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Esplendor

Elia Kazan fue un delator de mierda, pero es un director de cine difícil de repetir. Dentro de 50 años nadie recordará que fue un chivato del macartismo para conservar su piscina, pero en cambio sobrevivirá su genio de cineasta. No viviré para verlo, lo presiento. La otra noche volvió a conmoverme Esplendor en la yerba, una obra maestra a la que contribuye la famosa oda de Wordsworth, el guión escrito por William Inge, un reparto excepcional, especialmente de actores secundarios, Natalie Wood y Kazan. Este monstruo tiene un especial talento para reflejar la lucha del individuo por ser él mismo, frente a las personalidades que los otros le imponen, y entre esos otros, sobre todo, los padres, esos padres bíblicos que Kazan repite una y otra vez como elementos lingüísticos de un código obsesivo: el padre de Al este del Edén, el de El compromiso, o Esplendor en la yerba.Pero tal vez la película no sería tan maravillosa sin la acotación del poema. Es un poema húmedo, de país con muchos prados, entre el prerromanticismo y el infinito. Nos hicieron estudiar la poesía inglesa del siglo XIX por parejas: Byron y Shelley, Wordsworth y Coleridge. Keats era rancho aparte. Un poema como el que da correlato poético a la película nunca hubiera podido ser español, ni siquiera gallego, aunque en Galicia llueva mucho. Hace algunos años leí un espléndido análisis del poema de Wordsworth gracias a uno de los críticos más finos de este siglo, Lionel Trilling.

Al día siguiente del pase televisivo de Esplendor en la yerba, al pie de un árbol sin fruto, me puse a considerar. Para algunas culturas, la vida y la muerte es un prado que envejece entre el esplendor y la melancolía del crepúsculo. Para otras culturas, este espacio lleno de tiempo fugaz sería como un campo de rastrojos, y por eso aquí hemos acuñado la frase: "Ésa va como puta por rastrojo". A Wordsworth nunca se le hubiera ocurrido. Fue un poeta de regadío y nosotros nunca saldremos del secano.

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