inflación con el único objetivo de mantener los tipos de interés lo suficientemente bajos como para contener la subida del dólar en el mercado de cambios.

Brindaré por ello. Los objetivos internos fundamentales, en cuanto a prosperidad y moderación de precios, son mucho más importantes que obsesionarse con tipos de cambio fijos.

A medida que la década de los ochenta llega a su fin, EE UU ha tenido bastante suerte en lo que respecta a su evolución económica, lo que, evidentemente, no se debe a las medidas tomadas por la Casa Blanca con Reagan o con Bush. Y éste es un momento en el que la buena o la mala suerte para Norteamérica significa buena o mala suerte para nuestros vecinos en el Viejo y en el Nuevo Mundo.

Traducción: C. Scavino.

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