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Tribuna
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Una batalla incesante

1. Un viraje decisivo. El derrocamiento del régimen despótico que imperó en Paraguay por más de 35 años significó un cambio radical en la atormentada vida política paraguaya. También la apertura hacia una efectiva transición democrática de este país. Un país que habiendo sido uno de los más adelantados, material, social y culturalmente, de América del Sur, a mediados del siglo pasado, fue devastado y destruido por la guerra de la Triple Alianza (1865-1870). Esta guerra fratricida le impuso, además, el cercenamiento de más de la mitad de su territorio. Con la pérdida de su salida al mar, Paraguay quedó condenado al aislamiento en el ostracismo de su enclave mediterráneo.2. Perspectivas desde el pasado. Desde aquella hecatombe, Paraguay no pudo volver a desempeñar el papel señero que le cupo en su condición de país suramericano de efectiva autonomía y libre determinación -el primero en lograrlas después de la emancipación- como factor preponderante en el equilibrio geopolítico de la cuenca del Plata.

La encarnizada lucha de intereses imperiales de la época instigó y financió aquella guerra con los objetivos ocultos, pero evidentes, de eliminar el peligroso ejemplo de soberanía, de autodeterminación y de oposición al sistema de librecambio que Paraguay representaba frente a la expansión y dominación económica del imperio británico.

De este modo, tras la espantosa carnicería de cinco años, el pequeño, pero fuerte y valeroso, país hispano-guaraní fue sacrificado en aras del flamante pacto neocolonial que se selló sobre sus ruinas. De Estado árbitro en la región fue reducido a Estado tapón entre sus dos grandes vecinos que lo circundan en un abrazo de gigantes; un abrazo tan apretado que llegó hasta la asfixia en 1870. Desde entonces, la tierra paraguaya, que alguna vez fue llamada madre de ciudades y nodriza de pueblos, quedó convertida en una catástrofe de recuerdos de su grandeza pasada. Las mujeres supervivientes reconstruyeron esa historia de ruinas todavía humeantes entre las que reverberaban, como una ironía del destino, el eclipsado mito de El Dorado y la desvanecida Tierra sin mal de los guaraníes, otro de los inalcanzables mitos de este pueblo, en incesante peregrinación hacia ese lugar que pareciera haberse llevado su lugar a otro lugar.

País libre y autónomo en los comienzos mismos de su independencia, Estado-nación erigido como la primera república del Sur, el Paraguay se encontró convertido en prisionero geopolítico. Fue la primera víctima propiciatoria de la balcanización de nuestra América, la que luego iba a desarticular y desmembrar en países aislados y desunidos la sola patria grande, la confederación de países libres y soberanos, soñada por Bolívar, por Artigas y por José Gaspar de Francia. Por este ideal de integración se libraron las últimas batallas en los campos de Paraguay. Sobre ellos aún se yerguen ennegrecidas, después de más de un siglo, esas ruinas sagradas, único monumento subsistente al sacrificio de un pueblo.

3. La isla rodeada de tierra. Paraguay, prisionero geopolítico, prefiguró un país de prisioneros políticos a perpetuidad. En más de 170 años de vida independiente -signada en realidad por la dependencia a la dominación extranjera-, su colectividad no conoció nunca las formas estables de la democracia. Por tanto, no pudo construir una democracia verdaderamente orgánica y representativa con real participación del pueblo, sin la cual ninguna democracia es posible.

Tradición jurídica

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Los poderes ejecutivo, judicial y legislativo, que deben ser por definición autónomos e independientes en una república, se disolvieron y anularon una y otra vez bajo la férula despótica de caciques, tiranuelos o facciones. Hubo y hay en Paraguay, a pesar de todo, hombres eminentes, estadistas capaces; existe una tradición jurídica de primer orden en los anales del continente. Desdichadamente fueron sobrepasados y barridos por estos intermitentes turbiones de la barbarie caudillesca, como en otros países de nuestra América, pero acaso con particular encarnizamiento en Paraguay.

Los escasos intervalos de paz pública no encontraron nunca la clave de la alternancia democrática que debe ser arbitrada por la soberanía del sufragio popular. No hubo más alternancias que las impuestas por revueltas facciosas y sangrientas guerras, mal llamadas civiles. La perpetua cabalgata de horrores acabó de arruinar el país aniquilado en el holocausto de 1870. En esta dura historia de luchas y de odios sectarios sólo pudieron prosperar la anarquía, las dictaduras y las tiranías.

4. Un golpe quirúrgico. Acabado modelo, corregido y aumentado, de estos regímenes ha sido precisamente la tiranía que fue derrocada por el golpe del 3 de febrero. Su jefe es ahora presidente de la República, elegido por el voto popular, en el comienzo de lo que debe ser un proceso de democratización y regeneración de las instituciones, pero de ninguna manera una continuación del régimen depuesto. Es ya un indicio de buena ley el hecho de que el Gobierno actual haya decidido completar simplemente el período faltante de cuatro años, en lugar de inaugurar otro nuevo mandato de seis años, como suele ser la tentación usual en estas emergencias de facto.

Así lo estableció puntualmente el jefe de la insurrección y actual primer mandatario en sus proclamas iniciales, en sus discursos electorales, y así lo acaba de ratificar su triunfo en las elecciones, en el que la mayoría presidencial superó ampliamente las cotas partidarias y parlamentarias.

Este proceso de democratización, por encima y más allá del acto eleccionario, debe contar con el respaldo crítico, pero constructivo, de la ciudadanía paraguaya en su conjunto. Ella constituye la instancia de garantía para el cumplimiento de este histórico compromiso. Compromiso que implica, a partir de esta apertura ratificada por las elecciones, una compartida responsabilidad entre el poder militar, ejecutor del drástico cambio, y el poder civil cuya naturaleza es de orden cívico y moral, fundado en la soberanía del voto popular. Oposición constructiva entre el poder constitucional y la oposición, fuente de una verdadera dialéctica democrática.

Los sectores de la oposición democrática no pueden rehuir, bajo ninguna clase de conceptos la responsabilidad que les incumbe en la marcha regular de tal proceso, como si éste se tratara mera y exclusivamente de la obra del Gobierno según la imagen providencialista herencia de la dictadura y de los Gobiernos autoritarios que ha sufrido el país.

La violencia y la distorsión eran patrimonio del poder dictatorial. Sería un riesgo grave para el proceso de democratización que la impaciencia y avidez de poder, que las actitudes intemperantes y provocativas, que el simple afán de destruir, sean ahora, a la inversa, las armas de una oposición que se quiere consciente de la oportunidad histórica que el desarrollo de los acontecimientos ha abierto al país.

Tales actitudes no compaginan con la firmeza de las convicciones genuinamente democráticas que han de expresarse a través de sus canales naturales: el Parlamento, las movilizaciones populares, la creación de espacios políticos cada vez más amplios en torno a los objetivos de consenso nacional. La democracia pluralista es una batalla incesante que ha de ganarse todos los días por el pueblo y por sus dirigentes responsables, a falta de la cual hay que imputar las involuciones, desvíos y frustraciones.

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