_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Amazonia es también un problema nuestro

La acelerada destrucción que desde hace unos años afecta al bosque tropical húmedo es una de las alteraciones ecológicas a escala planetaria más significativas. Las observaciones con satélites indican que cada año desaparecen 157.000 kilómetros cuadrados de ese tipo de bosque, más de un tercio de la superficie peninsular española. En los últimos 10 años, esa tasa puede haberse incluso acelerado en Amazonia, ese inmenso espacio forestal extendido entre Brasil (al que corresponde la mitad), Ecuador, Perú, Colombia, Bolivia, Venezuela y los territorios de las antiguas Guayanas.Ese proceso no debe ser considerado por los españoles -o los europeos- como un asunto que afecta exclusivamente a lejanos territorios selváticos sino como algo que nos concierne muy de cerca. Se compara a veces el bosque amazónico con un pulmón que proporciona gran parte del oxígeno necesario para la vida terrestre. En realidad, sin embargo, el oxígeno producido por los bosques tropicales vírgenes es exactamente igual al consumido por ellos y los complejos ecosistemas que representan. Otro tanto ocurre con la energía que captan, que es devuelta finalmente en la misma cantidad, y que tiene como objeto el hacer funcionar la compleja maquinaria del ecosistema amazónico, asegurando su estabilidad. La importancia climática fundamental del espacio forestal amazónico es el mantenimiento de una enorme masa vegetal con una ingente cantidad de carbono (en forma reducida) que de otro modo se encontraría (en forma oxidada) en la atmósfera, contribuyendo al efecto invernadero, grave amenaza climática para toda la Tierra.

Los frecuentes incendios recientes del bosque amazónico (se estima que en los dos últimos años afectaron a una superficie próxima a la de España) devuelven el carbono oxidado a la atmósfera. Cuando se reemplaza la enorme masa vegetal del bosque por la mucho más exigua (por unidad de superficie) de pastos o cultivos, la diferencia en contenido de carbono aparece en la atmósfera, contribuyendo al temido efecto invernadero.

Esa transformación de la selva en pastos y cultivos había despertado grandes esperanzas en el pasado, pues se estimaba erróneamente el potencial de los suelos amazónicos capaces de soportar tan exuberante cobertura arbórea. Sin embargo, desprovistos de su cubierta natural, la mayoría de esos suelos ha proporcionado rendimiento muy pequeños (por ejemplo una producción ganadera 15 veces menor que la de una pradera natural centroeuropea). Esto es debido a la pobreza de la mayoría de los suelos y al hecho de que el bosque natural tiene un ftincionamiento peculiar, manteniendo los nutrientes minerales en su propia masa vegetal.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Junto a su importancia mundial en el intercambio de gases atmosféricos, la selva amazónica representa también una inmensa maquinaria que regula los procesos de evaporación, precipitación y mantenimiento del ciclo hidrológico. Del orden del 60% de las intensas lluvias amazónicas procede de la propia autoalimentación hídríca, sin aportes a partir del mar. En ese proceso tiene un papel importante la compleja estructura de la vegetación, fácil de deteriorar, alterando así relaciones energéticas globales, como ocurriría también con los cambios de reflexión (o albedo) de la superficie amazónica tras la eliminación del bosque.

Amazonia representa también un inmenso reservorio de diversidad biológica y genética, sin común medida con nuestros territorios. Contiene probablemente millones de especies de organismos vivos, en gran parte no identificados todavía científicamente. Entre las ya conocidas se contabilizan, por ejemplo, más de 1.000 especies dístintas de peces, del orden de 3.000 especies diferentes de árboles de gran tamafflo y un número abrumador de aves e insectos (éstos, en gran parte desconocidos todavía). Sólo de forma muy rudimentaria podemos barruntar la utilidad bio tecnológica de ese patrimonio amenazado, cuya merma repre senta un empobrecimiento para toda la humanidad.

La desestabilización de los ecosistemas amazónicos afecta además, de forma directa e in mediata, a poblaciones humanas. Varios millones de indios habían vivido durante miles de años en el espacio amazónico poniendo en práctica modos de uso de recursos integrados ar mónicamente en el medio. Esas poblaciones experime ntaron una gran disminución numérica y una brutal desestabilización de sus sistemas de vida y culturas ancestrales. De forma paulatina, esos sistemas de uso armónico, estables en el tiempo, van siendo reemplazados por formas de uso agresivas, incompatibles con una producción sostenida y responsables de las alteraciones globales ya mencionadas.

Es evidente que los europeos no podemos permanecer indiferentes frente a esos acontecimientos, fundamentalmente por dos tipos de razones:

1. El carácter mundial de las repercusiones ambientales señaladas.

2. La patente responsabilidad en esos procesos a través de empresas y actividades extractivas y el mantenimiento de un marco de relaciones injusto y desequilibrado. Sería una inmensa hipocresía reducir la responsabilidad de los problemas de Amazonia a los Gobiernos de los territorios que la componen, sin tener en cuenta el papel de empresas, acuerdos, inercados, etcétera, europeos, norteamericanos y japoneses.

Para que la conciencia de los problemas de Amazonia no se quede en una mera fuente de preocupación estéril podemos actuar e intentar aportar remedios por vías adecuadas. Para esas acciones de apoyo, que deben pasar por el escrupuloso respeto de la soberanía de los Gobiernos amazónicos, van abriéndose distintos cauces. Entre ellos está la fundación internacional para la creación de una gran zona de reserva, apoyada entusiastamente por el cantante de rock Sting, o la Comisión Pro Amazonia España, que se integra, con otras comísiones europeas, en la Oficina Europea para el Medio Ambiente (EEB), en Bruselas. El resultado definitivo de esas iniciativas depende en gran medida de nuestra participación. Hay quienes estiman en sólo 20 años la duración del bosque amazónico si las actuales circunstancias persisten. En todo caso, la situación es crítica y exige la adopción de remedios inmediatos: "Amazonia, ahora o nunca".

Fernando González Bernáldez es catedrático de Ecología en la universidad Autónoma de Madrid y presidente de la Comisión Pro Amazonia España.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_