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HACIA UNA NUEVA EUROPA

La noche de los ojos iluminados

ENVIADO ESPECIALBerlín era ayer una fiesta. Centenares de miles de berlineses orientales invadieron pacíficamente la parte de su ciudad que había sido sellada desde fuera construyendo un muro a su alrededor y creando un recinto prohibido. Fascinados por el bullicio de la Kurfustendamm, la popular avenida de Berlín occidental, estos ciudadanos paseaban sus miradas por los escaparates, llevaban sus ojos ilusionados hacia todos los rincones, comprobaban por sí mismos la realidad que les había sido negada durante tantos años.

Eran perfectamente reconocibles, un algo indescriptible los diferenciaba de los occidentales, y los había de todas las edades y condiciones. Muchos de ellos llevaban en sus manos mapas de su propia ciudad en los que intentaban reconocer el dibujo ideal que habían mantenido oculto en algún recóndito lugar de su imaginación.

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Confortados con los 100 marcos (6.300 pesetas) que los bancos y cajas de ahorro de la RFA les entregaban con sólo presentar su carné de identidad, compraban las chucherías más inverosímiles y entraban y salían de cafés y supermercados con latas de las bebidas occidentales más populares.

El muro de Berlín había empezado a dejar de existir en torno a la medianoche del jueves, cuando, enterados por la televisión de la decisión del Gobierno dimisionario de la RDA de abrir las fronteras, numerosos grupos de berlineses orientales se empezaron a congregar frente a los puestos fronterizos con Occidente.

La nota que comunicaba la decisión del Gobierno era deliberadamente vaga, pero los berlineses, empujados por sus deseos, quisieron entender que el muro se abría. La policía fronteriza tampoco sabía muy bien lo que tenía que hacer, pero las órdenes, cuyo origen se desconoce, coincidieron mágicamente con los deseos de quienes querían, simplemente, darse un paseo por "el otro lado". Finalmente, todos los requisitos desaparecieron. No se lo podían creer. Los guardias ya sólo les miraban el,carné y los dejaban pasar.

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Sólo 1.000, de todos los que han cruzado en estas últimas 24 horas, han decidido quedarse en Occidente. "¿Vuelven ustedes?", preguntaba un periodista a una pareja de mediana edad que venía cargada con bolsas de regalo. "Claro que sí", respondía él, "tengo una buena casa, no me quejo del trabajo y ahora ya puedo tranquilamente pasar a tomar una cerveza a la Kurfustendamm". Otros jóvenes, entrevistados por televisión cuando salían de una sex shop, se limitaron a decir a grito pelado: "¡Gracias, Egon!".

El momento mágico de toda la noche del jueves se produjo, sin embargo, en la puerta de Brandenburgo. Desde la medianoche hasta que amaneció, decenas de miles de personas caminaron a uno y otro lado de la célebre avenida Unter den Linten hasta confluir frente a frente en la plaza en la que se alza la magestuosa puerta.

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